Capítulo 4: Tras la mentira.
Desperté a la mañana siguiente, con la idea de que lo había soñado todo. Es decir, todo aquello no podía haber pasado en realidad ¿o sí? lo que finalmente me convenció de que había pasado fue un intenso dolor en mi hombro derecho una vez que intenté ponerme de pie.
Pero por más que quisiera quejarme por el dolor, que era bastante fuerte, no pude otra cosa que sonreír, porque ese dolor estaba ligado al recuerdo de esa noche tan maravillosa. Si alguna esperanza había de que me olvidase de ella, se evaporó en aquel momento.
Ella parecía haberlo olvidado, o eso fue lo que dio a notar. Cuando bajé a desayunar me di cuenta de que ella había terminado su desayuno y estaba a punto de salir. No me habló.
No me molestó en absoluto porque pensé que ella podía estar avergonzada de lo que había pasado, y quizá era una mala idea hablarle, o recordárselo de alguna forma. A pesar de que no me habló, yo ya no sentí hostilidad en su mirada cuando se marchó. Oshizu–san notó en seguida que algo andaba raro conmigo.
– ¿Qué pasa niño? Caminas como si estuvieras deforme ¿Estás bien? –
Preguntó ella, mirándome atentamente.
Eso me trajo a la memoria lo ocurrido y también que no podíamos tener mascotas. Por eso fue que le mentí a la señora.
–Puede que haya dormido un poco mal, no tengo malos hábitos de sueño, pero anoche parece haber sido diferente. –
Oshizu–san me miró con preocupación.
–Quizá deberías ir a ver a un doctor, eso no es nada bueno y si el dolor se vuelve más intenso, deberías considerarlo seriamente. –
Me advirtió la señora. Yo no sabía que el dolor podía ser más intenso que esto y esperaba no tener que comprobarlo.
–Gracias por el consejo, quizá deba entrar a la enfermería una vez que esté en la escuela, Oshizu–san. –
La señora asintió mientras recogía los platos que Kamakura había dejado sobre la mesa en su prisa por salir. Creo que su instituto estaba más lejos que el mío, o quizá sólo tenía algo que hacer.
––––––––––
Llegar a la escuela significó que mis dos nuevos amigos me preguntaran que había pasado. Primero fue Harusaki.
– ¿Te sientes bien? Parece que algo te duele. –
Fue lo que me dijo al saludarme apenas entré al salón.
–Sufrí una caída anoche, y me golpeé el hombro derecho, nada grave, espero. –
–Comprendo pero ¿Por qué me lo dices mientras sonríes como un tonto? –
Me preguntó ella e inmediatamente dio un paso atrás, mientras ponía cara de asco.
–No me digas que tienes esa clase de gustos raros… –
Dijo, evidentemente era en broma, pero yo la miré acusadoramente.
–No digas cosas raras, Yamaki–san. –
– ¿Yo? –
Satou–san estaba entrando en el salón en ese momento. Volteó a verme con cara de no entender.
–No tú, ella. –
Le dije, Satou rió.
–Oye, Harusaki–chan ¿Por qué no dejas que Tento–kun te llame por tu primer nombre? Entiendo eso de que apenas nos conocemos y todo, pero esto puede resultar en confusiones muy problemáticas. –
Harusaki enrojeció.
–No dejaría que un desvergonzado como él usara mi primer nombre, eso arruinaría mi reputación. –
Se quejó ella, pero en realidad ella no parecía oponerse a eso realmente. En ese momento, Satou se percató de que algo no andaba bien en mi hombro.
– ¿Te has lesionado Tento–san? No sabía que fueras deportista. –
Comentó él, casualmente, yo sonreí de nuevo.
–Un pequeño golpe, nada más, espero que el dolor baje en el transcurso del día. –
Expliqué, pero no podía quitarme la sonrisa del rostro. Yamaki se escondió detrás de Satou.
–No parece que haya sido muy doloroso si estas sonriendo. –
Comentó Satou. Yo asentí.
–Es que, pasaron algunas cosas en mi casa anoche… –
Yo titubeé. La verdad es que no quería decirle a mis compañeros que junto a mi vivía la chica que me gustaba. Estoy seguro de que no era una buena idea. Sin embargo, no podía evitar recordar lo ocurrido con el dolor del golpe y tampoco podía evitar sonreír cuando me acordaba.
–Tiene que haber sido una caída grandiosa. –
Comentó Satou, sentándose porque ya sonaba la alarma de inicio de clase. Yamaki me miró con desconfianza.
–Es sólo que es un poco enfermo, mas bien. –
Dijo ella, acomodándose en su silla, haciendo una vocecita chillona y evadiendo mi mirada con un ¡Jum! Para después mostrarme su lengua. Al menos estaban felices.
––––––––––
Sea como fuere, el no haber dormido suficiente en la noche hizo su efecto en mi cerebro. Después de dos clases, por cierto, física y matemáticas (considero yo, las más difíciles) mi cerebro tenía muchísimas ganas de estallar. No lo hizo porque, no quería ser desconsiderado y manchar el salón de sesos y hacer que alguien tuviera que limpiar…
Me puse de pie durante el primer descanso.
–Creo que después de todo iré a la enfermería. –
Dije, no quería algo para el dolor del hombro, sino el de la cabeza. Iba saliendo cuando alguien se paró en la puerta del salón.
– Yuutsumi–chan, buenos días. –
Saludé, ella mostró una amable sonrisa, luego su rostro cambió.
–No te ves muy bien. –
Me dijo ella, parecía preocupada. Intentando que no se preocupara negué con las manos.
–No es nada, sólo tengo un poco de dolor de cabeza. –
–Entiendo. ¿Está Satou–kun dentro? –
Preguntó ella, yendo directo al grano. No tuve que responder, Satou salió al instante.
–Si estoy. –
Dijo él, Yuutsumi sonrió complacida mientras miraba a Satou–kun. Los chicos que aún estaban en el salón comenzaron a murmurar, y Yamaki se quedó sola en el salón mientras Satou acompañaba a Haruna–chan a no sé dónde.
Resultó que al entrar en la enfermería, la enfermera no estaba, así que me senté en una de las camas a esperar a que llegara. Ni siquiera me di cuenta cuando me quedé dormido. En mi sueño, Kamakura–chan (que ese era su nombre mental por ahora, aunque esperaba que ella me permitiera llamarla así pronto) me decía que tenía que despertar, pero no era la Kamakura–chan que solía ser indiferente o estar enfadada, tenía la misma expresión que yo había visto en ella la noche anterior.
No quería despertar. Cuando lo hice, me di cuenta de que era bastante tarde. La enfermera seguía sin estar, o quizá me había visto y se había ido. No sabría decirlo. Lo siguiente que vi es que Yamaki estaba sentada al lado mío, no parecía muy alegre.
–Eres un flojo, mira que saltar cuatro clases sólo porque sí. –
Me dijo ella, parecía molesta.
–Lo siento. –
Dije, mientras me incorporaba. Las clases estaban terminando ya, era media tarde.
– ¿Qué haces aquí? –
–Vine a ver como estabas, por supuesto. –
Dijo ella, aún más molesta. Yo batí la cabeza mientras luchaba con el dolor de mi hombro al levantarme. Mismo dolor, misma sonrisa de idiota, ella me miró extrañada.
– ¿Sabes? Estaba bromeando esta mañana, pero tu realmente sientes felicidad cuando algo te duele ¿Cierto? –
–No es que me agrade el dolor ni nada de eso. –
Expliqué, luego cambié el tema.
– ¿Y Satou? –
Pregunté, ella reprimió un gesto de coraje.
–No sé. –
Respondió después de un momento, en ese momento me di cuenta de que Satou era, de nuevo, la causa de su mal humor.
– ¿No te dijo si se iba? –
Pregunté, ella negó con la cabeza.
–No lo he visto desde que esa tal Yuutsumi fue a buscarle al salón, tampoco responde mis llamadas. –
Explicó.
–Eso sí que es extraño. –
–No es extraño, el siempre hace esto, estoy harta, estoy harta de él. –
Me dijo, yo no comprendí, y eso la puso de peor humor.
– ¿Siempre se va con otras chicas? –
Pregunté, pensando que quizá era del tipo mujeriego. Ella negó con la cabeza.
–No sólo con otras chicas, sus amigos, otros primos, quien sea, quien sea es más importante para él que yo. –
–Eso es desconsiderado. –
–El ni siquiera hablaría conmigo si no soy yo quien le habla, quien lo busca, quien le compra cosas… ya no quiero hablar de eso. –
Dijo, reprimiendo sus lágrimas, me sentí un poco mal por lo que ella estaba diciendo. Tengo que admitir que algún resentimiento le guardaría a Satou por lo que ahora sabía, pero en ese momento no pareció tan importante como atender a lo que Yamaki estaba diciéndome.
–Entonces quizá sería mejor que buscaras amistades más confiables, Yamaki–san. –
–Harusaki. –
Me respondió ella.
– ¿Estas segura? –
Pregunté, ella se había negado ésta misma mañana, ella asintió con la cabeza.
–Pensé que si todo el mundo me llamaba por mi apellido, él sentiría un poco más de apego a mí, pero nada cambia, nada cambia nunca con ese sujeto. –
Me dijo, parecía estar seriamente enojada.
–De acuerdo, Harusaki–chan, ¿Puedo usar “chan” para llamarte? –
–Es un poco vergonzoso. –
Se quejó, pero después de un momento suspiró y asintió.
–De acuerdo… sólo… bueno… ¿Podrías llevarme a casa? –
El no haber visto a Satou era mucho más problemático para ella de lo que pensé en un principio, esto era porque, al asumir que volverían juntos, la madre de Harusaki daba la tarjeta del autobús a Satou. Ahora que él no estaba, ella no tenía forma de volver a su casa.
–Prometo que no volveré a causar esta clase de problemas. –
Dijo ella mientras caminábamos en la acera, el sol estaba en el punto más alto. Ella parecía verdaderamente avergonzada, y el calor que hacía era mucho. Yo asentí con la cabeza al tiempo que usaba el calor para cambiar de tema. Todo con tal de que ella estuviera más cómoda.
–El calor es horrible, vamos por algo de beber, te invitaré algo. –
Ella me miró y soltó una risa.
–Tienes que decidirte. ¿Mi madre o yo? –
Preguntó ella, sonriendo pícaramente.
–No vas a dejar ese incidente de lado ¿cierto? –
Pregunté, mirándola acusadoramente, al tiempo que buscábamos una tienda para comprar algo de beber. Un jugo de durazno fue lo que ella quiso, yo tomaba Coca–Cola. Después de eso fuimos a la estación de autobús y esperamos. En ese momento entró una llamada en el teléfono de ella. ella miró su celular y colgó sin contestar.
No hacía falta ser un genio para saber que se trataba de Satou, y por si alguna sospecha me quedaba, se evaporó cuando, después de una segunda llamada, Harusaki apagó el teléfono.
– ¿No quieres saber en dónde ha estado? –
Pregunté, inocentemente supongo, pensando que su curiosidad podría más que su coraje. De lo que no me di cuenta, y no tenía forma de saberlo, es que ella había estado sufriendo de esta clase de desplantes desde muy pequeña, y por supuesto, estaba cansada.
–Esta ha sido en verdad la última vez. –
Me dijo, con un dejo de odio, era un tono que reconocí perfectamente, el mismo tono que Himiko usaba. Tragué saliva cuando me puse a pensar en eso.
–––––––––
– ¿Estás seguro de que no quieres pasar? –
Preguntó ella, amablemente cuando estábamos en la puerta de la tienda. Yo iba a decir que sí, pero tuve miedo de que se malinterpretara, además de que, la última vez que estuve aquí, había sido tan obvio que ahora no sabría cómo mirar a la señora a los ojos.
–Estoy bien, quizá en alguna otra ocasión. –
Ella sonrió.
– ¿Una vez que te hayas decidido? –
–No hay nada que decidir, Harusaki–chan. –
Le dije, girándome, ella se paró frente a mí, sonriendo amigablemente.
– ¿Y si lo hubiera? –
Preguntó ella, poniéndose seria por un momento, yo me quedé perplejo, mi cerebro se paralizó.
–Nos vemos. –
Le dije, ella se echó a reír, aunque yo no sabía que tenía eso de gracioso.
–Es mentira. –
Dijo ella, pero yo no estaba tan convencido, menos aun cuando su risa se apagó, Harusaki suspiró entonces, y sonriendo me dijo “idiota” y entró a su casa.
––––––––––
Al entrar a la casa me encontré con que Oshizu–san no estaba, aquello era algo relativamente extraño, y fue aún más extraño porque, quien si estaba en la casa, era Kamakura.
Algo que me extraño, es que ella parecía estar hablando con alguien. No sé si teníamos permitido tener amigos dentro de la casa, o dentro de nuestros cuartos, pero seguro que, como de costumbre, eso no iba a detenerla. Deseando que no se hubiera metido en más problemas, (y por ello me metiera a mí) subí las escaleras para encontrarme con que estaba sola. En el pasillo.
– ¿Qué? –
Me preguntó, ella tenía un libro en las manos.
–Nada, te escuché hablar en voz alta, pensé que habría alguien contigo. –
Comenté, abriendo la puerta de mi habitación. Estaba algo cansado, la verdad, no tenía ganas de lidiar con su mal humor. Y aunque quería, más que ninguna otra cosa, llevarme mejor con ella, aun no estaba seguro de que eso fuera posible. Ella no pareció pensar lo mismo de todas formas.
–Estoy ensayando ¿ves? ¿No sabes distinguir cuando alguien habla y cuando está recitando? Eres mucho más tonto de lo que pensé. –
Ella dijo eso con algo de coraje, posiblemente ella estaba dando su mejor esfuerzo y el hecho de que yo no la notara la ofendió, pero ¿Cómo se suponía que yo supiera algo como eso? ¿Ensayando para qué? Me preguntaba. Ella se dio la vuelta, negándose a mirarme.
–Prestaré más atención la próxima vez. –
Dije, desanimado. Quizá fue lo que dije, quizá que admití culpa, o sólo ella estaba de buen humor en ese momento. Ella se giró de nuevo y caminó hasta donde yo estaba.
–Ahora me has interrumpido, tienes que ayudarme… sólo tienes que leer, seguro que puedes hacer eso. –
Me extendió el libro a las manos con un gesto, yo aún tenía la mochila en el hombro, ni siquiera me había saludado y ya estaba ordenándome cosas. Tuve ganas de negarme, pero la verdad yo sabía que, si me negaba, todo lo que había pasado no serviría para nada, me refiero a que ella nunca me perdonaría por algo como eso. Nunca más volvería a hablarme, y siendo sinceros, yo sentí que estaba avanzando con todo esto, no sería bueno echarlo todo por la borda.
– ¿Qué esperas? Lee… allí. –
Dijo, señalando con el dedo una parte del libro.
Parecía una obra de teatro, yo leí, sin entender de que iba la obra y por ello, sin saber el tipo de papel que yo debería interpretar, sólo mecánicamente.
“Maestro, qué es lo que yo escucho, y quién son éstos que el dolor abate?”
Y entonces ella, completamente metida en su papel, respondió:
“Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esas gentes que vivieron sin gloria y sin infamia. Están mezcladas con el coro infame de ángeles que no se rebelaron, no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos. Los echa el cielo, porque menos bello no sea, y el infierno los rechaza, pues podrían glorificar a los caídos”
¡Qué horribles versos! Me dieron escalofríos de sólo escucharla. ¿Qué clase de obra de teatro iba a interpretar? Tuve la impresión de que sería algo bastante oscuro. Ella me miró con cara de no entender mientras yo me quedaba perplejo. Es decir, no se equivocó. Eso decía, en verdad había una obra de teatro así.
–¡Continua! –
Me ordenó. Yo seguí leyendo. Empeoraba conforme avanzaba.
“Maestro… ¿Qué les pesa tanto y provoca lamentos tan amargos?… Éstos que el rostro les bañan de sangre, y que mezclada con sus lágrimas, repugnantes gusanos…. a sus pies van recogiendo…”
No pude seguir. Cerré los ojos un momento, luego volteé a verla. Se supone que leyera todavía varias líneas antes de que ella pudiera hablar, pero la verdad es que no pude con aquella lectura horrible.
– ¿Qué? –
Preguntó ella, como si no comprendiera la razón de que yo no siguiera leyendo.
–Lo siento… esto es un poco aterrador ¿No es verdad? –
Pregunté, sonriendo nerviosamente, ella me miró con tedio.
–Es literatura clásica. –
Replicó ella. Vaya un tipo de literatura. Miré la portada del libro, en ella se podía ver un grabado de un ángel europeo llevando una espada.
–¡Es igual! Se me fue la inspiración ahora. –
Hizo una rabieta, me arrebató el libro de las manos y entró a su alcoba, cerrando la puerta tras de ella. Yo suspiré. Yo seguía preguntándome ¿Qué clase de obra iba a interpretar? No tenía forma de saberlo.
–––––––––
Al cabo de un rato, yo había estado mirando un programa en la televisión, Oshizu–san no había vuelto. Y sonó el teléfono de la casa. Como yo casi nunca salía del cuarto, al menos mientras nada ocurriera, no estaba del todo seguro de que tuviera derecho a contestar el teléfono, ni de que me correspondiera hacerlo.
Después de unos momentos, decidí contestar, no porque me correspondiera, pero si era algo importante, podía informar a Oshizu–san después. Sin embargo, cuando bajé, me di cuenta de que Kamakura tenía el teléfono en las manos.
–Comprendo… entiendo… si… –
Dijo ella, volteando a verme mientras hablaba por teléfono, por lo poco que sabía de ella y por la cara que puso cuando me miró, lo único que pensé es que alguien le había ordenado matarme. Fue gracioso pensarlo, pero también dio algo de miedo. Ella colgó el teléfono.
–Muy bien… parece que vamos a estar tu y yo solos por el resto de la noche. –
Dijo ella, juntando sus manos como las juntan los villanos en la televisión cuando todo va de acuerdo a su plan.
– ¿Qué quieres decir? –
Pregunté, seguro de que sería atormentado de alguna forma cruel. ¿Por qué tenía que gustarme una chica así de problemática?
–Quiero comer. –
Fue lo único que dijo. Luego levantó su rostro levemente, mirándome hacia abajo. Yo me sentí algo incómodo. Iba a negarme cuando ella volvió a hablar.
– ¿Tienes algo que objetar? –
Preguntó ella, como si estuviera esperando el momento. Yo negué con la cabeza, lo mejor para mí en ese momento, era no provocarla.
–Genial. –
Dijo ella, cambiando de tono, luego subió un escalón.
–Manos a la obra. –
Dijo, subiendo el resto de las escaleras sin mirarme. Pero es que yo no sé preparar nada de comer. Y tampoco sabía qué le gustaría comer. Quizá podría arreglarlo todo comprando pollo frito, o una pizza. Esperaba que todo fuera tan fácil como eso mientras subía las escaleras para preguntar. En el peor de los casos, solo tenía que buscar una receta o algo así.
Ella tenía abierta la puerta de su alcoba.
– ¿Hay algo que quieras en especial? –
Pregunté desde fuera, ella salió de su cuarto llevando llamas en los ojos.
– ¿Ni siquiera eso puedes pensar por ti mismo? Si supiera lo que quiero no estaría diciéndote nada, lo compro y se acabó. –
–Si tú no sabes lo que quieres ¿Cómo he de saberlo yo? –
Respondí, con una voz que a mí mismo me pareció vacilante y débil.
–No sé, ingéniatelas, y más te vale que sea bueno ¿Entiendes? –
Me amenazó, mirándome hacia abajo, y volvió a entrar a su alcoba, murmurando. “Bueno para nada” dijo antes de cerrar la puerta. ¿Yo tengo un corazón sabías? Me preguntaba mientras me decía a mí mismo que el secreto estaba en no molestarse… de acuerdo… pollo frito tendrá que ser.
Mientras llegaba el pollo que había ordenado por teléfono, me dispuse a estudiar un poco y escuché ruido en el pasillo, pero en vista de que cada vez que me veía me hablaba de esa forma, simplemente no quise salir. No fue sino hasta que tocaron el timbre de la casa que salí de mi alcoba. Era el repartidor del pollo seguramente. Kamakura estaba tomando un baño, podía escuchar el agua cayendo al fondo del pasillo.
No preste atención y bajé a pagar el pollo y a colocarlo sobre la mesa. Ella debe haber escuchado todo eso, porque para cuando el repartidor del pollo se fue, ella salió de bañarse.
La encontré en el pasillo, con una toalla en la cabeza, y otra cubriéndole el cuerpo. Sonreía. Parece ser que le gustaba bañarse, aunque la sonrisa se le borró del rostro en cuanto me vio.
– ¿Cuánto tiempo piensas estar allí parado mirándome? Pervertido. –
Preguntó. No había signo de vergüenza en su cara, es decir, no como uno estaría acostumbrado, era más bien del tipo que se enojaba (por todo) y lanzaba cosas a la cara de uno. No tenía nada que arrojarme, ella apresuró el paso a su alcoba.
– ¿Es todo lo que tienes que decir? –
Pregunté, ella abrió la puerta de su alcoba, y luego me miró con asco.
–Te diré lo que les digo a todos los pervertidos que ponen una cara sucia cuando me ven: ¡Muérdete los dedos! –
Dijo ella y entró a su alcoba. Yo sólo venía a decirle que la comida estaba en la mesa, y que debería bajar antes de que se enfriara.
–––––––––
Al menos veinte minutos después yo estaba en la mesa, con la canasta de pollo intacta, había colocado platos para ambos y estaba esperando a que Kamakura bajara, pero ella estaba tardando demasiado, y siendo sincero, tenía hambre. Iba a resignarme y empezar cuando ella entró al comedor.
Debido a que soy un completo idiota, lo único que pude pensar fue: Valió la pena.
Ella bajó con un vestido negro corto, medias largas color negro también, chaleco y zapatos rojos, el cabello castaño peinado elegantemente con dos horquillas, las uñas pintadas, y una boina negra en la cabeza. Parecía que iba a salir.
Se sentó. Fue entonces que me di cuenta de lo elegante que era ella en realidad. La forma en la que parecía que despreciaba al piso cuando caminaba. Modales impecables. ¿Por qué demonios tenía que tener ese carácter?
– ¿Qué? –
Me preguntó cuándo se percató de que yo no podía apartar la vista. Tragué saliva, si no se lo decía ahora, nunca iba a ser capaz de decirlo.
–Te ves linda. –
Lo solté. La presión en el cuello era abrumadora, pero ella permaneció tranquila, como si no estuviera segura de creerme.
–Lo sé. –
Dijo ella con naturalidad, después de eso añadió:
–Pero gracias… creo. –
¿Por qué no se había enfadado esta vez? Me preguntaba. Tal vez porque la estaba halagando en lugar de quedarme mirando como un tonto. Aun así, tampoco es la respuesta que esperarías de un halago. Suspiré, si algo tenía que aprender de todo lo que había pasado, es que Kamakura nunca decía lo que uno esperaba escuchar.
Quizá fue en ese momento que lo entendí. Kamakura nunca decía lo que uno esperaba que dijera, nunca decía las cosas que uno quería escuchar. Ella decía lo que pensaba, hasta el punto de ser irritante, doloroso, agobiante. Hasta el punto de responder violentamente si ella sentía que era necesario, para darse a entender.
Recordaba ahora el día en que nos presentamos. Ella dijo “No quiero llevarme bien contigo” pero no creo que estuviera siendo grosera (aunque lo fue, y dolió.) Ella sólo respondió lo que sintió en ese momento. Eso no quiere decir, que no fuera a cambiar de opinión. Lo que me intrigaba era ¿Por qué ella parecía estar tan enfadada con todo el mundo? Al grado de que, lo único que ella parecía querer decir, era una agresión.
Ahora que lo pensaba, su comportamiento tenía cierto parecido con el de un gatito, uno muy peculiar. Uno que te morderá por amable que seas con él, uno que está listo para atacar a cualquiera que se acerque, sin escuchar razones, esto es, un gatito que está herido. En un caso así, no basta con ser amable, hay que curarlo. No bastaba con agradarle o halagarla, tenía que conocerla, y para ello necesitaba que ella se sintiera segura.
Siendo así, estoy seguro de que muchas de las cosas que me había dicho (incluyendo aquello de no querer llevarse bien conmigo) eran mentiras. Y que yo recuerde, mi madre siempre decía que detrás de las mentiras siempre hay algo de verdadero. Mis conclusiones me llevaron a pensar que lo que ella quiso decir, es que si me acercaba más a ella, podría hacerle daño.
– ¿Qué? –
Volvió a preguntar ella, pues me había quedado mirándola de nuevo.
–Eres linda, sólo eso. –
–No necesito de tus halagos, y si lo dices sólo para quedar bien, para hacer menos pesado el ambiente o para que olvide el modo en que me mirabas hace un momento yo… –
Suspiré, puse mi pollo en el plato y la miré.
–Sólo eres linda. –
Ella se concentró en comer, algo que me alegra es que parecía gustarle el pollo frito. Después de tomar un poco de té, ella respondió.
–Cállate, tonto. –
Y yo obedecí. Porque ella estaba roja de la cara, y seguir insistiendo podría ser peor que implorar la muerte.