Capítulo 6: Que va después del cinco, y que trata de como mi primer paseo escolar fue una movilización para ir al combate, con otras cosas importantes.
Llegue a mi casa esa misma noche, desaminado y acomplejado. Pero no pude dormir. Todo lo que podía pensar fue en el ridículo que hice. Si hubiera admitido que nunca había probado nada como lo que me estaban ofreciendo, quizá ella lo habría entendido de otro modo.
Aquí no había nada llamado “joven” o “estudiante” según podía entender. Era simple. Eres niño, o eres adulto. Y yo no soy un niño.
En mi país, hay un montón de pequeñas cosas que te colocan a ojos de los demás como “adulto.”
Una de ellas por ejemplo, es beber café, los adultos lo beben, sin toser, y, por supuesto, sin hacer alarde de que lo beben. Otra de ellas, es dejar de decir “soy un adulto” todo el tiempo. Cometí el primer error cuando tosí por ese extraño chocolate, supongo… y el segundo momentos después.
Otra de las cosas era la licencia de conducir por ejemplo, aunque, eso no servía para nada aquí. Tampoco es como que hubiera “grados” en el Telpochcalli. Todos estaban juntos. Y una vez que completabas un curso, comenzaban con el siguiente. Nada tenía que ver la edad allí.
La otra cosa era… bueno… hacerlo. Pero seguro que eso aquí significaba alguna especie de problema en la que no quería envolverme. Además de que eso no resolvía mi problema principal: Quería que Citlatzín volviera a verme como su igual, no como a un niño pequeño.
Estaba bien consciente de que “querer” ser adulto, era la cosa más infantil que puede existir, pero es que esa mirada dolió.
Ni siquiera sé porque me molestaba tanto.
Pero lo sentía, como fuego quemándome dentro de mí.
Esa fue la primera vez que me avergoncé en serio desde que estaba aquí.
Al día siguiente, lo primero que hice fue correr a casa de Metzelli. Ella me recibió con un golpe en la cabeza.
–Mi padre me regañó por tu culpa. –
Dijo ella.
–No fue mi intención, sucedió algo y…. –
Ella encogió de hombros.
–Bueno, no importa, mi madre dice que tal vez querías tiempo para mirar alrededor… –
Explicó.
–¿Tu madre dijo eso? –
Pregunté.
–Bueno, ya que nunca antes habías estado allí. Hay mucha gente que se impresiona con esas cosas. ¿No es cierto? –
Preguntó ella, y volvió a sonreír. Yo no podía olvidarme de lo que había pasado con Citlatzín.
–Hablando de lo que pasó anoche. Tengo una pregunta para ti. –
Le dije.
–¿Sobre qué?–
Pregunté.
–Sobre… bueno… –
No era tan fácil preguntar algo así, sobre todo porque yo sabía, que, al menos de dónde vengo, esa pregunta podía tener muchos significados. No podía decir si aquí también podía malinterpretarse.
–¿Cómo diferencias a un adulto de un niño en este lugar? –
Pregunté. Metzelli se tomó la pregunta literal.
–Bien… los niños juegan… los adultos trabajan. –
Explicó ella.
–Tu no trabajas. –
Me quejé. Metzelli me miró con cara de no entender.
–Bueno… es que no soy un adulto… –
Explicó. A ella no le molestaba en absoluto.
–¿Qué hay que hacer para que seas un adulto? –
Lo sabía. Metzelli bajó la cabeza, y enrojeció. Incluso si con su tono de piel no se notaba mucho, fue muy obvio.
–Pues… casarme. –
Explicó.
Eso no podía ser. ¿No hay otra manera? Se lo pregunté, ella me miró fugazmente.
–Para las mujeres no… –
Explicó a media voz.
–En realidad… lo decía por mi… yo no quiero verme como un niño. –
Expliqué. Metzelli lanzó un largo suspiro de alivio.
–No me asustes… –
Se quejó.
–Y bien… ¿la hay?–
Pregunté.
–Pues… los hombres prueban su fuerza y su valor en batalla, es así como se vuelven adultos. –
Explicó Metzelli. Tenía que ser algo así… recordaba ahora las palabras de Citlatzín.
Ella dijo que trajera prisioneros… luego creo que se retractó cuando dijo que estaba exigiendo cosas que no debería. Pero eso chocaba fuertemente con la idea que yo tenía. Yo no quería secuestrar a nadie. Al parecer aquí no hay otra forma de hacerlo.
–En batalla ¿eh? –
Pregunté, más que nada para mí mismo. Metzelli me miró extrañada.
–¿Por qué quieres ser adulto? –
Preguntó ella.
–Yo no he dicho que quiera… –
Expliqué.
–Pero… Eso es lo que estás pensando ¿No es cierto? –
–Supongo que si… no es que quiera ser un adulto, es solo que… bueno, no me agrada la idea de que me consideren un niño. –
Expliqué.
–¿No lo eres?–
Preguntó Metzelli. Yo voltee a verla.
–Me refiero a que consideren que soy… infantil. –
Tuve que usar la palabra en mi propio idioma, porque no sabía si había aquí una palabra para ello. Por supuesto que Metzelli no entendió.
–¿Kodo… qué? Hoy estas actuando muy raro. –
Se quejó ella.
–Perdona por arrojar mis problemas sobre ti, supongo que no es algo que puedas comprender… –
Respondí, ella me siguió.
–No soy tonta… –
Se quejó ella. Yo la miré y negué con la cabeza.
–No es eso… cosa de chicos. –
Respondí. Metzelli finalmente suspiró.
–Yo… me iré temprano, tengo que llegar temprano. –
–De… acuerdo… –
Por supuesto que Metzelli no iba a entenderlo. Ella no tenía problemas con ser infantil, es más, le venía bien. Era una chica, después de todo. Al que no le venía bien, era a mí.
Pero si era cosa de chicos, seguro que alguno de ellos sabía.
Tal vez… ¿Etzatlán?
Al llegar al Telpochcalli, me di cuenta de que todavía no había mucha gente aquí. El profesor me miró con una sonrisa.
–Me alegra que estés tan animado. –
Me dijo, supongo yo que no esperaba que yo fuera el que llegara tan temprano. Yo asentí con la cabeza y comencé a prepararme.
Después de una media hora, comenzaron las practicas. Yo escogí a Etzatlán, y practicamos durante toda la mañana. Y aunque me derribó dos veces y yo lo derribe una vez, al menos puedo decir, que comenzaba a disfrutar de la competencia.
O es que tal vez, había algo que tenía que preguntarle.
Durante el primer momento que nos dieron para descansar, me acerqué a él.
–Has mejorado mucho… –
Comentó. Yo negué con la cabeza.
–No es verdad, tu eres muy bueno también. –
Expliqué, Etzatlán me miró y se rio.
–Nunca llegarás a ningún lado con esa actitud. –
Me dijo, burlándose.
–En realidad, hay algo que quiero saber. –
Expliqué.
–¿De mí? –
Preguntó él.
–Si… bueno, si puedes responder. –
Expliqué.
–De acuerdo… ¿Qué ocurre? –
–¿Cómo le demuestras a una chica que eres un adulto? –
Pregunté. Eso hizo que toda la clase nos mirara.
–Espera… ¿Qué hiciste? –
–Nada… lo juro… –
–Pero dijiste algo de una chica… –
Se quejó Etzatlán.
–Si pero… –
–Dime que no hiciste nada… –
–No le hice nada… –
Repliqué. Algo molesto a decir verdad. En mi país, habría sido admirado, aquí por lo visto era diferente.
–No me des esos sustos hombre… –
Se quejó Etzatlán, por lo visto, seriamente aliviado.
–¿Es algo malo? –
Pregunté.
–Por supuesto que si… puede ponerse muy mal… no toques a ninguna chica hasta que puedas casarte, es la regla. –
Explicó.
–Bueno, no la toqué, solo hablamos un poco, es todo. –
Nos sentamos después de eso. Saque un poco de pescado, y lo coloqué sobre mi pequeña tabla, Etzatlán hizo lo mismo, él tenía Edemame.
Para evitar malos entendidos, Etzatlán me pidió que le contara paso por paso, lo que había pasado.
–El día de ayer, después del festival, yo me encontré con esta chica, subimos al templo de… Tezcatlipoca después de eso. –
–Pero…¿Por qué? Es decir, los guardias ¿Les dejaron entrar? –
Preguntó él.
–Bueno, es la hija de uno de los sacerdotes del templo… –
Etzatlán se quedó a medio comer mientras yo explicaba.
–En serio tienes pelotas. ¿Qué estabas haciendo allí? ¿Qué si su padre los ve? –
–Nos vio… es decir, su padre es el responsable de que yo haya acabado aquí… de que me admitieran en el Telpochcalli y eso, ellos fueron los que me encontraron, por decirlo de alguna forma. –
Etzatlán seguía alarmado.
–No, no, no entiendes, estás hablando de la hija del sumo sacerdote… del templo de Tezcatlipoca… son gente muy, muy poderosa. Su padre come con el emperador. Si la haces enfadar o algo… –
–Fue peor que eso. –
Etzatlán se puso de pie.
–Tenemos un hombre muerto aquí… –
–No… –
–Explícate, hombre… ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo es que fuiste hasta allí? Espera… ¿le agradas? ¿A ella? –
Preguntó, atónito.
–¿La conoces? –
Me pareció extraño.
–Todo el mundo la conoce, es la hija del sumo sacerdote, del templo de Tezcatlipoca, su tío es el comandante de los caballeros de la calavera. –
Decidí no prestar demasiada atención a eso.
–El caso es que…subimos las escaleras y una vez arriba, ella me ofreció ese extraño chocolate. –
Etzatlán asintió, interesado. Yo estaba desanimado.
–¿A qué sabe? –
Preguntó.
–Picante… no te estás perdiendo de nada. –
Lo admito, no me gustó. Aunque bien pensado, puede que le guardara rencor a la bebida por lo que sucedió después.
–Solamente los hombres muy ricos y los sacerdotes beben eso… todo esto suena para mí como una especie de cuento fantástico, o un sueño… no fue un sueño, ¿verdad? –
Preguntó con desconfianza.
–Me gustaría que hubiera sido un sueño… tal vez no me sentiría mal ahora. Ella me ofreció el chocolate, yo le dije que he comido antes chocolate, ella lo sirvió, y me dio un poco, pero… comencé a toser y tuve que hacer muchos trabajos para tragarlo. –
–¿En verdad es malo? –
Preguntó Etzatlán.
–No era malo… es solo que yo no esperaba que fuera así de picante y amargo… –
–Es chocolate. –
–Por eso mismo… el de mi país es dulce. –
Ahora que lo pensaba, esa era la primera vez que una chica me daba chocolate. ¿Por qué tuve que hacer ese ridículo?
–De acuerdo… yo… solo fingiré que creo eso. Digamos que tienes razón, y que fue más amargo de lo que esperabas y que por eso dices que tuviste trabajos para tomarlo.–
Respondió Etzatlán.
–Cuando voltee a verla, ella me miraba hacia abajo. –
Expliqué, bajando la cabeza, con vergüenza.
–Si bueno… es normal que ella te mire para abajo. –
Comentó Etzatlán. Estaba seguro de que había mucha gente siguiendo la conversación, pero no me importó. Estaba demasiado ensimismado en mis propios pensamientos.
–No… no era así… ella tomó la jarra con la bebida, y dijo “tal vez en un par de años” y me miró hacia abajo. Eso ha estado molestándome. –
–Creo que…. Entiendo. –
Dijo Etzatlán, luego se explicó.
–No es fácil imaginar que todo eso haya pasado en realidad, pero creo que no importa quien sea, más bien te refieres a que ahora ella piensa que no eres un guerrero. Te ve como alguien débil, que no está listo. Alguien que no es confiable. –
Iba a replicar, pero… puede que Etzatlán tuviera razón. Los niños pequeños son débiles. Necesitan cuidados, es por eso que son niños. Tal vez se trató en todo momento de que yo no estaba empleando las palabras correctas.
Por otro lado. Incluso allí se usaba la palabra guerrero. Puede que aquí fuera sinónimo de adulto.
–Bueno… eso es fácil… no tienes más que mostrar valor en batalla. Ella cambiará de opinión si haces algo grande allá. –
Comentó. Que fácil sonaba.
Icihuatl Sempai se acercó después de eso.
–No pudimos evitar escuchar tu historia… Aki. Todos nosotros. Tengo que admitir que hay más en ti de lo que salta a la vista. –
–¿También piensa lo mismo, Sempai? –
Icihuatl se rio de que lo llamara así, pero es que no se me ocurrió otra forma de decirle a él. Era mi Sempai, después de todo. Además, luego de que comencé a decirlo, la palabra se había extendido por todo el Telpochcalli, así que ahora todos los llamaban así.
El maestro me había comentado eso en alguna ocasión, pero cuando le expliqué lo que significaba lo aceptó.
–Sempai… poco a poco me voy acostumbrando a esa palabra. –
Comentó Icihuatl Sempai riendo, y rascándose la cabeza.
–Aki parece estar ansioso por la marcha. –
Comentó Etzatlán, bueno, no es que realmente lo estuviera esperando, pero… estaba personalmente interesado en ella. Icihuatl Sempai, para mi desgracia, se encargó de quitarme los ánimos.
–Ya había dicho que nosotros no entraremos directamente en el combate, eso es para los más grandes. Nuestro deber es preparar el campo para que los guerreros puedan combatir. –
Explicó él.
–¿Y cómo vamos a demostrar que somos guerreros si no nos dejan luchar? –
Pregunté. Había un… conflicto de intereses en todo esto.
–No lo haremos. –
–Pero habías dicho que combatirías… –
Comenté, quizá esperaba la posibilidad de que él me dijera que había una forma. Icihuatl negó con la cabeza.
–Todavía no. –
Dijo, y se marchó. Etzatlán resopló con coraje.
–Tche… realmente quería hacerlo… tú también querías hacerlo ¿No es verdad? –
Preguntó. Yo suspiré.
–Bueno… es que en realidad tiene razón, todavía somos estudiantes. –
Comenté, desanimado.
–Tienes razón… Tal vez el próximo año. –
Agregó. Creo que el hecho de que Icihuatl hubiera mencionado la posibilidad de que alguien de entre nosotros fuera al combate, puso falsas esperanzas en mi cabeza… un segundo. ¿Desde cuándo estaba yo esperando por hacer esto?
Era una guerra.
Yo ni quería ir.
No era cuestión de voluntad de todos modos. El profesor entró después con nuevas indicaciones.
–Bien, queridos alumnos, ha llegado esta mañana un corredor directamente desde el emperador. Se nos ha dado la orden de marchar el día de mañana a primera hora. Los sacerdotes ya están haciendo los sacrificios. Es hora. –
Dijo. Luego tosió un par de veces para continuar.
–Como algunos aquí son algo jóvenes para recordar la marcha del año pasado, repetiré las indicaciones. No se separen del grupo. Por ningún motivo. Su estandarte es el estandarte del águila. Síganlo a donde quiera que vaya. Obedezcan las indicaciones de sus superiores, y de cualquier persona que pretenda protegerles. Recuerden que son estudiantes, no tomen riesgos, y ante todo, NO SE ACERQUEN AL COMBATE. ¿Preguntas? –
Levanté la mano. El maestro sonrió, supongo que esperaba que yo preguntara cosas.
–¿Qué pasa si nos encontramos…. Con… el enemigo. –
Pregunté.
–Los generales y sacerdotes deberían asegurarse de que eso no ocurra… en todo caso, si algo así sucediera, repliéguense y pidan ayuda. No intenten enfrentarlos. Recuerden que aunque no son aztecas, son guerreros, más experimentados que ustedes. Algunos estudiantes, los más grandes, llevaran algunas armas, pero no están autorizados a presentar combate. –
El maestro respondió otra pregunta de otro de los alumnos. Yo miré a Etzatlán, visiblemente emocionado.
–¿Para que llevan armas si no podemos combatir? –
Pregunté en voz baja, a Etzatlán.
–Bueno… siempre hay la posibilidad de correr hasta un animal salvaje o algo así… por ello tenemos que tener alguna defensa. Icihuatl es bueno, puede manejar un lobo o alguna serpiente. –
–Si nosotros vamos a limpiar el campo… ¿No tienen ellos estudiantes haciendo lo mismo? –
Pregunté. Él asintió.
–La última vez hubo una pequeña pelea… pero a los grandes no les gusta… deberíamos evitar que eso pase. –
El maestro volvió a hablar en voz alta.
–Ya todos conocen el castigo por desobediencia. El emperador está guiando a las tropas al combate. Estará allí junto con todas las personas importantes de la ciudad. Se espera que los estudiantes hagan gala de su buen comportamiento y obediencia. –
Explicó.
Y haciendo una señal con la mano en forma de circulo, salió del salón.
Los murmullos estallaron cuando eso paso.
–Todos están emocionados. –
Comenté.
–Bueno… siempre es bueno salir en esta época del año, sirve de práctica para cuando seamos grandes y podamos pelear, además, creo que este año iremos especialmente lejos. –
Explicó.
–¿Qué quieres decir? –
Pregunté. Ni siquiera sabía cuánto iba a durar esto. De donde vengo, una campaña militar podría durar años, pero al parecer, aquí lo hacían por temporada. Eso significaba que no podía durar mas de unos cuantos meses, como mucho.
Icihuatl explicó.
–Hace un año, marchamos al sur. –
Nos dijo.
–Es cierto… fue bueno… los guerreros trajeron muchas cosas de allí. –
Icihuatl sonrió.
–El caso es que, con esa última marcha, hemos terminado de dominar a los pueblos que están cerca de nosotros. No queda ningún enemigo cercano, tenemos que ir más lejos si vamos a luchar. –
No sé si eso sonaba bien o mal para mí. Pero no hice más preguntas. Después de eso, nos enviaron a todos a dormir. Esa noche, dormimos allí dentro, si es que eso se le puede llamar dormir. Me costó bastante trabajo conciliar el sueño.
Antes de marchar, Etzatlán me mostró el estandarte del águila, que sería llevado por uno de los profesores, creo que el más joven de ellos. Icihuatl dijo que cargar el estandarte era un gran honor. Era una vara como de unos cuatro metros de alto, en cuya punta había una especie de escudo de armas, parecido a los que se usaban en las prefecturas de Japón, pero tenía, según dijeron, el dibujo de un águila en verde con el fondo amarillo.
Escuché los cuernos en el centro de la ciudad, llamando a la gente. Por unos momentos, me sentí como si estuviera en una película. El estandarte comenzó a moverse, y nosotros con él, lo seguimos hasta la gran plaza.
Una vez allí, en la cima de la pirámide más alta, donde evidentemente acababan de hacer sacrificios, había un hombre, vestido con collares de oro y una manta costosa. Llevaba una corona de color azul con plumas de diferentes colores saliendo de ella.
Junto a él, paradas detrás, había muchas otras personas, algunas de las cuales podían despertar admiración entre mis compañeros de clase. Supuse que eran los dirigentes de la ciudad, o grandes guerreros. No nos miraban a nosotros, de cualquier modo.
–¿Cuando comenzamos a movernos? –
Pregunté, en voz baja, a Etzatlán.
–Ya se están moviendo, los hombres de allí son los dirigentes, los guerreros están saliendo por la calzada. –
Explicó.
–¿Y deberíamos estar aquí, de pie? –
Pregunté.
–Claro que sí, estamos esperando nuestro turno. ¿Por qué no habríamos de estar de pie? –
–Bueno, pensé que por ser quien es, nos querría a todos inclinados. –
Expliqué.
–No… si estamos inclinados no podemos marchar. –
Algunos sacerdotes parecían estar cantando algo. Había gente alrededor de la pirámide tocando tambores. Pensé que podría ver a Metzelli, pero verla en medio de esta enorme multitud iba a ser imposible. –
–Siempre quise saber algo… –
Comenzamos a marchar, el estandarte empezó a moverse y nosotros con él. Todavía quedaba mucha gente.
–Shhh… no te salgas de la fila… sigue al estandarte. –
Me recordó Etzatlán.
Ni siquiera así pude evitar que mucha gente me mirara raro. Me sentí un poco extraño de estar haciendo esto, como una especie de impostor, pero lo cierto es que al menos a mis compañeros, ya no les preocupaba. Y continuamos por la calzada… marchando hacia el sur.
Una vez fuera de la ciudad, comenzamos a caminar por la larga calzada que conectaba la ciudad a través del lago. Sentí nauseas. Si mirabas a cualquiera de los lados, solo veías agua. Eso y la pequeña calzada atravesándola. Mantuve mi vista en el piso para no marearme más.
Mientras caminábamos, yo solo me imité a seguir a mis compañeros, encontramos tierra firme luego de un par de horas. Mis pies y mi cabeza lo agradecieron. No quise mirar atrás, por miedo a marearme.
Me volví a Etzatlán, que tenía toda la actitud de un chico en un paseo escolar.
–Si vamos a ir a la guerra… estamos en guerra ¿No?–
Pregunté.
–Ya deben haber enviado la declaración… –
Comentó él.
–Y si todos vamos a estar aquí… ¿Quién cuida nuestras casas? –
Pregunté. Etzatlán me miró.
–Oye… no lo sé. –
Otro compañero, que llevaba una especie de lanza, se acercó al darse cuenta de que estábamos hablando. Era más grande, posiblemente de la misma edad que Icihuatl Sempai. Ya no estábamos marchando, solo caminábamos.
–Eres el nuevo ¿no? Mi nombre es Teohat. –
Se presentó.
–Ah… mucho gusto… soy… Aki… –
Era difícil presentarse cuando no podías detenerte.
–He oído un poco de ti… dicen que tienes aptitud para esto, aunque eres tímido. –
–No soy tímido… ¿lo soy? –
Me quejé, mirando a Etzatlán, él asintió.
–Un poco. –
Respondí él.
–Oh, diablos… lo siento… –
–¿Ves? A eso me refiero… pides disculpas por todo. Tienes que ser más agresivo. –
Se quejó Etzatlán.
–No puedo hacer eso… –
Respondí, bajando la cabeza.
–Si no lo haces, no creo que “cierta” persona llegue nunca a considerarte un hombre. –
Respondió Etzatlán. Eso me hizo enojar. Estuve a punto de empujarlo, hasta que recordé que estábamos en un asunto de suma importancia. Teohat Sempai se rio.
–Ustedes… tenían una pregunta. –
Comentó él, luego de eso. Eso me quitó de la mente lo que había dicho Etzatlán.
–Oh si, es eso. Si todos estamos aquí… ¿Quién cuida que el enemigo no ataque nuestras casas mientras no estamos? –
Pregunté, Etzatlán asintió.
–Bueno… Texcoco y Tlacopan no están marchando ahora ¿No es cierto? –
–¿Ellos quiénes son? –
Pregunté, Etzatlán señaló hacia la orilla del lago que acabábamos de dejar.
–Ese es Texcoco. Ellos son nuestros aliados. –
Explicó Etzatlán.
–Y Tlacopan, está justo del otro lado del lago. –
Completó Teohat, luego continuó.
–Ellos nos cuidan mientras nosotros vamos a la batalla, a cambio, cuando les toque su turno, nosotros les cuidamos a ellos. –
Aclaró Teohat Sempai.
–Entiendo, gracias, Sempai… –
Expliqué. Él se rascó la cabeza.
–Icihuatl me dijo que usabas esa palabra. –
–¿No le agrada? –
Pregunté. Él negó con la cabeza.
–No sé qué es, eso es algo que quería preguntarte. –
Explicó Teohat Sempai.
–Bueno… cuando llegas a un sitio a hacer algo, normalmente hay gente que ya estaba allí ¿No es cierto? Esas gentes son tus Sempais… al menos, así es en donde yo crecí. –
–Creo que comprendo. –
Explicó él.
–¿Conoce a Icihuatl Sempai? –
Pregunté.
–Claro… era mi compañero cuando practicábamos lucha, tal como ustedes ahora. –
Explicó él.
–¿Cómo Aki y Yo? –
Preguntó Etzatlán. Teohat Sempai sonrió.
–Bien, ahora lo que venía a decir… estoy a cargo de cuidar este lado de la columna por ahora, si ven algo en el bosque, lo que sea… llámenme ¿de acuerdo? –
–Algo como ¿Qué? –
Pregunté.
–Como un jaguar, o un ocelotl, o una serpiente… –
Comentó Etzatlán.
–Hay muchas cosas en la selva, y estamos en la parte civil de la columna… cualquier cosa podría ser un peligro… y… puede que algunos espíritus traten de detenernos… espíritus malvados. –
Explicó.
–Usarían a los animales contra nosotros. –
Comentó Etzatlán.
–Entendido. –
Respondí yo.
Caminamos todo el día… después de un rato, estábamos definitivamente en una selva, parecida a las que se supone que hay en Vietnam. Ya saben, arboles altos, vegetación espesa, esas cosas. No tuve idea de cuantas cuestas habíamos subido hasta ahora, pero sabía que en algún punto del camino tendríamos que bajar.
Para la caída de la noche, estaba cansado, hambriento, y me dolían los pies… aunque creo que el entrenamiento había servido porque de otro modo yo jamás hubiera soportado una caminata, a campo traviesa, tan larga, y cargando todo lo que llevaba conmigo.
Un futon, que aquí se llamaban de otra forma, unos platos, aunque no llevaba comida, ropa, y varias otras cosas, atadas a la espalda como si fuéramos de campamento. Y eso fue lo que hicimos cuando cayó la noche. Acampamos.
El estandarte se detuvo al atardecer. Después de unos momentos de estar allí, uno de los profesores dio indicación a los Sempais que tenían las armas. Al parecer, tenían que montar guardia. Los demás, esperamos. Fue al final cuando el profesor se acercó a nosotros.
–Muy bien, hasta aquí podemos ir esta noche. Busquen un lugar seco donde colocarse, no salgan del perímetro. Una vez que estén listos, las mujeres les darán de comer, apresúrense a tomar la comida que les den, los guerreros quieren comer. –
Explicó.
Estábamos en medio de la selva. ¿Cuál perímetro? Pensaba. Por otro lado ¿Los estudiantes comíamos primero? Bueno… admito que eso tiene sentido. Pero que amable de parte de los guerreros, dejar que nosotros comiéramos primero.
No se ve todos los días.
Para mi agradable sorpresa, una vez que todos los estudiantes nos arremolinamos con nuestros platos alrededor de las ollas donde las mujeres cocinaban, me encontré con la señora Anci. La madre de Metzelli.
–Toma… veo que lo estás haciendo bien… que los dioses te guarden. –
Dijo, extendiéndome un pedazo de pan y algo en el plato que yo no podía ver por lo oscuro que era, pero que seguro me comería.
Etzatlán se acercó después y la señora Anci le sirvió. Íbamos de vuelta a nuestros lugares cuando Metzelli apareció de la nada.
–Psst…Hey… –
Me llamó.
Me acerqué, sin tomar en cuenta que Etzatlán estaba allí y estaba mirándome.
–Toma… –
Dijo ella, y me extendió una fruta roja. Del tamaño de una manzana, pero más suave.
–No puedo… –
–Tu calla y cómelo… te ayudará a reponer fuerzas. –
Me aseguró y luego de eso, y tras sonreírme, volvió a perderse entre la multitud de mujeres y estudiantes.
Que dura la tenían ellas, pensaba. Después de la marcha, a cocinar… no era del todo amable. Pero bueno, supongo que aquí no conocen las raciones.
Cuando volví con Etzatlán, él comenzó a preguntarme.
–¿Es ella? La que dices que… –
Preguntó.
–¿Qué no? Ella es… –
–Pero es una chica… –
Explicó.
–Si pero, ella es amable, me llevo bien con ella. –
Expliqué.
–No las has tocado ¿Cierto? –
–Claro que no, sus padres me conocen, no podría. –
–Y ¿dónde está la chica que dices? ¿Esta con ellas? –
–Claro que no… ella dijo que iría con los sacerdotes… –
–Waaa… así que si es una sacerdotisa… ¿Y esa chica quien es entonces? –
–Pues… ella es la que me ha enseñado a hablar el idioma, y varias otras cosas… –
Expliqué. Luego de que volvimos a nuestro lugar, seguíamos hablando, mientras comíamos.
Estaba comiendo lo que había en el plato. No sé qué era, nunca lo había comido. Pero estaba caliente y yo tenía mucha hambre, así que no me importó. El pan ayudó a llenar el estómago, y la fruta que Metzelli me dio, me ayudó a refrescarme. Por cierto, compartí mi fruta con Etzatlán.
–Es Xitomatl. –
Explicó él.
–Jitomate…. –
Repetí. El nombre me parecía conocido, pero tampoco lo había comido nunca, ni aquí ni en ningún otro lado. Metzelli tenía razón, la fruta que me dio me ayudó mucho con el cansancio.
–Hace un rato… cuando le explicaste a Teohat… lo que significa tu palabra. –
Comentó Etzatlán.
–Si… –
–Yo ya estaba allí cuando llegaste… ¿Eso no me hace un Sempai también? –
Preguntó él.
–Si bueno… estamos en el mismo grado… –
Respondí.
–Entonces es diferente. –
–Es decir, Tu ya estabas allí, pero Icihuatl es tu Sempai también, no solo el mío… es porque es mayor… y es estudiante. –
Esto es lo que obtienes cuando intentas explicar una jerarquía en un sitio donde tienen una diferente.
–Y entonces… si no es Sempai… ¿yo que soy? ¿Cómo se le llama a la relación entre compañeros como nosotros? –
Preguntó él, parecía interesado, así que lo pensé por un momento.
–¿Aibou?* –
Tuve que usar la palabra en mi propio idioma, porque no sabía si había una palabra para eso aquí.
–¿Aibou… que significa? –
–Compañero… –
Respondí.
–Bueno, todos aquí somos compañeros… –
–Eso es otra cosa, es un compañero en un sentido diferente. Aibou es el compañero de alguien, de una persona. Y es una persona en específico. –
–No entiendo… –
–Mira… es como cuando alguien está allí contigo siempre que estás en problemas, que te ayuda, y tú le ayudas a él… alguien a quien le confiarías tu vida. –
Etzatlán asintió con la cabeza y sus ojos brillaron.
–Me gusta eso. Eso está bien. –
Admitió mientras asentía.
–Bien… cuando eres compañero de alguien, chocas las manos así… –
Y cerré mi puño. Él cerró el suyo, y los chocamos.
–Compañeros. –