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Prologo

El mundo de Obum comprendía tres grandes continentes. Uropeh era uno de ellos.

En medio de ella se encontraba la única Ciudad Santa, construida en el lugar exacto en el que la Divina Diosa Elazonia descendió por primera vez en Obum, y se extendió por una gran parte del continente. Sin embargo, la enorme ciudad no estaba gobernada por un rey o un emperador.

Sólo había un grupo de personas aptas para gobernarla: la Santa Sede, los mejores perros (Miembros) de una organización religiosa que ahora contaba con más de diez millones de devotos.

Tallada en el mármol más blanco y resplandeciente a la luz del sol, la Archbasílica era la forma transmutada de la Diosa Divina de la Santa Sede. Su apariencia incluso incitaba a los no creyentes a inclinar la cabeza en oración.

Sin embargo, en los rincones más recónditos de este edificio sagrado, un grupo estaba terminando una prueba sombría.

[Ahora administraremos tu castigo.]

De espaldas a la estatua original de la Diosa, que el primer Papa había tallado con esmero, cuatro ancianos hablaron con pompa y circunstancia.

Eran cardenales de la iglesia, encargados de supervisar la Santa Sede en lugar del Papa enfermo. Mientras sus frías miradas se dirigían directamente al acusado, el joven, de unos treinta y tantos años de edad, temblaba un poco.

Era el obispo Hube, que tenía al Reino Boar bajo su jurisdicción.

[Has sido acusado de cometer violencia sexual contra la héroe Arian, forzándola a dejar tu reino. Tus acciones incitaron la ira de nuestra Diosa, que destruyó la Catedral del Reino Boar. Debo decir que estos crímenes son difíciles de pasar por alto.]

[Por favor espere. Como he dicho—] — Hube comenzó, habiendo probado desesperadamente excusa tras excusa.

Pero el guerrero sagrado detrás de él clavó la culata de su lanza en la espalda de Hube, silenciándolo. Con piedad y desprecio, los cuatro cardenales observaron esta patética apariencia antes de dictar su sentencia con fría indiferencia.

[Por sus crímenes, el acusado será despojado de su título de obispo y condenado a diez años de prisión en la mazmorra.]

[No…] — gimoteó abatido Hube. La sangre se le drenó y le dejo un rostro ceniciento.

No sólo estaba perdiendo su estatus y honor, por lo que había trabajado tan duro para conseguir como leal seguidor de la Diosa. Estaba perdiendo su futuro, atrapado en una fría y oscura celda.

[Piedad! Por favor tengan piedad!] — suplicó ante los brutales golpes en su espalda de parte del guerrero.

Pero las respuestas de los cardenales fueron más frías que un río en medio del invierno.

[Hemos considerado su largo historial y servicio a la iglesia para su sentencia. Hemos mostrado más que suficiente piedad.] — dijo el primer cardenal.

[Ciertamente. Fue un gran golpe para la iglesia perder a un héroe prometedor.] — continuó el segundo. — [Pero más que eso, no podemos perdonarte por destruir una catedral.]

[O por hacer que la gente del Reino Boar pierda la fe en la iglesia.] — añadió el tercero.

[Es desafortunado.] — concluyó el cuarto. — [Pero debemos castigarte por tus actos para dar ejemplo.]

Sus rostros reflejaban sus sentimientos y parecían muy arrepentidos. En sus corazones, sin embargo, habían tenido envidia del joven obispo que había ascendido muy rápidamente.

Pero incluso sin estos motivos subyacentes, era cierto que los crímenes de Hube habían empañado la reputación de la iglesia, y no podían tomarse a la ligera.

[Le sugiero que rece a la diosa Elazonia y se arrepienta de sus crímenes en su celda.]

[Por favor, escúchenme! Todo esto fue planeado por ese chico malvado! No he hecho nada malo!] — Hube rogó.

[… Es suficiente. Llévenselo.]

[Sí Señor!]

Mientras Hube seguía luchando y retorciéndose, dos guerreros santos lo flanqueaban, agarrándolo de los brazos e intentando sacarlo de la habitación.

[Maldito seas… Sucio Herejeeee—!] — gritó.

¿Se dirigía al chico de cabello negro que lo había incriminado o a los cardenales que lo habían condenado? Nunca lo sabremos.

Las pesadas puertas se cerraron de golpe detrás de ellos, y el juicio había terminado oficialmente.

[Vaya, vaya, los niños de hoy en día.] — se lamentaba el primer cardenal. — [Me preocupa que no tengan autocontrol.]

[De acuerdo. Si ni siquiera puede admitir sus propios fracasos, nunca tuvo un futuro.] — reflexionó el segundo.

[Fue demasiado bendecido y dotado para experimentar el fracaso. Así son las cosas.] — aplacó el tercero.

[Ya hemos dictado su sentencia.] — dijo el cuarto. — [Sería cruel culparlo más.]

Los cuatro ancianos suspiraron cansados, pero inmediatamente se enderezaron y retornaron a las severas expresiones de los cardenales.

[Pero no podemos ignorar el mal que ha surgido en un valle cerca del Reino Boar.] — comenzó el primero.

[De acuerdo.] — continuó el segundo. — [Si dejamos a estos demonios desatendidos, especialmente después de haberle hecho daño a nuestra diosa, destruirá nuestra reputación.]

[Dicho esto.] — interrumpió el tercero — [He oído que Arian apenas pudo dejar un rasguño en el llamado Rey Demonio Azul antes de huir para salvar su vida.]

[Viendo que derrotó al gran lobo negro — al cual no se pudo vencer ni usando 20 guerreros sagrados — si este oponente la obligó a escapar… Bueno, ni siquiera puedo imaginar lo aterrador que es.] — El cuarto tembló.

Los cardenales podrían haber sido ancianos, pero no eran usuarios de magia pulverizadora. Todos ellos habían recibido la bendición de la Diosa, convirtiéndolos en héroes inmortales: veteranos al derrotar monstruos. Por eso podían entender completamente el alcance del poder del Rey Demonio Azul, que hacía que les saliera un sudor frío en las mejillas.

[Podría ser posible derrotarlo.] — propuso el primero. — [Si desplegamos toda la fuerza de la iglesia.]

[Estoy de acuerdo.] — contestó el segundo. — [Pero ese curso de acción no sería sabio.]

[Si dejáramos nuestra Ciudad Santa desprotegida, estaríamos dando la bienvenida al desastre y al peligro con los brazos abiertos.] — contestó el tercero — [Creo que no hace falta decirlo.]

[Y por muy desafortunado que sea, difícilmente se puede decir que somos un frente unido.] — declaró el cuarto.

A primera vista, los ojos de los cardenales descansaban serenamente, pero un destello afilado acababa de pasar a través de ellos mientras pensaban lo mismo.

El Papa estaba a merced de una enfermedad incurable, incluso con magia: su cuerpo estaba sucumbiendo a la vejez, y pronto sería llamado a las puertas del cielo. En ese momento, uno de los cuatro cardenales sería seleccionado para sucederlo y convertirse en la máxima autoridad de la iglesia, gobernando a más de diez millones de devotos. Básicamente, los convertiría en el líder de todo el continente.

Cada uno de los candidatos tenía sus propias motivaciones para convertirse en Papa, ya fuera la fe, fama o cualquier otra cosa. Aunque sus motivos eran diferentes, todos tenían la intención de ascender en la iglesia. Después de todo, todos se las habían arreglado para llegar a ser cardenales de una forma u otra.

Por eso las chispas volaban bajo la superficie de todas sus interacciones. En esta acalorada competencia por el próximo nombramiento papal, todos ellos buscaban sobresalir. Para ellos, la aparición del Rey Demonio Azul representaba una maravillosa oportunidad para estar a la altura de las circunstancias, o una peligrosa trampa en el que cualquiera de ellos podía hundirse.

Su enemigo era un demonio todopoderoso que se las había arreglado para defenderse de una héroe, conocida como Red por el color de su cabello. Si uno de ellos lograra hacer que el demonio se rindiera y difundiera la gracia de la Diosa, ese candidato sería nombrado como el nuevo Papa.

Pero si fracasaban, se arriesgaban a perder su poder, o peor aún, a terminar como el ex obispo Hube. Incluso si no fallaban, corrían el riesgo de que otros candidatos les robaran a sus seguidores y les cortara el apoyo si se alejaban de la Ciudad Santa por demasiado tiempo.

Este problema con los demonios era como una castaña asada en el fuego: Era dulce y tentadora, pero podía quemar una mano descuidada tratando de tomarla.

[Por ahora.] — comenzó el primero — [Todos debemos aceptar que no podemos manejar directamente este asunto.]

[Estoy de acuerdo.] — dijo el segundo — [Podríamos causar disturbios innecesarios si actuamos sin precaución.]

[Dicho esto.] — reflexionó el tercero — [¿Tenemos algún héroe que pueda vencer a Arian?]

[Aunque les falten ciertas habilidades, podríamos tener una oportunidad si los hacemos formar un equipo. ¿Qué te parece?] — preguntó el cuarto.

Los otros tres cardenales hicieron una mueca ante la sugerencia de la única mujer cardenal del grupo.

[No es una mala idea.] — dijo el primero — [Pero cuanto más poderoso es el héroe, más ruda es su personalidad, lo que significa que sólo trabajarán con sus pocos favoritos…]

[Estoy de acuerdo.] — afirmó el segundo — [Por eso estábamos muy ansiosos por el potencial de Arian, especialmente porque era inusualmente honesta y pura.]

[El Obispo Hube realmente nos hizo un gran favor.] — dijo el tercero.

Mientras intercambiaban sus comentarios superficialmente tristes, se sintieron parcialmente aliviados: Hube no era subordinado de alguno de ellos. Había estado tratando de llegar a ser cardenal. Desde la perspectiva de los candidatos papales, Arian estaba teniendo demasiado éxito bajo su cuidado.

Con Hube fuera de la foto*, Arian sería un maravilloso peón para quienquiera que se las arreglará para atraerla — no es como si supieran de algún lugar donde encontrarla. (NT: Si que ya no es un problema…)

[Bueno, no podemos confiar en un ausente. Por eso propongo que enviemos a Sanctina.]

[Hmm…]

Esto fue idea de Cronklum. Era el mayor y el más cercano a ser nombrado como el próximo Papa entre ellos. Los otros tres murmuraron ‘Como esperábamos’ en respuesta.

[Así que tienes la intención de enviar a tu discípula favorita.] — confirmó el segundo — [Santa Sanctina.]

[Con nuestros guerreros santos a su lado, podría destruir al Rey Demonio.] — dijo el tercero — [De una vez por todas.]

[Bueno, entonces, seguiremos adelante con eso.] — concluyó el cuarto.

Aprobaron la propuesta de Cronklum con una rapidez sorprendente.

Tal como estaban las cosas, estaba en camino a convertirse en el próximo Papa, así que nada cambiaría si lo lograba. Pero si fallara en su misión, eso pondría una mancha negra en su historial.

Al mismo tiempo, sabían que se enfrentarían a represalias y reacciones violentas si se resistían a su plan, especialmente si era designado como el próximo Papa.

Cronklum probablemente sabía que aprobarían su propuesta por estas mismas razones, sonrió y asintió antes de llamar a alguien fuera de la habitación.

[Asumo que todos están de acuerdo con mi plan. Sanctina, por favor, entra.]

[Sí, Su Eminencia.] — contestó una voz encantadoramente alta, tan clara como una campana.

Una jovencita entró por la puerta.

Con piel color porcelana, tenía largos mechones rubios platino que recordaban al sol. De hecho, Santa Sanctina era tan hermosa que algunos decían que era una réplica viviente de la misma Diosa.

[Sus Eminencias, me honra ser agraciada con su presencia.] — dijo Sanctina, recogiendo delicadamente la falda de su túnica de color blanco puro y haciendo una elegante reverencia.

Todos los cardenales, excepto Cronklum, murmuraban con admiración a pesar de ser oponentes.

[Se ha vuelto aún más hermosa, Miss Sanctina.]

[Y parece que has pulido tus poderes mágicos.]

Debajo de todo esto, pensaron irónicamente: No esperaría menos de la muñequita perfecta de Cronklum. Ninguno de ellos expresó sus verdaderos sentimientos ni mostró ningún indicio de ello en sus rostros.

Estaban pensando en cómo Sanctina era un producto de su trabajo y dinero.

Cronklum había buscado por todas partes para encontrar usuarios de magia atractivos —hombres y mujeres— y les pagaba para tener bebés. Luego tomó a estos niños y los expuso a la magia desde una edad temprana, aumentando sus capacidades mágicas.

Por supuesto, no olvidó adoctrinarlos con la enseñanza de la Diosa. Con la fe introducida profundamente en sus cerebros, crecieron para convertirse en sus fieles peones. La más mágicamente dotada de ellas fue Santa Sanctina, una héroe inmortal.

No se puede decir que el lavado de cerebro y la eugenesia estén dentro del reino de la cordura, pero la cordura tiene muy poco que ver con la fe, sabes.

[Sanctina, tú dirigirás el equipo y destruirás a los demonios en el valle Dog.]

[Sí, Su Eminencia. Sacrificaré cualquier cosa y todo para destruir a los enemigos de nuestra Diosa.] — respondió Sanctina a la orden de Cronklum.

Después de todo, era un cardenal — y el hombre que la había criado.

Aceptó sus deberes sin miedo, llevando una sonrisa serena que era propia de una santa. Brillaba y reflejaba su inquebrantable creencia en el amor y la justicia de la Diosa Elazonia.

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