Capítulo 32: Lo hecho, hecho está.
La puerta de la tienda de regalos volvió a sonar cuando pasé a través de ella. Eran las once de la mañana y yo quería comprar una nueva caja musical para Himiko. Creo que una parte de mi quería saber que había pasado con Yamaki luego de todo esto.
La gente me miraba extrañada durante el camino, pero no les presté demasiada atención, supongo que era muy extraño que un chico llevara una urna como esa por la calle, pero a causa de lo que era, creo que nadie se iba a atrever a preguntar, ni siquiera la policía, simplemente me dejaron seguir como si nada.
Cuando entré, como había dicho, a la tienda de regalos, había un hombre que parecía que estaba comprando algo, pude distinguir a la madre de Harusaki desde detrás de los anaqueles donde me encontraba, pero pensaba en esperar a que ese cliente terminara su compra, en ese momento me di cuenta de que no era un cliente.
El hombre dio un golpe en la cabeza a la señora tras la caja registradora y amenazó con algo. Yo me oculté por unos momentos, para poder observar mejor lo que estaba pasando. Parecía que el hombre quería el dinero que había en la caja ¿Tenía que pasar justo ahora?
Me preguntaba mientras, en silencio y sin ser visto, me acercaba al hombre, la señora tenía el golpe en la cara y se cubría con la mano, llorando y diciendo cosas como “No me lastime” pero no se defendía. Fue entonces que me di cuenta de que el hombre le amenazaba con un arma de fuego. No me siento ningún justiciero, pero pienso que no hay nadie, que, sabiendo lo que yo sabía, pudiera quedarse como si nada en una situación así. Así que hice lo que tenía que hacer: intervine.
Coloqué la urna de Himiko sobre el suelo al lado de los anaqueles, y luego salí de allí en silencio, tomando algo de lo que vendían, sin darme cuenta de lo que era, y golpeando al sujeto en la cabeza con él. El objeto (que resultó ser un florero) se rompió, parecía que era de cerámica o algo así, espero que no fuera muy costoso.
Lo siguiente que supo, es que había alguien detrás de él, sosteniéndole por el cuello. Fue entonces que me di cuenta de que el arma no estaba cargada, o no era real (de otro modo quizá la habría disparado) pero siguió forcejeando mientras yo usaba mi mano libre para golpearlo en las costillas. Después de un poco de forcejeo, la policía llegó.
Lo que se esperaba, arrestaron al hombre, y se lo llevaron. Yo me disculpaba con la señora.
–Lamento haber roto esa cosa, pero no encontré nada más apropiado. –
Le dije, ocultando el hecho de que llevaba un arma blanca atada a la espalda, y otra bajo el pantalón, el abrigo me ayudaba a ocultarla. Y si se diera cuenta probablemente estaría asustada de mí también. No quería eso.
–No importa muchacho, al contrario, soy yo quien tiene que agradecerte por lo que hiciste por nosotras… –
Respondió ella, no había rastro de Harusaki, de pronto se quedó un momento mirándome. Había aún dos oficiales revisando el lugar y tomando fotografías.
– ¿No nos conocemos de algún sitio? –
Preguntó ella, reconociéndome a medias. La verdad es que no pensaba que hubiera cambiado tanto desde la última vez que nos vimos, pero creo que con el tipo de trabajo que tenía, no era posible que recordara a un cliente que vino aquí un par de veces hace más de un año.
– ¿Qué es todo este alboroto? –
Preguntó una voz familiar desde detrás de mí, yo volteé y vi a Yamaki, estaba algo más… robusta de lo que yo la recordaba, especialmente en sus mejillas. Aun así, más que desagradable, me pareció un poco graciosa. Era Yamaki, de eso no había ninguna duda.
–¡Policía! –
Gritó Yamaki al verme y al ver a su madre con el golpe en la cara, creo que pensó que el que le había atacado era yo. Pasamos un buen rato riéndonos cuando su madre le explicó lo que había pasado, pero al parecer, Yamaki no me reconoció tampoco. ¿Tanto había cambiado? Me preguntaba.
–––––––––
Después de unos momentos, Yamaki y yo estábamos afuera de la tienda, sentados al lado del otro como en los viejos tiempos… pero ella… bueno.
–Bueno, salvaste a mi mamá, eres un héroe, pero todavía no sé tu nombre. –
Me dijo, mostrándome la mejor de sus sonrisas.
–Es un alivio saber que estás bien, Harusaki–chan. –
Yamaki me miró perpleja, incluso tuvo un sobresalto, pero en su mirada comenzaron a aparecer lagrimas poco a poco, a medida que sus ojos se iban iluminando.
– ¿Tento… Daitako? –
Yo sonreí, dándome la vuelta, haciendo el ofendido por no recordar quien era.
–Ya me ves. –
Le dije, sin mirarla, ella se paró frente a mi inmediatamente.
–¡Desapareciste un día sin decir nada! ¡Todos te dieron por muerto! –
Me gritó.
–No es para tanto… –
Respondí cuando me di cuenta de que ella estaba llorando. Bueno, siendo sinceros no estaba tan lejos de la realidad, estuve muerto, todavía lo estaba.
–Tenía cosas que hacer. –
Le dije, girando la cara, un tanto avergonzado por la reacción tan amistosa y sensible que ella estaba teniendo por alguien que no se preocupó en lo más mínimo por ella.
–No tienes idea de cuánto te odio, de cuanto te he odiado todo este tiempo, siempre haciendo las cosas a tu manera, sin escuchar a nada ni a nadie, y nadie sabía nada… –
Se quejó, y continuó quejándose mientras yo me quedaba callado. No odiaba a Yamaki, y aunque sabía que las cosas no pudieron ser de otro modo, también entendí que ella nunca estuvo en la mejor posición.
–Tenía mis asuntos. –
Respondí, acercándome a ella y limpiando sus lágrimas con mis dedos, lo hice sin pensar, pero como sin duda se entiende, aquello significó mucho para ella.
–De nada sirve que vengas ahora… tengo un novio. –
Se quejó ella, llorando más.
–Lo siento, no es eso, es que, no está bien que te des el lujo de llorar, por alguien como yo, que como tú has dicho, te abandonó cuando lo necesitabas. –
Le dije, retirándome, ella giró la cara.
– ¿A dónde rayos estabas de todos modos? ¿En la playa? Estás todo quemado. –
Dijo, supongo que se refería a mi color de piel, todo el tiempo que había pasado en aquel lugar me había bronceado la piel por el trabajo bajo el sol.
–Lamento haberme ido sin decir nada, eran asuntos muy serios, de los que no puedo hablar realmente, sólo quiero decirte que sé lo desconsiderado que fue, y que lo siento… por otro lado me alegra en verdad que estés bien. –
Yamaki volteó a ver la urna que estaba a mi lado, y bajó la cabeza por un momento, sin decir nada, supongo que se preguntaba lo que había allí, pero no iba a decirle nada de eso. Ahora eran cosas que no le correspondía saber a nadie excepto a mí.
– ¿Dónde vives ahora? –
Preguntó Yamaki de pronto, como tratando de cambiar un poco el tema.
–Volveré a casa de mis padres, ya no tengo nada que hacer aquí, en realidad venía solo a comprar una caja como las que compre la primera vez. –
Le dije, ella fingió reírse, con coraje.
–Eso es un pretexto muy malo, querías ver a mi mamá. –
–Solo vine por la caja. –
Respondí, pero era mitad mentira y ella se dio cuenta de ello.
–Es una pena. –
Dijo, y se levantó, entrando a la tienda después, que estaba a mis espaldas, yo volteé mientras escuchaba el sonido de la caja registradora.
–Es una pena porque esta era la última y acabo de comprarla ¿Lo ves? –
Me dijo, mostrándome el ticket de compra. Me llevé una palma a la cabeza.
–Eso quiere decir que no puedo tenerla ¿verdad? –
–Eso depende. –
Respondió ella sin mirarme, hubo algo en su tono de voz que me dijo que ella no iba a dejar que esta oportunidad se le escapara.
– ¿Qué quieres? –
Pregunté, suspirando.
–Tienes que prometer que volverás, que no desaparecerás de nuevo, quiero tener una cita. –
Respondió, luego volteó a verme, jugando nerviosamente con el moño color rojo que colgaba de su cuello en el uniforme.
–Acabas de decirme que tienes novio. –
– ¿Y vas a contárselo? –
Preguntó ella con cierto sarcasmo, suspiré, al parecer, aquello no le importaba demasiado, si es que realmente lo había.
– ¿Entonces sí o no? –
Respondió ella, enfadándose, y colocando la bolsa con la caja en el suelo, amenazando con pisarla allí mismo. suspiré, más que por obtener la caja, lo hice porque ella parecía verdaderamente aferrada a obtenerlo, hablo de que ella insistió mucho durante el tiempo que nos conocimos.
–De acuerdo, pero no puede ser ahora, tengo que volver a casa. –
–Pero será una promesa. –
Y entonces ella puso la caja en mis manos. Yo sonreí. No había cambiado mucho, seguía siendo la misma chica atrevida que yo conocía.
No puedo decir que no lo entendiera. Ella era mucho más decidida de lo que yo lo era, importaba muy poco si lo que hacía o decía estaba mal, Harusaki era alguien que sabía ver la oportunidad y la tomaba, sin pensar demasiado en las consecuencias. Envidiaba eso de ella, si yo hubiera actuado con esa decisión… bueno, al menos eso tenía que reconocerlo. Me fui de allí pensando en esas cosas.
––––––––––
–La cena está lista, Cariño. –
Escuché eso mientras me acercaba lentamente al que era mi jardín. La cerca había cambiado de color. Escuché el sonido de la máquina de cortar césped apagarse mientras me acercaba. El corazón me latía con fuerza. No quería llegar allí, no quería perturbar a esas personas luego de todo el daño que les había hecho.
Pero siendo sinceros, no creía que hubiese otro sitio a donde yo perteneciera, y por otro lado, extrañaba mucho a estas personas, mis padres, las únicas personas en el mundo, que se preocupaban de mi aunque yo les ignorase. ¿Qué iba a decir ahora? Estar pensando en tantas cosas que habían pasado no me dejaron pensar en lo que diría al volver a casa, con una urna funeraria en una mano y una espada ensangrentada en la espalda.
Una voz dentro de mi cabeza me dijo que no tenía derecho a volver. Me quedé parado sin acercarme más, al tiempo que miraba a mi padre acercarse a mi madre. Las luces de las calles comenzaban a encenderse porque estaba oscuro ya. La verdad es que estaba muy cansado, había pasado demasiado tiempo sin dormir.
Fue entonces que escuché la voz de mi madre de nuevo, temblorosa, con el llanto aferrado a salir y ella aferrada a detenerlo.
– ¿Nada? –
–No. –
Respondió mi padre, y escuché la puerta al cerrar. No había que ser inteligentes para entender que, después de todo este tiempo, mi madre aún alimentaba la esperanza, de ver a su hijo cruzar esa cerca un día. Probablemente mi madre hacía esa pregunta a cada momento de su vida.
Mi única pregunta era ¿Reconocería a su hijo cuando lo viera?
Porque no lo reconocía ni yo.
Con el corazón latiendo a toda velocidad, y las manos sudando, me acerqué y toqué la puerta. Escuché sonidos nerviosos del otro lado, creo que mis padres lo presentían.
–Es él… es él… Soichiro.–
Las palabras nerviosas en la voz de mi madre.
–Calma mujer, iré a ver quién es. –
Mi padre tratando de calmarla.
–Abre la puerta pronto.–
Mi madre negándose a entender.
Y mi padre abrió la puerta, me miró por un momento, supe que me reconoció porque su rosto mostró coraje inmediatamente.
– ¿Hay espacio en la mesa, para uno más? –
Fue lo primero que se me vino a la mente. Poco a poco, la expresión ceñuda de mi padre fue cambiando, en ese momento mi padre fue apartado del camino.
–¡Daitako eres tú! En el nombre del cielo ¡Eres tú! –
Gritó mi madre, abrazándome con todas las fuerzas que tenía, por poco me derriba, física y emocionalmente, porque después de eso, se puso a llorar desconsoladamente.
–Creí que… –
Quiso quejarse, pero su llanto se lo impidió, mi padre volvió a acercarse a mí, mirándome con una sonrisa esta vez.
–Te tardaste bastante, hijo. –
Me dijo, mientras le ayudaba a ponerse de pie.
–Lamento haberlos preocupado, pero se acabó… –
– ¿Volverás a casa ahora? –
Preguntó mi madre con un gimoteo, mirándome con los ojos hinchados, era una mirada que daba pena ver, sobre todo porque yo sabía que ese abatimiento marcado en su rostro era mi culpa, y que posiblemente, tal cual yo lo hacía, ella había estado llorando muchas noches después de que yo me fui.
Asentí con la cabeza, incapaz de decir palabra sin ponerme a llorar, mi madre se puso de pie después de ello, secando sus lágrimas con rapidez.
– ¿Quieres cenar? –
Preguntó mi padre, pues mi madre parecía tener dificultades para tranquilizarse.
–Sí, me gustaría. –
–Bien, deja tus cosas en la barra y ve a cambiarte ¿De acuerdo? –
Dijo mi madre, tratando de sonreír. Yo asentí.
Fue lo que le dije, y luego de eso me dejaron pasar y entramos a la casa, sobre la barra de la cocina, puse la mochila que llevaba, y dejé la Nodachi también, sin pensarlo demasiado. Luego subí al que siempre había sido mi cuarto, y puse la urna bajo mi cama. Por supuesto que no pretendía que permaneciera así, pero ahora mismo estaba cansado, y solo quería comer y dormir.
Pude escuchar las voces de mis padres.
–Lo importante es que está en casa, mujer, ahora mismo no hay que preocuparse sino por eso. –
–Trae un arma. –
Comentaba mi madre, preocupada, eso me trajo a la mente las escenas de lo que había pasado con Ryoto y en la mansión Kamakura.
–Sí, la vi desde que entró ¿Y? –
Seguí escuchándolos mientras iba al baño a lavarme la cara y las manos. Una pregunta saltó en mi cabeza. ¿Mi padre sabía lo que había hecho?
–Tiene sangre… Soichiro… el arma tiene sangre… –
Se quejó mi madre angustiada. Yo sonreí amargamente. No debí dejar la espada en ese sitio, pero ya no estaba pensando con claridad, como dije antes, necesitaba dormir. Escuché como mi padre seguía tratando de calmar a mi madre.
–Déjala allí, no tienes por qué verte envuelta en ello, sólo déjalo estar. –
–Pero… ¿Qué si nuestro hijo es un criminal? –
– ¿Y que si lo es? ¿Y que si no lo es? Nada de eso es importante ya mujer, lo ha dicho él mismo, lo que sea que fuera, ya se terminó, está aquí. –
–No nos lo dirá si se lo preguntamos… ¿cierto? –
–Tú… no lo has olvidado ¿verdad? –
Preguntó mi padre.
Escuché a mi madre suspirar mientras salía del baño.
–Tienes razón… no voy a angustiarme por esto… sea lo que sea, ya no es importante. –
Dijo mi madre, más para sí misma que para mi padre, quien parecía ansioso por comenzar a comer. Bajé lentamente las escaleras. Mi madre volteó a verme, era obvio que todavía se sentía descontenta con muchas cosas, pero parecía que por ahora, el hecho de que hubiera vuelto a casa era suficiente. Aun me debatía entre decirle o no a mi madre lo que había pasado, quizá no se lo diría nunca, no era nada que ella necesitara saber, después de todo.
Mi madre puso los platos en la mesa mientras mi padre acomodaba no sé qué cosas.
Y entonces, cuando voltee a verla, quizá preguntándome si mi madre desconfiaba de mi por lo que estaba sucediendo, ella me miró a los ojos, y con una mirada que no expresaba otra cosa que alegría, me dijo:
–Bienvenido a casa, hijo. –
–––––––––––
Esa noche, soñé con Himiko. Por primera vez en mucho tiempo.
Ella estaba parada junto a su ventana. No sé qué tenían las Kamakura con las ventanas, pero las hacía verse lindas, a cada una por sus razones, no piensen mal. Como decía, ella estaba parada contra su ventana. No me miraba, así que me acerqué.
– ¿Estas feliz ahora? –
Pregunté, más que nada para que ella volteara. Himiko volteó, había una marca de triunfo en su rostro, aun así, ella parecía preocupada.
–Lo estoy. –
Dijo, no fue muy expresiva, yo me enfadé un poco. Después de todo lo que había hecho por ella.
– ¿Ahora qué? –
Pregunté, ella me miró a los ojos, con lágrimas en los suyos, y lentamente, bajó sus brazos que había mantenido cruzados en su pecho.
–No sé… ¿Qué quieres hacer? –
Preguntó ella, sonriendo levemente, casi con culpa.
–Quiero morir. –
Le dije, secamente. Tratando de no llorar. Ella se puso seria, y giró la cara, pero no dijo nada después de eso.
–No me dejarás ¿Cierto? –
Pregunté, con lágrimas en los ojos, ella no respondió, tampoco hizo ningún gesto. Desesperado, me puse de rodillas, y comencé a llorar.
– ¿Cuánto más tengo que soportar? Deja que termine, por favor… por lo que más ames… por favor. –
Y bajé mi cara llorando, sentí una palma acariciar mi cabeza, al tiempo que una voz infantil me decía “Ya pasó, ya pasó” y cuando alcé la vista, vi a Mikako, vestida con un bello vestido rojo, parecido a los que usaba Himiko, solo que a su talla. Himiko se paró frente a mí.
– ¿Un poco más? –
Preguntó Himiko, yo la miré, sin entender. ¿Cuánto era un poco?
– ¿Qué debo hacer? –
Pregunté, Himiko sonrió.
–Vive. –
Fue lo que ella dijo.
–No puedo hacer nada sin ti. –
Le reclamé, poniéndome de pie, pero ella no se ruborizó a pesar de lo cerca que estábamos.
–Entonces puedes hacerlo todo, yo siempre estoy contigo. –
Fue lo que Himiko respondió. En realidad yo no tenía otra opción más que creerlo, porque si no lo creyera entonces seguro que me volvería loco. Y tampoco me atrevía reclamar por cosas que a este punto parecían triviales, lo acepté, y como tal, baje la cabeza. Himiko me abrazó.
–Yo siempre voy a cuidar de ti. –
Me dijo. En ese momento, desperté. Era la primera vez en todo ese tiempo, en que al soñar con Himiko no regresaba a aquel día en este mismo cuarto. Me puse de pie, creí aún no amanecía, ni siquiera sabía qué hora era, ni tenía idea de lo que el sueño había significado.
Mirar el reloj me hizo darme cuenta de que era media tarde. Tenía frio y afuera estaba nublado, pero ya no parecía querer llover, al contrario, el viento helado que soplaba estaba llevándose las nubes con él, lentamente. Lo digo porque el sol alcanzaba a entrar por pequeños agujeros en las nubes. Mi madre estaba tendiendo ropa en el patio cuando salí.
Volteó a verme inmediatamente en cuanto salí por el patio trasero.
–No sabía que habías despertado. –
Se disculpó. “En serio madre, no tienes que permanecer a mi lado cada segundo, está bien si te importo un poco menos, me lo merezco.” Pensaba.
–No quiero molestar. –
Le dije a media voz, mientras ella se acercaba limpiándose las manos con el delantal.
–Estás todo quemado, pareces una galleta de jengibre, y estás sucio además. No has tomado un baño en mucho tiempo ¿cierto? –
–No. –
Respondí, bajando la cabeza.
– ¿Y qué haces aquí entonces? Ve a tomar un baño, quiero que estés listo para la hora de la cena, anda. –
Me di la vuelta luego de las indicaciones de mi madre, ella actuaba como si nada hubiera ocurrido, como si yo no la hubiera abandonado en absoluto. Y yo, que sabía lo que había hecho, no podía soportar esa mirada.
Mientras me bañaba, pude ver claramente como alguien corrió la cortina de la ventana. Estaba seguro de que era una mano la que movió la cortina, pero cuando me puse de pie y miré, no había absolutamente nada. Estaba empezando a pensar que veía cosas, por otro lado, el baño estaba en el segundo piso. Lo ignoré mientras salía del baño.
––––––––––
Durante la cena, mi madre se dedicó a cuestionarme sobre si estaba bien, si me dolía algo, si no estaba herido o enfermo. Todas esas cosas. Pero tal cual le había indicado mi padre, ella nunca preguntó sobre lo que había ocurrido antes del día de ayer.
Después de la cena y de que mi madre se fue a dormir, me quedé solo. Fue entonces que tomé la urna y la llevé bajo ese gran árbol.
Una vez allí, usando una pala que había tomado prestada de las herramientas de mi padre, comencé a cavar un agujero para ponerla dentro.
Lo hice así porque recordaba lo que había pasado en este sitio, y porque pienso yo, que nunca se sintió tan feliz como estando sentada en este lugar, por algo fue que se acostó conmigo nada más al regresar a casa. O que me propuso matrimonio al día siguiente. Por otro lado, era un sitio al que podía venir todos los días. En ese momento alguien se acercó, y esperé a que se acercara completamente para saludarlo: Ibiki.
–Pensé que estabas muerto. –
Me dijo, sonriendo de una forma extraña.
–Lo sé, yo también lo pensé. –
Si estuviera muerto, no estaría haciendo esto, no estaría doliéndome tanto, no sentiría vergüenza de la mirada de mi madre, y no me molestaría en volver a este sitio.
– ¿Qué haces cavando un agujero a media noche? –
Preguntó él, luego miró la urna.
–Un entierro, ayúdame. –
Le dije, con intenciones de que se asustara y se fuera, pero él puso cara de decepción, llevándose una mano a la barbilla.
–De esa forma nunca funcionará, tienes que poner tablas alrededor para que la tierra no se trague la urna. –
Me dijo él, mirando el agujero con desprecio. Yo volteé a verlo con ojos asesinos, pero él no se inmutó. Fue ese interés en lo que estaba haciendo, y ese silencio acerca de por qué lo estaba haciendo, lo que me hizo confiar en él. Le respondí enojado, eso sí.
– ¿Por qué no me ayudas entonces? Señor experto. –
–Vamos entonces, deja la urna en ese sitio, iremos a mi casa por unas tablas y las pondremos de modo que podamos hacer una segunda caja. –
Explicó. Miré a todos lados, no pasaba nadie, y nadie iba a tocar una cosa de estas sólo así. En cierto modo, era bastante seguro, creo que no esperaba lo que pasó después.
El maldito arrancó tres tablas de su propia cerca. En ningún momento se cuestionó sobre lo que estaba haciendo, tampoco le importó mucho que sus padres pudieran enfadarse si lo veían. Creo que de alguna forma, Ibiki entendió que esto era muy importante.
Vamos, podemos acomodarlas así para que detengan la tierra en su lugar, y siga igual de firme que siempre, de ese modo aunque alguien pasara sobre de ella por accidente, no se hundiría.
–Ni siquiera me voy a molestar en preguntártelo, es obvio que sabes lo que haces, vamos. –
–Cuestión de lógica. –
Me dijo, yo voltee a verlo y sonreí. Era su frase, su frase de siempre.
– ¿Dónde has estado? –
Preguntó casualmente.
–Llorando aquí, vengándome acá… en muchos lados. –
–Suena a que ha sido difícil. –
Me dijo, nuevamente, sin indagar nada.
–Nunca debí haberme ido de este sitio. –
Contesté, batiendo la cabeza, no estaba hablando de que nunca debí haber ido a estudiar a la ciudad, más bien creo que estaba diciéndole que nunca debí haber vuelto allí, una vez que Himiko estuvo conmigo. Quizá en el caso de que nos hubiéramos quedado, mi padre en persona nos habría llevado hasta el entierro de la madre de Himiko (él era esa clase de persona) en cuyo caso, nada de lo que ocurrió después de eso habría pasado.
Pero todo eso eran suposiciones vanas ahora.
Dejé el collar de oro colgando con dos inciensos para avisar que lo que había allí era un altar. Ya luego le pondría una placa o algo así, lo importante por ahora era que Himiko descansara. Una vez que pudiera arreglar mejor todo esto, podría recuperar mi collar, pero ahora mismo, era lo único que tenía para indicar el lugar de su descanso, no podría usar la foto, porque parecía que en cualquier momento llovería, y ya estaba muy maltratada.
Y luego de eso Ibiki y yo volvimos a nuestras casas.
–No me irás a pedir que juegue de nuevo baloncesto contigo. –
Comenté en el camino, mitad en broma, Ibiki se rio.
–Ya no tuve tiempo de decírtelo, ya no juego al baloncesto, el doctor me lo ha prohibido. –
Explicó, con una especie de melancolía que era difícil de identificar.
– ¿Te sientes mal por ello? –
–Era una actividad extracurricular, como tantas otras que hay en el mundo, he tomado pasión por otras cosas ahora. –
Me explicó, sin darle demasiada importancia al tema.
–Eso es bueno. –
Me despedí de él después de ello, y él entró a su casa y yo a la mía.
Entrar a mi casa esa noche me permitió darme cuenta de que, ahora que había terminado, yo nunca había planeado nada para después de aquello, no había nada que yo quisiera hacer, no podía volver a la escuela ahora, y tampoco tenía una ocupación, nada.
Estaba vacío.
Yo le entregué todo lo que tenía a Himiko.
Ella lo llevaba cuando subió a ese tren.