Capítulo 27: El castillo en la montaña.
Lo siguiente que recuerdo es que estaba en el auto, mi padre estaba conduciendo.
– ¿Despertaste? –
Preguntó mi padre, apenas lo escuché, no pude responder, me dolían las encías y la cabeza. Asentí con la cabeza, me sentía increíblemente débil y mareado, tampoco podía ver nada con claridad.
–Te encontramos inconsciente, tirado sobre la calle, no debiste venir hasta aquí… no voy a juzgarte, de todos modos. –
Escuché esas palabras de la voz de mi padre, todavía con eco.
–Fue imprudente. –
Volteé, al lado mío estaba mi madre, quien aún lloraba.
– ¡Déjalo en paz mujer! –
Mi padre reprehendió a mi madre.
–Está bien… no importa. –
Fue lo único que dije. Mi padre volteó a verme.
–Me preocupé. –
Sollozó mi madre. Quería decirle que no debió, quería decirle que lo lamentaba, pero mi mente no trabajaba con normalidad.
–Sé que te preocupaste, pero trata de entender un poco… –
Le dijo mi padre, tal vez arrepentido de hablarle así. Sentí algo de envidia de mis padres, como una hiel que se te pega a la garganta aunque no quieras. Recordar el porqué de ese sentimiento volvió a poner lágrimas en mis ojos.
–Yo entiendo… lo siento tanto, hijo. –
Mi madre me abrazó después de eso, pero yo no logré sentir nada. Es decir, sentí sus brazos achucharme, pero no me produjo ninguna sensación, ni alegría, ni consuelo, nada.
– ¿Estas herido? –
Preguntó mi padre, volteando de nuevo fugazmente.
–No… creo que no. –
Respondí como pude, tratando de que mi voz se escuchara por encima del ruido que la lluvia y el auto en movimiento producían.
–Tienes que volver y tomar un baño, podrías resfriarte. –
Recitó mi madre. Creo que ninguno de los dos estaba seguro de que debería decir. Fue entonces que me di cuenta de que mi ropa estaba mojada. Ni siquiera pude reaccionar a ello. Sólo sentía lo mojado de la ropa, pero mi cuerpo no devolvía impulso alguno.
–Si… Madre. –
Lo dije sin pensar. No podía pensar en nada en ese momento, entonces recordé que aún tenía la fotografía que ella me había dejado. La había guardado en mi pecho mientras corría, y aunque estaba algo húmeda, la tinta no se corrió, le di la vuelta para mirar la foto, y me puse a llorar.
Mi madre me sostuvo de la mano durante todo el rato. Lloré todo el camino a casa, y después de bajar del auto, y después de bañarme, y después de eso, al acostarme.
Dormí a causa del llanto, lo único que quería era desaparecer, y con ello, dejar de sentir ese vacío que me succionaba desde dentro, arrancándome las entrañas, como un gusano que te devora lentamente, sin descanso, ni piedad.
En mis sueños podía ver a Himiko justo como estaba la última vez que la vi, tendida y ausente, trataba de que despertara, pero fue inútil porque ella ya no estaba allí.
Me desperté con lágrimas en los ojos.
Salí de mi casa sin decir a donde iba.
––––––––––
El puente Yumioka.
Era un puente muy famoso en la prefectura, que casualmente estaba cerca de la casa, era famoso porque tenía los seis sentidos y marcaba el límite de cuatro distritos. También era la vía más rápida para entrar en la ciudad desde el norte.
Podían verse desde aquí varios parques que estaban cerca del puente, y los carros pasaban en todos los sentidos de los tres niveles que tenía el puente.
Yo estaba parado en el más alto.
Quería saltar.
Intentaba buscar un punto en el que la muerte estuviera completamente asegurada, es decir, donde caer desde el nivel más alto hasta el más bajo. Tendría que ser una caída de al menos veinte metros.
Llevaba en el cuello mi collar de oro.
Me dispuse a hacerlo, sin pensar realmente en nada que no fuera sólo saltar de allí. Aun me dolía la cabeza y el cuerpo, pero sentí que todo acabaría en un instante.
No me faltó valor, pero en ese momento, recordé a Himiko. Y no muy contenta.
La imagen de Himiko enfadada apareció frente a mis ojos como un espejismo producido por mis lágrimas y la falta de sueño y comida. No estaba feliz. Estaba enfadada, enfadada conmigo.
“Tú lo hiciste en primer lugar, ¿Por qué te enfadas entonces?”
La imagen no se fue, ni cambió, seguía viéndola allí, girando la cara como cuando se enfadaba conmigo.
“No tienes ningún derecho de reclamar, yo no quiero estar aquí, es todo”
Ella me miró, y volvió a girar la cara, no podía escuchar su voz, y estaba al tanto de que era una alucinación mía. Volví a mirar hacia abajo.
“Esto no es justo… ya me has arrebatado todo, no puedes quitarme esto también”
Entiendo que pueda sonar hilarante que yo estuviera teniendo esta discusión, porque sabía que ella no estaba allí de todos modos. Pero todo esto me puso en la cabeza la idea de que ella pensaría que soy un cobarde por lo que estaba a punto de hacer.
“No soy el hombre que tu necesitabas ¿Qué más quieres de mí? No pude defenderte cuando tú me necesitabas, no fui lo bastante fuerte.”
Sé muy bien que a alguien que realmente quiere suicidarse esas cosas no le importan, pero yo por otro lado, no podía sufrir algo así sin sentir nada.
Empecé a pensar que ella se enfadaría conmigo (Si, así como suena) si saltaba. Seguro que había algo que ella quería que hiciera, siendo tan orgullosa como era, probablemente no aceptaría a un suicida (aunque ella lo hubiera hecho) y un montón de pensamientos parecidos aparecieron en mi cabeza. Quizá fue solo mi instinto de auto–conservación, quizá fue que realmente yo no quería morir, quería que ella estuviera conmigo, que es diferente.
“Vale pues, todo se ha de hacer como tú quieres, todo tiene que ser a tu maldita manera”
En ese momento, y antes de que pudiera bajar con mis propios pies, alguien me derribó y caí al suelo, del lado seguro, obviamente.
– ¡No lo hagas! –
Reconocí el llanto de mi madre al tiempo en que ella me abrazaba como si estuviera a punto de perder lo que más le importaba en la vida.
–Por favor, por lo que más ames, no lo hagas, sé que duele mucho, sé que no puedo ayudarte, sé que nada de lo que yo diga la hará volver, pero por favor, no me quites a mi hijo. –
Esas palabras pusieron lágrimas en mi cara, de una índole muy distinta a las que habían estado allí anteriormente.
–Madre. –
Yo no había pronunciado una sola palabra desde que volví en el auto el día anterior, mi garganta se sentía extraña de tanto llorar.
–Por favor… me esforzaré, tu padre se esforzará… saldremos de esto… por favor. –
Creo que no quería que mi madre sufriera, tengo que admitir que causar dolor a mis padres fue otra de las razones por las que nunca volví a intentar algo así. Fue evidente para mí que algo así haría pedazos a mi madre, y probablemente a mi padre también, y sucediera lo que sucediera conmigo, yo todavía me sentía responsable por hacer felices a mis padres también. Himiko hacía buenas migas con mi madre, seguro que se enoja si les hago daño sólo por mi egoísmo.
–No iba a hacerlo… a ella… no le gustaría. –
Le dije, a media voz, mi madre comenzó a abrazarme, no le importó mucho que estuviéramos en público.
–Es cierto, a ella no le gustaría, sería… una deshonra ¿Si? –
La respiración de mi madre estaba entrecortada, supongo que ella se asustó, ni siquiera debí intentar esta tontería en primer lugar.
–Pero quiero ser un hombre. –
Respondí, ella asintió con la cabeza.
–Sé que serás un hombre maravilloso, ahora, vamos a casa… solo… vamos a casa. –
Nos pusimos de pie después de eso, y lentamente caminamos de vuelta.
Si había alguien inocente en todo esto (porque ni siquiera yo me considero inocente) esa era mi madre.
––––––––––
Volviendo a casa, mi madre preparó la cena con esmero, aunque fue muy obvio que ella cuidó sobremanera de no poner nada en ella que me recordara a Himiko, es decir, nada de lo que habíamos cenado cuando ella estuvo aquí. Temblaba nerviosa mientras me servía.
–Puedes estar tranquila, madre, sé que fue una perfecta estupidez. –
Ella me miró, creo que muy en el fondo, estaba enfadada por haberle hecho pasar un susto de ese calibre por mis tonterías. Pero eso no me lo iba a decir.
–Entiendo que lo que sientes es muy doloroso, pero no creo que ella hiciera lo que hizo pensando en que hicieras lo mismo, eso fue desconsiderado, y deberías disculparte con ella por ello también. –
Me dijo, yo la miré. Todavía me quedaba una duda en la cabeza acerca de lo que habían hablado entre ellas el día en que se conocieron.
– ¿Qué fue lo que te dijo? Madre, que te hizo confiar en ella con tanta facilidad. –
Mi madre sonrió para si por unos minutos.
–No necesitas saberlo. –
Dijo, haciendo un puchero, porque yo no había comenzado a comer. Fue evidente porque ella puso el plato de comida frente a mí.
–Claro que necesito saberlo. –
Repliqué, tratando de controlar las lágrimas para poder hablar decentemente con mi madre. Mi madre sonrió para sí mientras se acomodaba el cabello. Luego me miró, con lágrimas en los ojos.
–Ella me dijo, que debería guardar en secreto lo feliz que era porque tú estabas allí, lo mucho que ella te necesitaba, y el miedo que le daba despertar un día y darse cuenta de que estaba soñando. Me dijo que preferiría morir antes que separarse de ti, eso fue lo que ella me dijo. –
Y se limpió las lágrimas con una servilleta. Mi madre era alguien muy sensible en realidad, por… severa que pudiera parecer, esta clase de cosas podían golpearla muy duro.
– ¿Eso te hizo confiar en ella? –
–Yo creí que aceptándola impediría que te alejaras de tu familia como ella se alejó de la suya, y ya que ella no tenía una madre, podría sostenerse de mi cuando tuviera problemas. –
Explicó mi madre. Sonreí, eso era bastante parecido a lo que me había dicho Himiko acerca del tema. Al parecer, ambas pensaban igual con respecto a eso. Eso me dio una cierta seguridad al hablar con mi madre de aquello. Le conté, entre llantos, lo que Himiko me había propuesto aquella mañana en su habitación, mi madre me consoló diciendo que ver el futuro no estaba dentro de mis obligaciones, aunque ni así pude quitarme el pensamiento que tenía acerca del tema:
Tenía que haber dicho que sí.
––––––––––
Si había alguien culpable: era su padre. Eso sin duda.
Himiko dijo una vez, que si había algún japonés que se atreviera a hacerle daño, entonces eso lo volvería un traidor. Fue a la mañana siguiente cuando me desperté con una sola idea en la cabeza:
Venganza.
Y ese pensamiento me llevó a la idea de que acabando con lo que quedaba de la familia de Himiko, y con Ryoto, lograría tener paz. Es pensamiento no me dejó tranquilo. Cada día que pasó después de eso, comenzó a pesarme en la conciencia, era un día desperdiciado, así que, un día, sin decir nada a nadie, salí de la casa.
“Hay algo que tengo que hacer, volveré cuando sea un hombre, no se alarmen… no moriré.”
Eso fue lo que decía el papel que había dejado en mi puerta.
Y en lo profundo de la noche, salí de mi casa, llevando el collar de Himiko en las manos, y el odio que crecía en mi corazón. Caminé en dirección a la ciudad, pensando en si había alguna otra forma de hacer que Himiko dejara de mirarme con cara de enojada, pero lo que ella había dicho era demasiado claro, y por otro lado, yo todavía pensaba que su padre era el principal culpable de lo que había ocurrido.
Tenía que matarlo, tenía que hacerlo, por Himiko, y por qué no decirlo, por su abuelo también.
Esto se volvió para mí como una obsesión, una que no me dejaba en paz por mucho que tratara de dejarla de lado. Lo sé porque todo el camino intenté deshacerme de la idea por considerarla fantasiosa, poco viable, peligrosa, pero nada de eso me pareció lo suficientemente importante.
Era un chico de quince años enfadado. Él era un hombre con mucho dinero. Pero era precisamente por eso, que ese hombre no esperaba una venganza de mi parte, me creía demasiado pequeño, me creía inofensivo, había que demostrarle que estaba equivocado.
Ahora que bien pensado, no estaba equivocado.
Yo era realmente inofensivo, al menos en ese momento.
Había llegado a la casa donde había vivido todo este tiempo con Himiko para el amanecer, toqué la puerta. El vidrio que había roto la última vez seguía roto.
Oshizu–san, con los ojos hinchados por el llanto, abrió la puerta y retrocedió.
–Creo que ya no podré rentarte la habitación como antes chico. –
Dijo, malinterpretando mi presencia. Yo negué con la cabeza.
– ¿Puedo pasar? Oshizu–san. –
–Claro, te… serviré algo de té ¿De acuerdo? –
Pasamos, mientras me sentaba en la sala, pude ver que la casera había estado bastante mal emocionalmente hablando.
– ¿Se va? –
Pregunté, mirando algunas maletas que estaban recargadas en las escaleras. Ella me puso el vaso de té en la mesita.
–Quiero irme, lo más lejos posible de esto, quiero volver a mi tierra, allá en Hokkaido. –
–Buena suerte entonces. –
– ¿Qué harás tú, chico? –
–He venido a recoger algunas cosas que pertenecían a Himiko, no creo que permitir que su padre les ponga las manos encima sería una buena idea, por otro lado, esto no ha terminado. –
Oshizu–san evadió mi mirada, creo que esperaba esa respuesta.
–Supongo que no puedo pedir simplemente que lo olvides ¿Verdad? –
–No regrese nunca a la mansión, es todo lo que puedo decirle. –
– ¿Estás seguro chico? Su padre es un hombre poderoso, muy poderoso en realidad. –
–Eso no es importante ahora… algo que usted no dijo fue: ¿Qué fue lo que paso realmente? ¿Cómo fue? –
–Según el informe de la policía, la señorita se quitó la vida en la bañera, utilizando alguna cosa para cortar sus brazos y su cuello, murió asfixiada por la cantidad de sangre. –
Himiko ¿Por qué habría hecho eso? Me preguntaba. Aunque es cierto que la idea no puede haber estado demasiado lejos de su cabeza, si hablamos de lo que ella solía hacer con regularidad. Hasta cierto punto lo entendí.
–Haré lo que vine a hacer, luego me iré, supongo que no volveremos a vernos, siendo así, gracias por todo. –
Fue lo que le dije, poniéndome de pie.
–Si te sirve de consuelo muchacho, esa niña nunca fue tan feliz como cuando estuvo contigo, yo que la crié desde que era pequeña, te lo aseguro. –
–Gracias, si me sirve. –
Le dije, y subí las escaleras. Entré al cuarto de ella La habitación estaba intacta. Miles de vívidos recuerdos acudieron a mi cabeza en el momento en que crucé la puerta, ahora todo estaba en silencio, pero yo podía escuchar los ecos de su voz en mi cabeza a donde quiera que volteaba.
Siendo sinceros, yo todavía no me hacía a la idea de que ella ya no estaba. Caminé a través de la habitación sin poder detener las lágrimas en mis ojos.
“Tan sólo falta que te enfades por mi llanto.”
Dije a la nada, en voz baja, pensando en que, ella no podría ser tan cruel.
Saqué el baúl que estaba en el ropero. No era demasiado pesado, así que lo tomé, y como yo aún recordaba donde Himiko guardaba su llave me la llevé también. Dejé la casa después de eso, me resultaba abrumador seguir allí, me despedí de la casera, y tal como había pensado, aquella fue la última vez que la vi.
Ahora necesitaba un sitio donde guardar todas estas cosas, seguramente el señor vendría en algún momento para llevarse lo que quedara de sus cosas en este sitio, no creo que fueran importantes para él, por otro lado, el no deshacerse de ellas podría traerle problemas. Pensando en aquello, me dirigí al cementerio. Una vez que estuve allí, frente a la tumba del abuelo de Himiko, junté mis manos y recé para que me ayudara.
“Sé que he fallado, y que no merezco una segunda oportunidad, pero también sé que soy el único que puede llevar a cabo esta tarea, y pienso que debo hacerlo cuando menos para honrar su memoria, y la de ella. Ilumine mi camino para que pueda hacer justicia de aquellos que han atentado contra su linaje.”
Abrí el baúl luego, buscando el arma que había visto la última vez que esto estuvo abierto. Era una especie de katana, de esas que aparecen en las películas de guerra. La sostuve por unos momentos, esto bastaría, pero como he dicho antes, yo no tenía nada de fuerza, no la tuve entonces, y no la tendría así.
Seguro que de intentarlo ahora mismo todo lo que lograría sería hacer el ridículo, humillar a Himiko, y conseguir que me atraparan. Eso no era bueno.
En alguna parte tenía que haber alguien que me mostrara como tenía que usarla. Y después de eso la guardé en el baúl de nuevo.
No.
No estaba listo.
Tenía la voluntad de hacerlo, pero no las fuerzas ni los medios para lograrlo.
Primero tenía que resolver el asunto de mis medios, antes de intentar algo arriesgado. Y dejando allí el baúl, enterrado (Aunque ninguno de los Kamakura vendría aquí jamás, por algo fue que Himiko era la única que ponía flores aquí) me di la vuelta y me fui.
Caminé sin rumbo durante no sé cuánto tiempo, tenía apenas algo de dinero que utilicé para comprar comida a lo largo de mi viaje, a cada paso que daba, cada vez que respiraba, lo único en lo que podía pensar: Venganza.
––––––––––
No sé cuánto caminé.
Lo único que recuerdo con claridad, es que pasaron varios días, yo caminaba sin saber a dónde iba, o lo que estaba buscando, en el camino me encontré con gente amable, y con gente no tan amable, hasta que un día, por mirar algo que no logro recordar, una furgoneta por poco y me golpea. Iba tan despistado que no me di cuenta de nada.
Un sujeto se bajó inmediatamente a verificar que todo estaba bien, y que no se habían metido en problemas con nadie. Eran los mismos nacionalistas que Himiko adoraba tanto.
–Hey tú, fíjate por donde vas, podíamos haberte herido ¿sabes? No eres de plástico. –
Me dijo el sujeto, yo me acerqué.
–Disculpen, no volverá a pasar. –
Respondí, haciendo una reverencia. El sujeto sacó uno de sus panfletos, iba a entregármelo cuando miró el collar en mi cuello.
– ¿De dónde has sacado eso? ¿Eres ladrón? –
–Claro que no, era de mi novia. –
Le dije, pensé que estaba en problemas, pero como soy algo tonto, no quería acobardarme, otro sujeto salió de la furgoneta.
–Es el novio de esa chica linda, los he visto antes. –
– ¿Dónde está ella? –
Preguntó un tercer sujeto, yo giré la cabeza a un lado. Pero luego suspiré, en realidad, no tenía ninguna razón para ocultarlo, y siendo sinceros, me sentía que iba a morir. Pero el hecho de que Himiko confiara en ellos me dejó una especie de lazo con estas personas, que ahora era difícil ignorar.
Lo solté. Esta vez sin lágrimas, porque mis ojos estaban secos.
–Ella, ya no está, no en este mundo. –
Fue lo que dije.
–Una noticia funesta, sin duda. –
Comentó uno de ellos, los tres que estaban allí bajaron la cabeza en señal de respeto.
– ¿Y a dónde ibas? –
Preguntó uno, tratando de dispersar el ambiente tenso que mi historia les había transmitido.
–Busco a alguien que me pueda ayudar a ser fuerte, y así poder vengarme. –
– ¿Vengarte? –
Preguntaron. Supongo que les pareció gracioso que un chiquillo como yo pensara de esa forma.
–Sé que ahora mismo soy débil, pero necesito ser fuerte para poder vengarla y acabar con los traidores que le hicieron daño. –
– ¿Estás seguro de que algo no se te ha metido en la cabeza? –
Preguntó uno de ellos, en tono de burla. Otro, visiblemente mayor, le dio un codazo.
–Mira muchacho, puede que sepa de un sitio como el que buscas, pero ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? –
–Lo estoy. –
Respondí, con sequedad, no tenía ganas de perder el tiempo jugando a las adivinanzas.
–Tendríamos que llevarte en la furgoneta todo el camino, no somos secuestradores sin embargo, pero no es algo que toda la gente puede saber… una vez allá, tendrás que hablar con Dai Sensei, y explicarle la situación, él sabrá qué hacer con todo esto. –
Explicó. Sus palabras no sonaban del todo mal. Si este era el sitio en que me correspondía, posiblemente algo podría hacerse.
–Oye Motoraku, seguro que llama a la policía ¿entiendes? –
Se quejó uno de ellos, el que se había burlado antes. Supongo que lo que me estaban diciendo sonaba a algo peligroso, y en cierto modo ilegal, pero nada de eso me importaba en absoluto. Asentí con la cabeza.
–Vamos allá entonces. –
Motoraku miró a sus compañeros, quienes me pusieron una venda en los ojos, fueron amables, en cierto modo. Luego subí a tientas a la furgoneta, y arrancó.
––––––––––
Después de al menos cinco horas de camino, y de subir y bajar cuestas como tantas que hay aquí. Llegamos a una especie de templo. Lo digo porque eran unas largas escaleras las que había que subir, ya saben, decoradas con esos arcos que siempre decoran los caminos de los templos.
Al subir, me llevé la sorpresa más grande de toda mi vida.
Era un templo, o al menos eso parecía.
– ¿Qué es este lugar? –
Pregunté, el sujeto al que habían nombrado como Motoraku fue quien respondió.
–Primero tenemos que hablar con Dai Sensei, después te explicaremos lo que gustes. –
– ¿Impresionante no? –
Preguntó otro de los que venían en la furgoneta. Voltee a verlo sin decir nada, él sonrió.
–Ven, te llevaremos con el maestro, él sabrá que hacer. –
––––––––––
Y así fue como fui llevado a una sala de lo más tradicional, con personas de lo más tradicionales, que en un cuarto de lo más tradicional hicieron una reverencia tradicional y se sentaron de forma tradicional.
Y había en el fondo del recinto un hombre viejo. Quizá setenta u ochenta años le podrían ser calculados, aunque se veía bastante bien físicamente. Estaba calvo y llevaba puesto el atuendo tradicional de un jefe de guerra japonés. En la cara lucía una cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda, haciéndolo ver todavía más respetable, como las marcas en la corteza de un viejo roble.
Una inmensa bandera con el sol estaba colocada al fondo y no hacía falta mucho para darse cuenta de que, esta persona, había sido, al igual que el abuelo de Himiko, un soldado imperial. A pesar de la apariencia que pudiera tener todo esto, puedo decir que uno se sentía cómodo en ese sitio, se respiraba un aire agradable y solemne, aire que yo tuve que interrumpir con lo que le dije.
Un hombre se acercó a él y, supongo, explicó la situación, el Sensei me miraba de cuando en cuando, yo bajé la cabeza en señal de respeto. A cada cosa que le decían, el parecía asentir, aunque yo no estaba lo suficientemente cerca para escuchar lo que le estaban diciendo. Motoraku estaba a mi lado, expectante.
–Acércate muchacho, estas personas dicen, que sabes lo que ha sido del sargento Kamakura ¿Es eso cierto? –
Preguntó el anciano. ¿Conocía al abuelo de Himiko? No podía ser nada menos, yo bajé la cabeza, creo que ellos no lo sabían.
–El señor Kamakura, falleció antes de que yo pudiera conocerlo. –
El hombre abrió los ojos, mirándome con desconfianza. Luego reparó en el collar de oro que traía colgado al cuello.
– ¿Dónde obtuviste el collar? –
Preguntó el Sensei, yo me acerqué un poco y me senté frente a él, haciendo una reverencia.
–El collar me lo entregó Kamakura Himiko, la nieta del señor. –
– ¿Quién manda entonces en ese sitio? ¿Quién es el señor del clan? –
–Un traidor, señor. –
Respondí, las lágrimas acudieron a mis ojos, ahora no, maldita sea.
– ¿Traidor? –
Entonces le conté al Sensei lo que había ocurrido, comenzando desde el día en que conocí a Himiko, lo que ella me había dicho, lo que había ocurrido con su abuelo y lo que su hijo había intentado hacer con sus cosas, y lo que había hecho con los chinos, y lo que le había ocurrido a Himiko.
–Es por eso que estoy aquí, quiero ser fuerte, quiero aprender a amar lo que ella amaba, y a creer lo que ella creía, quiero ser el hombre que ella se merece. –
Estaba implícito que decir “el hombre que ella se merece” era igual que decir, “Quiero ser como su abuelo” que era, básicamente, la idea que tenía Himiko de cómo debería ser un hombre de verdad.
–La pena por la muerte del sargento Kamakura es un pesar muy grande para mí, porque era conocido y valiente, honorable además, y lo que dices sobre el nuevo heredero es grave, muy grave como para pasarlo por alto, pero ¿Por qué debería atender a la palabra de alguien que lleva sangre extranjera en sus venas? –
Hice una reverencia. Tenía razón, y fuera de lo que pudiera pensarse, no era un insulto, sino una pregunta, quiero decir que él realmente esperaba por mi respuesta.
–Es cierto que llevo sangre extranjera en mis venas. –
Le respondí, alzando la vista, más que mirándolo a él, mirando la bandera, y en ella, a Himiko.
–Si pudiera deshacerme de ella lo haría con gusto, pero eso es pedir imposibles, sin embargo, he nacido aquí, tanto como mi padre o mi madre, que son ejemplares en todos los sentidos, llevo un nombre japonés, he crecido y estudiado aquí, nunca he tenido tratos con extranjeros, fuera de una pelea con un ladrón que no nació aquí, fui atrapado por los bellos ojos de una chica japonesa y lo intenté todo para hacerla feliz, un hombre que se dice japonés por llevar la sangre japonesa traicionó todo lo que Japón representa al hacerle daño a la más hermosa de las mujeres que pudo dar esta tierra, y como buen japonés, juzgo el acto imperdonable. Todo lo que pido, es la fuerza que me falta para vengar la afrenta, no solo la mía, sino a todo el país, por un crimen que no puede tener perdón. –
Dai Sensei asintió, y si no fuera tan serio, pienso que habría sonreído.
–Te daremos comida y asilo, además de entrenamiento, a cambio, ayudarás en todo aquello que puedas ayudar a las personas que hay aquí, esperamos mucho de esa ayuda, no nos defraudes. –
–Trabajaré duro. –
Respondí.
–Es todo. –
Y nos pusimos de pie, hicimos la reverencia, y Motoraku se acercó a mí, colocando su mano sobre mi hombro.
–Vamos, te mostraré lo demás ahora, parece que vas a estar aquí por un tiempo. –
–Eso parece. –
Respondí, suspirando.
–––––––––
Al salir del recinto principal me di cuenta de que el lugar era mucho más grande de lo que pareció en un principio. ¿Era aquí donde vivían estas personas? A diferencia de lo que yo pensé al llegar, era mucha, mucha gente, quizá doscientas personas, mirara a donde mirara, había personas trabajando, algunas señoras ayudaban a poner cosas en camionetas de carga, había gente barriendo y reparando uno de los techos. De pronto estaba volviendo en el tiempo, a mediados de la era Meiji, quizá antes.
Podía sentirse un fuerte sentimiento nacionalista. Puede que fuera la gran cantidad de banderas colgadas, también puede que fuera el enorme letrero colgado en la entrada del recinto de donde acababa de salir:
“Hakkō ichiu”
Parecía que estaba en algo así como un fuerte.
Había un par de camiones de carga estacionados cerca de allí, y varias furgonetas, todos los edificios podían notarse haber sido expandidos o adaptados, de una o de otra forma. Quizá esto era algún templo que había sido abandonado, o tal vez estaban aquí desde siempre.
Había algunos muros en algunas partes, que no comprendí para que eran en ese momento. Sin embargo, la intensa actividad, combinada con el folklórico paisaje, intensamente japonés, atrajeron mi atención. Posiblemente este era el sitio correcto.
– ¿Estás listo entonces? Te mostraré tus habitaciones, no esperes nada lujoso. –
Me dijo Motoraku, parecía amigable.
–No estoy de vacaciones. –
Respondí. Comenzamos a caminar.
Llegamos a un pasillo largo dentro de uno de los edificios principales, el piso era de madera y estaba impecablemente limpio y reluciente. Se sentía culpa de caminar sobre de él.
–Todos tenemos habitaciones conjuntas, dormirás junto con otros tres compañeros, la limpieza la hacemos una vez al mes, asegúrate de poner tus pertenencias afuera para ese día. –
–Entendido. –
–Sé y todos sabemos que has pasado por situaciones difíciles, pero procura adaptarte pronto ¿De acuerdo? Tarde o temprano, habrá muchas cosas que dependan de que hagas bien las cosas que te corresponden. –
Me dijo, corriendo una puerta hacia la derecha.
–Esta va a ser tu habitación, espero que puedas sentirte cómodo en ella, es algo pequeña en realidad, seguro que tardas un poco en acostumbrarte, aun no tienes compañeros, de todos modos. –
–Creo que… pasaré la mayoría del tiempo fuera de ella, así que está bien. –
Había cuatro futones extendidos en el suelo, también había una pequeña mesa, y algo parecido a un anaquel. Una ventana.
Eso era todo lo que había.
Por alguna razón estaba solo, no es que me molestara en los absoluto, pero no pensaba que fuera lo suficientemente “especial” para tener una habitación para mí. Me acosté en el futón, estaba cansado, como nunca lo había estado en mi vida, y cada vez que cerraba los ojos, pensaba en Himiko, la imagen de su rostro, todavía enfadada, no abandonaba mi cabeza.
¿Por qué estaba molesta? Me preguntaba. Bueno, seguro que esto era sólo el comienzo, pero tenía un objetivo, sucediera lo que sucediera ahora, no debería olvidar para qué estaba en este sitio. Eso fue lo que pensé.
Las lágrimas salieron de mi rostro sin que yo pudiera evitarlo. No tenía pañuelos, así que utilicé una de mis camisetas para quitármelas de la cara. Sólo tenía tres, por fuerza tendría que encontrar tiempo para lavarlas mañana.
Lloré hasta que me quedé dormido.
Soñé con Himiko, y con aquella ocasión en la habitación.
Tenía que haber dicho que sí.
––––––––––
Al día siguiente me desperté a primera hora con el sonido de la trompeta. No hubo tiempo de llorar más, tenía que salir cuanto antes y estar listo para lo que sea que viniera.
Creo que fue de gran ayuda que la trompeta fuera lo que me despertara, esperar el sonido de la alarma en el teléfono hubiera sido triste por estar pensando en Himiko. Al menos ahora no tuve tiempo de pensarlo demasiado, y aunque siempre estaba en mi cabeza, al menos ahora tenía una excusa para decir “Hay cosas que hacer ahora mismo, no puedes enfadarte conmigo por ello.”
Después de reunirnos todos en el patio central, éramos como doce jóvenes que estábamos esperando las tareas que habría que hacer, un sujeto a quien yo no conocía comenzó a repartir deberes, me tocó ayudar en la cocina.
Pasé la mañana en eso. Haciendo el trabajo que las dos mujeres que estuvieran trabajando me fueran solicitando. La mayoría de las veces, cargar ollas enormes, muy pesadas para que las cargara una mujer.
No soy demasiado fuerte, pero soy un hombre.
–Ha pasado mucho tiempo desde que un chico tan joven nos ayuda en la cocina, no te sobre–esfuerces, muchacho. –
–No lo haré señora, muchas gracias. –
Me dijo una de ellas, que había pedido que regresara un par de sacos de arroz a un almacén.
Luego de que terminamos de lavar todos los trastes (yo sólo los acomodaba, en realidad) llegó un hombre, vestido con una camisa negra de mangas cortas y un pantalón color… ¿café?
–Vamos muchacho, ya has terminado aquí, es hora de comenzar. –
Comentó, haciendo una seña para que lo siguiera, me despedí de las señoras de la cocina, prometiendo volver a ayudarles en cuanto fuera posible.
En la entrada de uno de los edificios me recibió otro sujeto.
–Viene a su primera prueba. –
Anunció el que me acompañaba. No pregunté sus nombres en ese momento, ni siquiera sabía si esas cosas eran importantes aquí.
– ¿Entrenará? –
–Dai Sensei lo entrenará personalmente, dijeron. –
–Lo siento por él. –
Ellos tuvieron esa conversación y entramos al edificio después. Ignoro por qué lo sentía. Por el maestro o por el alumno. Pero me esforzaría.
Los dos que venían conmigo, abrieron la puerta. Era un cuarto completamente vacío y limpio. no había muebles, ni ventanas, únicamente el suelo, las paredes, y el techo. Y había en el techo una lámpara y en una de las paredes había un cuadro blanco. Era todo.
– ¿Qué hacemos aquí? –
Pregunté, por puro instinto.
–La prueba del agua. –
Me dijo uno de ellos, entregándome un palo de madera, grande y ancho, bastante pesado.
–Mejorarás tu resistencia y tu fuerza… ¿Vez el cuadro blanco? –
Apuntó el otro, tomando dos baldes de metal, salió del cuarto luego de eso. mi compañero colocó el palo a través de mis hombros, de modo que yo pudiera sostener los extremos del palo, uno a cada mano, y el otro volvió con los baldes llenos de agua y los colocó, uno en cada extremo del palo.
–Debes mirar el cuadro blanco, piensa lo que quieras en él, mientras tanto, debes resistir sin derramar el agua. –
– ¿Cuánto tiempo? –
–Eso lo decides tu… ¿Cuánto tiempo puedes aguantar? –
Así que era una prueba de voluntad… dos horas debería ser una buena marca. Imaginé (e imaginé bien) que, como todas las otras pruebas y ejercicios que había en este sitio, lo haría muchas veces. Siendo así, dos horas deberían ser suficientes para el primer intento.
No soporté ni veinte minutos.
Quise volver a llenar los baldes para intentarlo de nuevo, pero al escuchar el ruido, me detuvo.
–Ahora mismo soportarás menos incluso que la primera vez, debes entrenarte mejor, luego volver a intentarlo. –
–Acometes el problema con el mismo cuerpo y la misma mente, el resultado será el mismo. –
Dijo el otro.
–Bien, ahora que sabes de lo que se trata la primera prueba, deberás repetirla en cuanto sea posible, por ahora creo que deberías terminar con tus deberes. ¿Tienes algo que hacer? –
Lo pensé por un momento.
–Tengo ropa que lavar, sacar el futón, trapear el piso, y tengo hambre. –
Supuse que aquel primer intento sería único. Quiero decir que todas las otras veces que lo intentara estaría solo. Después de eso
–Haz lo que debes hacer entonces, ve al comedor a las seis de la tarde para la cena. –
Respondió el sujeto, mostrándome una sonrisa rara. Y luego de eso, fui, limpié el piso de la habitación, lavé ropa, acomodé de nuevo los futones, y salí a buscar el comedor a las cinco y cuarenta.
Después de la cena, que no era demasiado lujosa pero si era bastante y nutritiva, nos fuimos a la cama, para despertar al día siguiente a las cinco de la mañana con el sonido de la trompeta.
Ese fue el primer día de muchos en ese lugar. Trescientos sesenta y cinco. Un año.