Jaakuna Kami V1 C5

Capítulo 5: Sobre los templos, y el chocolate que no sabía a chocolate.

 

Luego de haberme repuesto un poco de la impresión de ver a las personas arriba de la arena, supuse que estaba bien si seguía mirando el resto.

No.

La verdad es que quería salir corriendo de allí. Lo pensé por unos momentos, a decir verdad… pero no importaba cómo lo miraras, no era una buena idea. En primer lugar, no tenía idea de donde estaba, o si podía regresar. Supuse que no. Si me iba de este sitio, nada me aseguraba que el siguiente sitio al que me acercara sería distinto.

Y estaría solo. Al menos aquí conocía a algunas personas y me conocían.

Para bien o para mal, estaba completamente atrapado en esta isla–ciudad. Siendo así, sentí que lo mejor era tratar de aparentar que no estaba tan asustado como realmente lo estaba.

Después de que terminaron aquellos torneos, comenzaron a verse por todo el lugar puestos de comida, Metzelli me dijo que ellos regalaban comida a la gente, era un regalo de la nobleza del lugar por asistir. Iba a preguntar cual nobleza cuando vi a una mujer, en una cama. Dicha cama era llevada en hombros por cuatro hombres fuertes.

–Vamos por algo… –

Comentó Metzelli, creo que tratando de animarme.

–Pero… ¿regalado? –

Pregunté, me parecía un poco… quiero decir que me sentiría como un mendigo. Pero ella asintió animadamente.

–La mayoría de las ventas del mercado han terminado ya. Nadie espera que pagues por esto. Los nobles lo hacen para demostrarle a los dioses lo grandiosos que son. –

Ah… son de esos. Yo suspiré, y como además nadie parecía sentirse extraño por hacer esto, me decidí a comer un poco y dejar que el mal rato pasara.

La gente se arremolinaba en lo que deberían ser los puestos de comida, había muchas cosas, yo conseguí algo de pan y ¿Quién lo diría? Edemame.

–¡Edemame! –

Eso fue algo que si me sorprendió, y como estaba sorprendido, grité eso en mi propio idioma. El hombre que estaba cocinándolos me miró, poniéndome más atención.

–¿Así les llaman ustedes? –

Preguntó él. Yo asentí con la cabeza. No estaban cocinados como yo estaba acostumbrado, pero no sabían mal… por fin, algo de familiaridad en este lugar. Dos hombres que estaban cerca dijeron algo entre ellos que no alcancé a entender muy bien.

–Ellos piensan que eres algún emisario de tierras lejanas. –

Comentó Metzelli cuando le mostré el plato en que me habían puesto comida. Era un plato hecho con alguna hoja de algo, pero no sabía a algas. Supuse que eso sería pedir demasiado.

–Bueno, creo que en este caso en particular, no están equivocados. –

Comenté. Comí lo que había en el plato, y aunque no tenía hambre, tengo que admitir que era bueno. Aquí no había manzanas con caramelo, ni takoyaki, ni todas las otras cosas a las que estaba acostumbrado, pero al menos esto me hizo sentirme un poco mejor.

A la puesta de sol, hubo un sonido que salió desde uno de los templos, que estaba decorado con imágenes de personas cargando cosas.

–Es hora. –

Me dijo Metzelli, y me tomó del brazo para llevarme al pie de aquella pirámide. Alrededor de ella, se juntó la gente de nuevo. Incluso las personas que iban en las sillas y literas fueron hasta allí.

Allí, en una especie de recinto cuadrado, estaba el hombre que había matado a los otros tres, vestido con las mismas ropas.

Los hombres vestidos de verde se acercaron a él, y le ofrecieron collares extraños, que él se puso en el cuello. Los hombres vestidos de verde, que empezaba a pensar que eran algo así como sacerdotes, se hincaron y le besaron los pies, luego se puso uno a cada lado de él, y lo tomaron de las manos, lo guiaron a través del recinto, y luego subiendo la pirámide donde le esperaba un tercer hombre, pero esta vez, vestido de negro. Mientras subía, comenzaron a sonar tambores enormes.

–Ese hombre es la ofrenda el sol… es uno de nuestros mejores guerreros, por eso es que los otros se han inclinado. –

Explicó Metzelli. Trague saliva, no me gustaba para nada el significado de “ofrenda”. Y no me equivoque.

El sacerdote vestido de negro, recibió al guerrero de la misma forma, besándole los pies, y allí en lo alto de la pirámide, sobre una piedra negra, el guerrero se acostó por sus propios pies. Los sacerdotes que lo habían guiado lo tomaron de los brazos y las piernas, mientras que el otro sacerdote tomó un cuchillo dentro de su toga y se lo mostró el público.

“Aquí nuestra ofrenda para Tonatiuh, que la sangre de este gran hombre sirva al sol de energía para continuar la lucha”

Eso creo que dijo. Y diciendo esto apuñaló al guerrero, a la vida de todos. Se hizo el silencio mientras la gente observaba al hombre moverse y a los sacerdotes tratando de impedirlo. Creo que él tenía las fuerzas para deshacerse de los sacerdotes de haber querido, pero no creo que quisiera.

Lo que lo hizo aún más horrible, fue voluntario.

Fue como ver un Seppuku asistido por más de una persona. El sacerdote comenzó a mover el cuerpo del guerrero con su cuchillo, como si estuviera excavando en él, y la sangre comenzó a escurrir por las escaleras de la pirámide, algunas personas se acercaron al charco de sangre que se hizo en la base de la pirámide y la tocaron.

Todo esto en silencio. Finalmente el sacerdote encontró lo que había estado buscando. Fue horrible, porque sacó su corazón y tomándolo con ambas manos, se lo mostró a la audiencia. Yo estaba tan paralizado por el horror que no pude moverme, ni siquiera pude dejar de mirar.

Y ya que lo había mostrado a la audiencia, arrojó el corazón del hombre al contenedor donde había fuego. El fuego hizo chispas porque la sangre es agua, y entonces fue que la gente comenzó a gritar y aplaudir.

¡Yay!

Eso fue lo que gritaron. El cuerpo del hombre sin vida fue colocado aparte y el sacerdote se dirigió a la audiencia de nuevo.

“Pueblo de Tenochtitlan, Tonatiuh, el dios del ha recibido su ofrenda especial en este festival, y ya puede seguir saliendo. Hemos cumplido con nuestro deber, y él estará seguramente muy agradecido con nosotros.”

Así que, era verdad. Creo que eso lo dejó completamente en claro para mí. Más que horrorizado por el hecho de ver el sacrificio, estaba aterrado de pensar que ese de allí pude haber sido yo. Mientras todo el mundo estaba distraído, yo me di la vuelta y corrí, Metzelli dijo algo, pero no escuché, solo corrí con todas mis fuerzas a donde nadie pudiera verme, y ya que estuve solo, detrás de los muros de otra de las pirámides, vomité.

Ese pude ser yo… de hecho, faltó muy poco para que fuera yo.

Estaba tan ensimismado en mis propios pensamientos que no me di cuenta de cuando se hizo de noche, todo este asunto del sacrificio se llevó a cabo al atardecer, pero de un momento a otro, la gente estaba abandonando el lugar y al parecer, yéndose a casa.

Pensé que sería bueno hacer lo mismo… pero luego me di la vuelta.

No.

Eso no es buena idea.

En uno de los templos tenía que estar la chica a quien le debía “No haber sido yo” el que murió en la pirámide… o en la arena. Y yo había dicho que vendría. Es decir, quería irme de aquí, lo más pronto posible… pero ¿Quién sabe? Quizá el sujeto se había negado a acudir a un templo después de un festival.

Había muchas antorchas en todos lados para iluminar el lugar… pero aun así la visibilidad era muy poca en la noche. Los templos aún tenían esos contenedores enormes donde estas personas quemaban leña… pero eso tampoco ayudaba mucho.

Lo peor es que ni siquiera sabía a qué templo tenía que ir…

–Oye tu… el festival terminó… tienes que irte a casa ahora. –

Me dijo uno de los hombres que pasaban por el lugar, imagino que haciendo guardia, porque llevaba un escudo cuyo dibujo no podía ver, y una antorcha en las manos.

–Yo… –

Comencé a decir, fue entonces que el sujeto se dio cuenta de que yo no era normal.

–Estoy buscando un templo… –

Le dije, retrocediendo un paso, luego de lo que había pasado.

–¿Un templo? ¿Cuál? –

Preguntó él… rayos… Ni siquiera recordaba que templo era. ¿Me lo dijo siquiera? No ella, su padre… ¿De qué templo es?

–Creo que será mejor que vengas conmigo. –

Me dijo el hombre acercándose, yo levanté las manos, asustado.

–No… espere… –

El hombre notó mi nerviosismo y sacó su arma. Una macana con pinchos igual a las de antes.

“Así que de todos modos voy a morir”

Pensé. En ese momento.

–¡Oye! –

Gritó una voz desde atrás… la voz de una chica conocida. Citlatzín. El hombre volteó a mis espaldas. Citlatzín llegó agitando su lanza en lo alto.

–No puedes llevártelo… es nuestro adepto, no el tuyo. –

–Pero… –

El hombre quiso replicar, al parecer era un sacerdote también.

–Nada… venía al templo de mi padre, No al suyo. –

El hombre suspiró.

–Si usted lo dice… –

Y se dio la vuelta.

Esta era la segunda vez que esta chica me salvaba la vida, al menos eso fue lo que yo pensé.

–Me salvaste. –

Agradecí, suspirando.

–¿Tanto te desagradan? –

Preguntó ella, omitiendo el saludo.

–¿Cómo voy a saber? Se apareció de pronto… estaba buscando… –

Citlatzín no me dejó terminar, lanzó un suspiro largo.

–Entonces si te perdiste, le pregunté a una de las adivinas y me dijo que estabas perdido buscando el templo. –

Explicó ella.

–Todo hubiera sido más fácil si supiera exactamente a donde tenía que ir. –

Citlatzín suspiró.

–Bueno, puedes decir que te salvé, un momento más y hubieras terminado como ese hombre, adorando al dios de los “raritos” –

Ella dijo eso con cierto desdén en su tono de voz. Al parecer la rivalidad entre ellos iba más allá que pelearse por un sujeto al cual sacrificar.

–Solo asegúrame que no acabaré como el sujeto de esta tarde. –

Respondí.

–¿Por qué? –

Preguntó ella, contrariada.

–Bueno, la verdad es que desde que llegué aquí, estoy habituado a algunos lujos personales, como vivir. –

–No van a sacrificarte, ya les he dicho a todos que no sirve de nada. –

Explicó ella.

Comenzamos a caminar hacia una de las pirámides… que estaba pintada de algún color oscuro, por lo que las figuras blancas en la pared negra resaltaban en la noche con ayuda de la iluminación de las antorchas. Recordaba un poco a la iluminación de la entrada de una casa embrujada escolar.

Allí, había una estatua de un hombre junto a las escaleras. Con lo que parecía ser un escudo en una mano, y un gato enorme colgado a su espalda. Algo curioso es que estaba justo en el otro extremo de la gran plaza, en el lado sur, mientras que el templo del sol estaba en el extremo norte.

–Por aquí. –

Dijo ella, subiendo las escaleras.

Una vez arriba de la pirámide, había varios cuartos cuadrados, el más grande, era obviamente, el adoratorio, en el que no pude ver nada dentro, porque no entramos allí. Dimos la vuelta a la derecha y bajamos unas pequeñas escaleras hasta lo que parecía ser un comedor al aire libre. Al fondo había una puerta que supuse era el sitio donde los sacerdotes vivían, como en los templos de Japón.

Fue allí, con la iluminación, que me percaté de que ella estaba pintada de la cara, y de los hombros, y de las piernas. Posiblemente todo el cuerpo. Negro y rojo.

–Lo que tienes encima es… –

Comenté.

–¿Qué? –

Preguntó ella, mirando hacia arriba.

–No, quiero decir, tu cara y tus brazos… –

–Es por el ritual de aceptación. –

Explicó ella, encogiendo de hombros como si aquello fuera muy obvio.

–¿Aceptación? –

Pregunté, pero me arrepentí enseguida.

–¡La aceptación de los adeptos por el festival del sol! ¿Qué no es bastante obvio? –

Bajé la cabeza. ¿Cómo iba a saberlo?

–Lo siento. –

–¿Qué no vas al Telpochcalli? –

Se quejó ella.

–Bueno si… pero nunca mencionaron nada… no he estado allí más que unos días. –

–¿Y en ese lugar de dónde vienes no hay? –

–¡Claro que no! –

Respondí. ¿Cómo esperaba ella que supiera cosas que eran tan diferentes? Citlatzín retrocedió.

–¿Me gritaste? –

Me apuntó con su lanza enseguida, yo alcé las manos.

–Perdón. –

Me disculpé, pero eso no sirvió para nada.

–Tu… No puedes gritarme ¿Me oyes? Nadie me grita nunca. –

Respondió, alzando la voz, y… algo curioso, lágrimas en los ojos. En ese momento, un hombre salió de la puerta.

–¿Qué es todo este alboroto? –

Era el padre de Citlatzín. Se dio cuenta de que estaba yo allí y miró a su hija con rabia después.

–¿Qué es lo que está pasando aquí? ¡Explícate! –

Exigió su padre, irónicamente, gritándole. Ella puso sus manos atrás y bajó la cabeza.

–Me gritó. –

Respondió ella.

–¿Te gritó? ¿Qué está haciendo aquí en primer lugar? ¿Qué va a pasar si la gente lo ve aquí? ¿En que estabas pensando? –

El hombre comenzó a enojarse. Alcé una mano, para pedir la palabra. El hombre me miró.

–Yo… me perdí luego del festival… iban a capturarme por ser yo… y ella me rescató. –

El hombre volteó a verme.

–¿Por ser tú? –

Preguntó.

–Si bueno… un sacerdote de algún otro lado parece pensar que yo debería ser el siguiente en la piedra… ella estaba por allí, y lo evitó. Si eso es bueno o es malo… no lo sé. Pero su hija me salvó la vida. Por eso estoy aquí. –

El sacerdote se volvió a su hija.

–¿Qué tienes que decir? ¿Es cierto? –

Preguntó, ella asintió con la cabeza, sin decir palabra.

–¿Tienes hambre? –

Preguntó el hombre. Pero antes de que yo pudiera decir nada, se volvió a su hija.

–Dale algo de comer, y deja que se marche después. –

–Entendido, padre. –

Le ordenó, yo me callé lo que iba a decir. El hombre se dio la vuelta e iba a volver por donde había venido, pero se dio la vuelta antes de abrir la puerta.

–Una cosa más… sé que estas siguiéndolo. Tienes que dejar de hacerlo. –

Dijo, y se fue.

–Genial… ahora estoy en problemas. –

Se quejó ella, mirándome con desagrado.

–Si quieres puedo irme… –

Comencé a decir, ella se enfadó más.

–¡No! Si mi padre se entera de que te has ido justo ahora pensará que lo que dijiste era una mentira, y me regañará. –

Me dijo, luego de dirigirme una mirada de desprecio, se dio la vuelta.

–Espera allí… ¡No te vayas! –

Y se fue. Yo suspiré y me recargué en la barda, miraba al cielo. Era un bello cielo estrellado y las estrellas parecían las mismas que en casa, aunque cuando estaba en casa nunca me puse a mirarlas con atención. ¿Por qué todo tenía que ser tan diferente?

Si tan solo fuera como en las historias, donde uno vivía un montón de aventuras y ganabas fama y respeto por ayudar a las personas. Eso estaría bien.

Pero aquí estaba, metido en un templo extraño, con gente extraña y costumbres extrañas. La mayoría de las cosas aquí tenían que ver con sangre, la escuela era brutal y los festivales eran macabros. Citlatzín no era precisamente lo que uno esperaría de “la chica del templo” tampoco.

–¿Extrañas tu casa? –

La voz de la sacerdotisa me devolvió a la realidad. Era la segunda vez que ella me hacía esa pregunta.

Estaba siendo más amable que la ultima vez.

–Si… un poco. –

Respondí, dándome la vuelta, ella tenía un plato de madera con algo que parecía carne. No había comido carne desde que llegué a este mundo.

–Vaya… esto ¿Qué es? –

Pregunté, sonriendo. No es que tuviera mucha hambre pero… creo que al menos este mundo intentaba ser amable conmigo de alguna forma.

–Es pavo.  La cocinera lo preparó hoy para los danzantes, pero ellos ya comieron. –

Explicó Citlatzín. Al menos ahora se veía más normal, sin toda esa pintura en la cara.

–Gracias por decirle eso a mi padre. –

Comentó ella después, poniendo el plato en la barda, cerca de mí. Yo tomé un trozo de esto que no sabía que era, y lo probé. Sabía dulce, y salado a la vez, era un sabor extraño. No era malo, a decir verdad. Parecía Pollo de Kentucky pero más grande.

Ahora que recordaba, creo que esto también se comía en mi mundo, aunque no en Japón. Era más americano. ¿Estaba en América?

Ella se recargó de espaldas en la barda, mirando hacia el cielo.

–He estado observándote. –

Comentó ella, como si fuera un comentario cualquiera. Yo voltee a verla, sospechosamente.

–Deberías dejar de hacerlo. –

Respondí, ya se lo había dicho su padre.

–Lo sé. –

Respondió ella.

–No eres quien para decirme eso, de no ser por mí, habrías acabado en el templo de los raros. –

–Todos los templos aquí parecen raros. –

Respondí, ella me miró con curiosidad.

–¿No hay templos en tu país? –

Preguntó ella, con curiosidad.

–Si hay, muchos… pero son diferentes. –

Expliqué. Ella asintió, no sé si le parecía normal que nuestros templos fueran diferentes a los de ellos.

–Los festivales también son diferentes. No acostumbramos a matar a nadie en ellos. –

Agregué después. Supongo que estaba quejándome, aunque sabía perfectamente que ella no tuvo nada que ver, y que no estaba en posición de cambiar nada.

–Era de suponerse. –

Comentó ella, suspirando.

–¿Lo era? –

Pregunté.

–Bueno… los aztecas tenemos el mandato divino… supongo que la vida es diferente cuando no cargas con la responsabilidad de alimentar al sol todos los días. –

Comentó ella.

–¿Aztecas? –

Pregunté. En alguna parte había escuchado ese nombre, pero no pude recordarlo.

–¿No te lo dijeron? Así se llama nuestro pueblo… eso es porque venimos de muy lejos. De una tierra llamada Aztlán. –

–¿Y eso dónde está? –

Pregunté.

–No lo sé… hace mucho que llegamos a este valle… hace ya muchas generaciones. –

Así que era una leyenda de ese tipo. Me sabía varias parecidas. Según el maestro de historia, los japoneses también fuimos inmigrantes alguna vez… hace miles de años.

–¿Y qué es eso del mandato divino? –

Pregunté, Citlatzín, por primera vez desde que le conocí, sonrió.

–Mi padre dice, que para que el sol siga saliendo, tenemos que ofrendarle un corazón cada día. La energía de ese sacrifico ayudará al sol en su lucha contra las fuerzas de la oscuridad. –

–¿Qué pasa si no ofrendan ese sacrificio? –

Pregunté. Ella me miró de mala manera.

–El fin del mundo. No te gustará. –

Explicó.

¿A nadie se le había ocurrido intentarlo? Bueno… con una respuesta como esa, admito que a mí tampoco se me ocurriría… lo extraño es que ellos realmente parecían creerlo. Eran gentes muy supersticiosas por lo que veo.

–¿Ves eso allá arriba? –

Preguntó ella.

–¿Las estrellas? –

Pregunté, era lo único que había en el cielo.

–El dios de la guerra los mató… a todos ellos… ahora esperan allí, parecientemente, el día de vengarse de él. Tonatiuh evita que eso pase, y todas las mañanas los echa fuera. Ellos esperan el momento. Nosotros somos el pueblo escogido del dios de la guerra… ellos dirigirán su venganza hacia nosotros. –

¿Las estrellas eran cadáveres? Cielos… estas personas.

Imaginen a un pueblo entero con Chuunibyou. Ahora imaginen que están lo suficientemente locos para volver realidad sus historias de guerras y sangre. Ahora imaginen que no hay nadie que los detenga y les diga que es estúpido.

Eso son estas personas.

–Siempre pensé que las estrellas eran bonitas. –

Comenté… ella asintió.

–Son bonitas porque están allá arriba… no te gustarían tanto si estuvieran aquí abajo. –

Explicó. Era una buena filosofía, aunque la aplicaran para cosas así de extremas.

–Mientras más te miro… más convencida estoy de que los dioses te enviaron aquí. Pero ellos no dicen con qué propósito. –

–Si los dioses me hubieran enviado aquí, al menos me dejarían recordar cómo es que llegué. ¿Qué clase de dios juega una broma tan pesada? –

–A mí me parece obra de Tezcatlipoca. A él… le gusta jugar con la gente. –

Explicó ella. Un segundo… ese era el dios que esta chica y su padre adoraban. Estábamos en su templo.

–¿Jugar? –

Pregunté.

–Por ejemplo, toma formas diferentes y asusta a la gente por la noche, también les hace olvidar cosas, y les oculta la verdad. A veces les habla en los oídos y cuando voltean, no hay nadie. Esa clase de cosas. –

Yo había escuchado de algo así en la mitología sintoísta. Posiblemente cada religión tiene su… dios extraño. Podía ser.

–¿Por eso es que comenzaste a seguirme? –

Pregunté. Ella asintió con la cabeza.

–Deja de hacerlo, es tonto, está mal, y además da miedo. –

Respondí alarmado por la naturalidad con la que ella se lo tomaba. Puede que aquí no tuvieran idea de lo que era el acoso. Citlatzín prefirió evitar el tema y me preguntó:

–¿Te han asignado un lugar en la expedición? –

Preguntó ella. No sabía de qué me estaba hablando.

–¿De qué expedición me estás hablando? –

–Para las guerras floridas. Vas a ir  ¿No? –

Preguntó ella, cruzando los brazos.

–Pues… mi Sempai dice que aún no estamos listos para el combate… no sé si eso cuente como asignarme un lugar. ¿Tú también vas? –

–Estoy junto con los sacerdotes. –

Respondió ella. Y me miró por unos momentos, como si esperara que dijera algo, aunque, con lo poco que sabía, simplemente pensé que no había nada que decir.

Finalmente, Citlatzín se desesperó.

–Si capturas a uno, tienes que traerlo a nosotros ¿entiendes? –

Preguntó ella.

–No espero tener que hacer eso… ¿Y a quien más podría llevar un prisionero, de todos modos? –

–No te lo diré, solo… hagas lo que hagas, no se lo entregues a los raros. –

–¿Quiénes son “los raros”? –

–Son los sacerdotes del dios Quetzalcóatl. –

–¿Y porque los llaman así? –

Pregunté.

–Porque ellos no quieren hacer sacrificios. –

Ah… espera ¿Qué?

–¿Por qué no? –

Se me salió. Lo juro.

Creo que me había acostumbrado tanto a esto, que el hecho de que ella dijera abiertamente que había quienes se negaban me pareció extraño.

Ahora que, también puede que ellos fueran los más normales aquí.

–No lo sé, es cosa del dios Quetzalcóatl. A mí no me preguntes. –

Que agradable sujeto. Pensaba.

–Si ellos no quieren hacer sacrificios, creo que está bien, en realidad, esas cosas me ponen los pelos de punta. –

Expliqué, Citlatzín me miró como si fuera yo algún insecto.

–¿Eh? Así que te agradan en realidad ¿No? Ya veo… –

–No pienses mal… es solo que… –

–No. No te disculpes, está bien… no tienes que agradecer nada. –

Citlatzín se dio la vuelta y murmuró.

–Luego de todo lo que hemos hecho por ti. –

Rayos, creo que eso la ofendió. Citlatzín comenzó a caminar.

–No quise decirlo así… –

Me acerqué y la sostuve del hombro, ella se detuvo, pero quitó mi mano con brusquedad y no se dio la vuelta.

–No, está bien… a ti te agradan ellos… solo déjame advertirte algo… ellos no devuelven el favor. Para ellos eres un extraño, sospechoso, e indeseable, además. Listo, ya lo dije… vete a su templo ahora. –

El hecho de que ellos se negaran a sacrificar gente no debería significar nada para mí. Eso no me aseguraba que estaban de mi lado.

–Perdón, en verdad… No quise decir eso… –

Me puse delante de ella, Citlatzín giró la cara para que yo no me diera cuenta de que había lágrimas en sus ojos.

–No te disculpes conmigo, díselo a mi padre. Mi padre y mi tío fueron los únicos que estuvieron en favor de dejarte vivir… ¡Nosotros! Y tu vienes hasta nuestro templo y ¿Dices que su dios es mejor? –

–Yo no dije eso… –

Respondí. Por otro lado ¿El único que me ayudó fue este templo? ¿Qué habrían hecho los otros conmigo? Había al menos doces pirámides en este sitio, si cada una era de un dios diferente, eso tenía que ser al menos doce sumos sacerdotes.

Y de todos ellos… ¿Sólo este?

–Citlatzín… no quise ofender a nadie, no es que piense que uno es mejor que el otro, es que yo todavía no sé qué es lo que está pasando. Con trabajos puedo comunicarme correctamente. Disculpa si no escogí las palabras correctas.–

Citlatzín se limpió los ojos con el brazo, luego finalmente me miró.

–Promete que si capturas a uno nos lo darás a nosotros. –

Exigió ella. Por lo visto, no quitaba el dedo del renglón.

–Lo prometo. –

Respondí con una sonrisa. Tratando de ponerme feliz, aunque… yo esperaba no tener que cumplir con esa promesa.

–Bien… ahora… hay algo que quiero ofrecerte… –

Explicó ella. Y se acercó a una especie de mueble que tenía una jarra grande sobre él. Puso dos platos de madera, parecidos a los que se usaban para probar la comida en mi país.

–Esto es algo que solamente los nobles beben… –

Explicó ella.

–Pero yo no soy un noble, ni siquiera soy de aquí. –

–Por eso… posiblemente no te vea de nuevo hasta que la pelea haya terminado… ante que eso, quiero darte esto. –

Dijo. De algún modo me sentí como un piloto kamikaze tomando su última bebida antes de salir. Pero batí la cabeza para librarme de ese pensamiento.

Citlatzín tomó la jarra y lo sirvió. Luego, tomando uno de los pequeños platos, me lo extendió. Lo miré por un momento.

–¿Qué es? O más bien… ¿Cómo se llama? –

Admito que por unos momentos, creí que era alcohol.

–Se llama, chocolate. –

Mi cabeza hizo corto circuito en ese momento.

–¿Cómo?–

–¿Te parece difícil de pronunciar?–

Preguntó Citlatzín, malentendiendo mi  pregunta.

–Chocolate. –

Dijo. Yo asentí con la cabeza. ¿Podía ser que en este sitio hubiera chocolate también?

–No es eso, es que… eso si lo conozco. –

–¿En verdad? –

Citlatzín arqueó una ceja, incrédula.

–Claro.. En mi país hay mucho… aunque normalmente es sólido… no líquido. –

–Lo que es sólido es la semilla… aun así… no te creo. –

–Lo digo en serio… –

Repliqué.

–Bien… bébelo… si puedes beberlo todo de golpe, te creeré. –

Tome el plato, y sin pensar en nada, lo bebí.

“Quema… pica… Agghh”

Lo bebí todo, es cierto, pero acabé tosiendo. Yo nunca había probado nada parecido, era chocolate, de eso no me quedó la menor duda, pero tenía picante, y sal… y otras cosas que no alcanzo a distinguir. Parecía wazabi.

Tosía tratando de recuperar el aliento. Citlatzín me miraba con cara de “Lo sabía” mientras trataba evidentemente de contener la risa.

–¿Qué es esto? –

Pregunté… el pequeño plato había ido a dar al suelo.

–Chocolate… –

Repitió ella.

–Te dije que no te creía… supongo que estabas mintiendo después de todo… –

Parecía decepcionada de mí, pero no enfadada. Más bien creo que se burlaba un poco.

–Esto no se parece para nada al chocolate. –

Me quejé. Si algo no tenía este extraño chocolate, era dulce. De ningún tipo. Citlatzín me miró por unos momentos, luego negó con la cabeza.

–Solamente los grandes lo beben… tal vez… me adelanté un poco… –

Y se quedó callada por unos momentos. Ese comentario no me gustó par nada.

–¿Qué quieres decir? –

La forma en que Citlatzín me miraba había cambiado por completo.

–No es nada, es decir… es mi culpa por asumir cosas sin preguntar, he estado exigiendo cosas que no debería ¿No es cierto? quizá… deberías ir a dormir. –

Era una mirada de decepción diferente a la que había mostrado antes.

–¿Estás diciéndome que me veo como un niño? –

Pregunté, enfadándome, pero no por eso cambió su mirada.

–Bueno es que… –

Y colocó la jarra de donde la había tomado.

–Tal vez en un par de años… –

Incluso su alegría acerca de tener la razón se había esfumado. Se sintió como si ella estuviera decepcionada al darse cuenta de que yo no era más que un niño. No estoy seguro de por dónde dolió más. Pero dolió, me golpeo el orgullo, fuerte y por debajo.

Y dentro de mí, yo sabía, que nada de lo que yo dijera en ese momento la haría cambiar de parecer.

Me despedí luego de eso y me fui del templo.

¿Cuántas veces podía arruinar algo en un solo día? Me preguntaba.