Kitsune Extra

Capítulo Especial: La señora Ataka

Ataka Kitsune preparaba la comida.

Debido a que era madre de una niña pequeña, su día solía ser atareado. Todos los días, se levantaba muy temprano a preparar el desayuno de su esposo. Su esposo salía de la casa a las seis de la mañana para ir al trabajo. Y como ella sabía lo mucho que trabajaba, solía poner la comida que ella considerase suficiente. A veces, requería dos cajones, según el humor en que se hallase.

Luego de eso había que cambiar pañales. Y su día comenzaba. Kitsune lo prefería ajetreado, no le gustaba estar sola, no le gustaba estar quieta, lavaba la ropa, cocinaba, salía a pasear con la pequeña Nijiko, iba de compras, saludaba a los vecinos y entraba de nuevo a su casa.

Ese era el momento más triste del día. La pequeña tomaba su siesta de la tarde y normalmente, Kitsune ya lo había hecho todo para ese momento. Fue entonces que comenzó a cuidar del jardín, sólo porque esas dos horas que duraba la siesta de la niña se hiciesen menos amargas. Pero ni siquiera eso fue suficiente.

Esperar a que su esposo llegara a casa la atormentaba. Varias veces, se descubrió a si misma despertando a la pequeña Nijiko sólo para que ésta llorara y atenderla. Se sentía culpable después por hacerlo, solía llorar a causa de eso. Después de algún tiempo, la vecina, una señora llamada Kuribae, se dio cuenta de que ella solía entrar y salir de la casa varias veces, a veces, sin ningún objeto, y un día sin más, la llamó a la cerca.

Una cerca era todo lo que les separaba. Kitsune no confiaba en la señora, pero como esta era ya una mujer entrada en años, y como además Nijiko si parecía confiar en ella, ya que le sonreía cuando la miraba, Kitsune acudió.

-Eres una niña muy joven, lo que haces es bastante sorprendente, aún así, pareces muy nerviosa. ¿Hay algo que te preocupe? ¿Tu pequeña está bien? –

Kitsune la miró por un momento. No parecía tener malas intenciones, y esta última semana, como además las tareas en el jardín, y en todos lados parecían haber disminuido, Kitsune estaba más nerviosa de lo normal.

-Ella está bien… es mi esposo… tarda demasiado en volver siempre. –

La señora le sonrió y abrió la pequeña puerta de la cerca.

-Los hombres trabajan demasiado, son cosas que no pueden cambiarse, entiendo perfectamente cómo te sientes, así son las cosas a veces, hasta que lo entiendes. –

Explicó la señora. Ese comentario no le gustó a Kitsune, hizo una mueca de disgusto, pero la señora respondió invitándole una galleta, y la invitó a pasar a su casa. “Lo que sea es mejor que estar sola” pensó Kitsune cuando accedió.

-Pero ¿Qué es lo que hay que entender? –

Preguntó Kitsune, su tono de voz reveló que ella se sentía molesta. La señora Kuribae sonrió, le causaba ternura ver a una niña tan joven siendo una esposa tan atenta, casos como ese ya no se veían muy a menudo, ni siquiera en este pueblo.

-Bueno, tú te casaste muy joven, y no hubo tiempo de que nadie te lo dijera, aun así, el hecho de que él no esté aquí, es precisamente lo que lo convierte en alguien admirable, es eso lo que le dice a una que tomó la decisión correcta. –

¿Quién iba a decírmelo? Pensaba en ese momento Kitsune, pero se guardó sus pensamientos mientras bajaba la cabeza. Quizá esta señora no la entendía, no sería la primera vez, eso no siempre podían ser malas intenciones.

-Pero… –

Se quejó Kitsune, mientras la señora la invitaba a sentarse, en una mesa que tenía afuera, en el jardín, donde normalmente la señora pasaba su tiempo libre sentada, bebiendo el té con las demás vecinas, a quienes Kitsune aún no conocía.

-La vida de casados ¿Es dura? –

Preguntó la señora, con una sonrisa de complicidad.

-Es difícil. –

Respondió Kitsune, mirando al piso, pero tomó una galleta.

-Bueno… en eso tienes razón ¿Te arrepientes de haberte casado? –

Preguntó la señora, Kitsune levantó la mirada. Aquello era tocar un tema que a Kitsune no le gustaba en absoluto. ¿Cómo podía ella arrepentirse de casarse? Era completamente ilógico. Si aquel chico la hacía tan feliz que ella ni siquiera podía creerlo. ¿Quién podría arrepentirse de algo así? Lo único que lamentaba, es que estar casados, los había separado más de lo que los había unido, o al menos, eso era lo que ella sentía.

-No. –

Respondió ella, renuente. La señora asintió.

-Sólo me gustaría que mi esposo estuviera más tiempo conmigo… me hace falta. No me molesta hacer las tareas, desearía que hubiera más que hacer a veces, para no sentirme así. –

-Entiendo que la vida de casados no es precisamente color de rosa, pero tiene sus beneficios, como todo. –

-¿Cómo cuál? –

Preguntó Kitsune, abriendo los ojos, la señora sonrió y acarició la cabeza de Kitsune, como si de su hija se tratara.

-Bueno, aparte de… algunos asuntos privados, el hecho de que él trabaje tan duro solo porque tu estés bien, es algo que no todas las mujeres pueden decir, eso debería hacerte sentir orgullosa. –

-No es él quien me hace sentirme mal… es que… yo no sé si estoy siendo una buena esposa. –

-Sólo mírate… faltan al menos tres horas, y estás aquí, impaciente, esperando por él. ¿Qué esposa lo haría mejor que tú? –

Preguntó la señora, pensando tal vez en que la joven esposa se preocupaba demasiado.

-¿Es eso suficiente? –

-Pregúntaselo una vez que vuelva, verás que lo que sea que te diga, te hará sentir mejor. –

Kitsune sonrió. Aquella señora no podía resolver su situación, era cierto, pero el hecho de que simpatizara con ella y pudiera tranquilizarla con sus palabras, la hizo sentir mejor. A partir de entonces, cada vez que Kitsune se sentía sola, iba con ella, a veces pasaban la tarde bebiendo te, a veces incluso Nijiko tomaba su siesta afuera, cuando el clima lo permitía.

Así llegó el invierno.

El primer cumpleaños de su hija sería en unos días. Y con el invierno, se acabó el trabajo en el jardín. La señora Kuribae se fue de vacaciones en aquella época. Y había pasado tanto tiempo dependiendo de aquella distracción, que pronto se encontró no sabía qué hacer.

Por si aquello no fuera suficiente, Nijiko había estado especialmente callada ese día. Agitada por los nervios, se ocupaba de cortar las zanahorias, muchas más de las que realmente necesitaba. Una voz que ella no creyó que volvería a escuchar la hizo saltar.

-Estás muy alterada, Kitsune. –

Su rostro palideció al voltear a la puerta de la cocina. Allí estaba, no había duda, recargada contra el marco de la puerta, con esa estúpida sonrisa en su rostro, aquella sonrisa que Kitsune había odiado más que a nada en el mundo. Katabe Takeshi había vuelto.

-¿Qué quieres aquí, Onee-san? –

Preguntó Kitsune, su ritmo cardiaco se aceleró y ella comenzó a respirar más profundamente a medida que terminaba de creer que después de todo este tiempo, ella realmente estaba viendo a su hermana mayor, de nuevo.

-Pues… vine a verte… creo. –

Y sonrió, había algo extraño en aquella sonrisa, pero no había duda, era Takeshi quien estaba frente a ella, incluso su expresión era la misma.

-Ha pasado mucho tiempo ¿Qué te has hecho? Veo que te preñaron, después de todo, y pariste… tú eras igual de desagradable. –

Apuntó Takeshi mirando el carro de la niña con desagrado.

-Lárgate. –

Respondió Kitsune, con lágrimas en los ojos. Nadie, absolutamente nadie, tenía el derecho de hablar así de su hija.

-¿Quién eres tú para decirme que hacer? –

Un golpe se escuchó en la tabla de cortar, y Kitsune se dirigió enfurecida a donde estaba su hermana mayor. Pero ésta ya no estaba allí. Batió la cabeza con lágrimas en los ojos, tratando de recuperar el control, pero volvió a escuchar su voz.

-No eres nada, como de costumbre. –

Respondió finalmente Takeshi. Kitsune se giró para ver a su hermana, que ahora estaba sentada cómodamente en la mesa de comedor.

-Soy la señora Ataka, y tú no tienes nada que hacer aquí ahora… ¡Yo gané! –

Declaró Kitsune, colérica porque no lograba hacer que se fuera, sin embargo, Takeshi la miró con sarcasmo.

-¿Ganaste? La señora… No me hagas reír ¿De verdad te crees que esto terminó? ¿Crees que ganaste?  Solamente una niña estúpida como siempre lo has sido se creería esas cosas en serio. –

Takeshi siempre disfrutó de burlarse de su hermana menor de esa forma.

-Te arrojé por la ventana, tu cabeza estalló como una sandía, todo el mundo lo vio… sintieron asco al verte, y me casé con él. –

Respondió Kitsune. Eran cosas de las que no quería acordarse, era cierto, pero ya que llegábamos al punto, todo lo que ella estaba diciéndole era la verdad, nada más que eso. Takeshi se puso de pie y se acercó a Kitsune, quien permaneció inmóvil, se acercó lo suficiente para poder susurrar.

-Ah, es cierto… pero te diré un secreto hermanita… De todas formas, lo perderás… aunque no sea yo quien te lo arrebate. –

Kitsune sintió que la sangre se le iba a la garganta, quiso estrangularla, pero había desaparecido, se había esfumado. No era la primera vez que esto le pasaba. Ella solía verla con regularidad, le decía cosas horribles y se iba. Incluso después de que murió.

Una de las razones por las que era feliz viviendo aquí, es porque en todo este tiempo, ella no había vuelto a verla, hasta el día de hoy.

Ahora tenía ganas de llorar. Trató de detenerse, pero no lo consiguió. Las lágrimas llegaron a su cara sin que ella pudiera hacer mucho para detenerla. Con temblores y espasmos, se sentó en el suelo y se llevó las manos a la cabeza.

“Sálvame.”

Fue lo único que dijo, luego simplemente comenzó a llorar.

En ese momento, la pequeña Nijiko despertó, y quizá por la conexión especial que había entre ellas, comenzó a llorar también, El llanto de Nijiko devolvió a su madre la realidad, se puso de pie como pudo, respirando pesadamente, caminó hasta donde estaba el coche de la pequeña y la sostuvo en brazos.

Kitsune todavía temblaba, se limpió la cara como pudo, mientras trataba de tranquilizarse para que la bebé no fuera a caer.

-No le hagas caso mi cielo, no le hagas caso… está loca… –

Le dijo a la pequeña mientras le arrullaba en brazos y comenzaba a tararear una canción para que la pequeña volviera a su siesta de la tarde.

-No te preocupes, no dejaré que nada te pase, tú eres lo más bello que me ha pasado. No hagas caso de lo que ella dijo, ella siempre es así, pero no es verdad… –

Susurró Kitsune, mientras subía las escaleras y descansó a la pequeña que se había quedado dormida, depositándola sobre su cuna esta vez. Salió de la habitación luego, para continuar haciendo la cena. Se detuvo al darse cuenta de que Takeshi seguía allí parada. Tragó saliva antes de hablarle.

-Tú no puedes hacerme daño ahora, no me importa lo que me digas, sé que son mentiras, todas eran mentiras. –

Le dijo, tratando de mostrar seguridad, pero lo cierto es que Takeshi, especialmente desde que murió, parecía saber perfectamente lo que ella pensaba. Quizá fue por eso que el tormento sólo se hizo más intenso después de que le asesinó.

-Ya te lo dije, hay mujeres aquí también, seguro que alguna encontrará su camino hasta él ¿No es acaso el mejor hombre que puede existir? –

Preguntó Takeshi, con la lengua afilada.

-Lo es, pero es mío, sólo mío. Se casó conmigo por ello. –

Respondió Kitsune, tratando de no vacilar, mirando su anillo de bodas como la prueba absoluta de que aquello siempre sería así. Estaba segura de que si no flaqueaba, entonces Takeshi desaparecería, como todas las otras veces.

-Se casó contigo porque te tuvo lastima ¿Por qué debería ser tuyo? Eres desagradable, fea y estás loca. –

Kitsune retrocedió, porque no pudo encontrar una respuesta. Takeshi se rio a carcajadas.

-¿Lo entiendes ahora? Cualquier persona lo hará más feliz que tú, eso es porque estas rota, y tú lo sabes. –

-Eso no es verdad, él dice que soy hermosa, y él no me mentiría. –

Respondió Kitsune, pero ya tenía lágrimas en los ojos.

-Si eres tan especial para él ¿Dónde está ahora? ¿No debería estar aquí? –

Kitsune se había estado preguntando eso toda la temporada, por irracional, egoísta o incluso estúpido que a veces le pareciera, ella realmente se hacía esa pregunta.

-Trabajando, para que su esposa y su hija sean felices, que es lo que cualquier hombre haría. –

Respondió Kitsune, encogiendo los hombros, se dispuso a ser todo lo fuerte que hubiera que ser, solo tenía que soportarlo y estaría del otro lado.

-Lo que cualquier hombre haría… ¿Qué sabes tú de los hombres? ¡Nada! Todos los hombres engañan a sus mujeres, sobre todo cuando tienen hijos. Y si hablamos de que eres tú, estoy seguro de que cualquier hombre sentiría asco de solo tener que tocarte… –

-Pero él no es cualquier hombre. –

Agregó luego, mirando a Takeshi jugar ociosamente con su cabello, justo como cuando la insultaba cuando pequeñas.

-Eso dices, pero tú sabes que muy probablemente está con otra ahora mismo… que lo hace más feliz que tú. –

-Tengo su número de teléfono… puedo marcarle cuando quiera, si tengo problemas vendrá. –

Aseguró Kitsune, tomando el celular dentro de la bolsa de su delantal. Ella no quería causar problemas a su esposo, sabía que si llamaba él vendría corriendo de donde quiera que estuviera, pero también sabía que muy probablemente su esposo sería regañado por sus jefes por abandonar el trabajo sólo así.

Sin embargo, en ese momento, su celular comenzó a sonar. Ella miró el número, sólo tenía dos números guardados, el de la doctora de la pequeña (que sólo Kitsune conocía, pues Yashite jamás tuvo permitido acompañarla) y el de su esposo. Era él. Cuando volteó a la mesa del comedor, Takeshi ya no estaba allí. Respondió el teléfono.

…Moshi-Moshi.

Preguntó Kitsune al teléfono, temblaba y todavía tenía ganas de llorar. Su esposo se dio cuenta de ello enseguida.

…Kitsune, Suenas alterada, ¿estás bien?

…Lo estoy, un pequeño incidente, pero nada grave… Tú… ¿Pasa algo?

…Un pequeño incidente.

La voz sonaba desconfiada, Kitsune se sintió la peor mujer del mundo por preocupar a su marido.

…No es nada, lo juro.

Respondió ella, con lágrimas en los ojos. Yashite mudó el tema.

…Bien, vas a decir que soy un descuidado, ¿Sabes? Pero, la verdad es que he dejado la caja de obento que preparaste, y el trabajo está detenido, pensaba que podrían venir tú y Nijiko, hace un buen clima.

Para ser invierno, el clima era bastante templado.

…¿La dejaste? ¿En casa?

Preguntó Kitsune, pues no la había visto en todo el tiempo que estuvo haciendo limpieza.

…Si, está en la mesa, creo… de todos modos, creo que el trabajo va a estar detenido un largo rato.

…¿Ha pasado algo serio?

Preguntó Kitsune, quizá temiendo una tragedia que haría que su esposo se demorase todavía más en volver.

…Digamos que forzamos la máquina de más y ahora esperamos a que venga el técnico a repararla.

Kitsune suspiró, sea como sea, su esposo quería verlas, a ambas. Eso era ya lo bastante bueno como para no enfadarse con él por descuidar algo que ella había preparado con tanto esmero.

…Entiendo, entonces ¿Puedo ir a verte? ¿No tendrás problemas?

…Bueno, por ser el día de hoy, no creo que le importe al jefe en realidad.

Explicó Yashite. De alguna forma, Kitsune alcanzó a entender que la culpa de todo había sido del jefe, por lo que su marido no sería regañado, y la parte que más importaba de todo eso, que llegaría normalmente a casa.

…Está bien, Estaremos allá pronto.

…De acuerdo, esperaré por ustedes ¿De acuerdo? Abriga bien a Nijiko, de todos modos.

Antes de colgar, Kitsune tuvo que preguntar.

…¿No te dará vergüenza que yo esté allí?

Por aquella pregunta, Yashite se dio cuenta de que ella tenía un problema, de esos que ya no solían ser normales, pero le respondió sin angustia ni tristeza en la voz.

…Por supuesto que no, la verdad es que, bueno, he pensado que quería que todos en el trabajo me vieran contigo, espero no estar siendo demasiado egoísta.

Kitsune suspiró. Él siempre sabía lo que había que decir, incluso más que su hermana mayor. Tomó a su bebé en brazos y como le habían indicado, le puso ropa especial para el frio, luego la colocó sobre su coche y salió. Antes de cerrar la puerta, se volvió para ver a su Onee-san parada allí.

-Ya no tienes poder sobre mí. –

Le dijo, y cerró la puerta tras de ella, todo lo que tenía que hacer era ignorarla, pero había que admitir que con las cosas como habían estado estos últimos días, ella tuvo un momento de debilidad. Sólo por si acaso, se había arreglado un poco para gustarle aún más a su marido cuando la viera.

Si él recordaba lo hermosa que se veía, entonces quizá, podía evitar ese cruel destino que le vaticinaba su hermana mayor. Subió al autobús diciéndose que se esforzaría mucho más por hacerlo feliz. Tal como había dicho su esposo, la caja de obento había quedado sobre la mesita que estaba a un lado de la puerta. Sí que era un descuidado, pero, siendo sincera consigo misma, ella desearía que se descuidara más veces.

Cuando llegó al trabajo de su marido, éste la recibió afuera del campo donde los empleados normalmente descansaban. Su corazón se encogió momentos antes de que ella lo viera. No pudo, ni siquiera en ese momento, evitar en su mente la imagen de su marido besando a otra mujer. Pero cuando lo vio parado sobre la nieve, cerca de algunos pinos que posiblemente serían cortados pronto, suspiró. Yashite fumaba, tiró su cigarrillo antes de acercarse a ellas. Kitsune llevaba a la pequeña Nijiko en brazos y la caja de obento en su bolsa de camino. Bajó la cabeza cuando su marido se acercó, apenada por haber desconfiado de él sólo por lo que su hermana mayor había dicho, tenía que dejar de hacerlo, se dijo.

-Me da gusto verte, Kitsune. –

Le dijo Yashite, tomando a la pequeña Nijiko en brazos, quien parecía también feliz de estar en brazos de su padre a estas horas del día.

-¿Se ha portado bien? –

Preguntó Yashite a Kitsune, refiriéndose a Nijiko por supuesto, Kitsune forzó una sonrisa y asintió.

-Muy bien, es una niña muy linda. –

Dijo, aquello le pesó en el corazón, buscó en el rostro de su marido algo que le dijera que él también pensaba que su hija era linda, y no desagradable como su hermana le había dicho. Pero Yashite le sorprendió con otra pregunta.

-¿Por qué has llorado, Kitsune? –

Kitsune bajó la cabeza. No podía decirle al mejor hombre del mundo a la cara que ella pensó que le engañaría, que realmente lo creyó, aunque fuera sólo un instante, porque aquello no tenía ningún sentido y ella lo sabía, sólo no pudo evitar pensarlo.

-No es nada. –

Respondió ella, avergonzada por su comportamiento.

-Vamos, tenemos que entrar, el bosque es más frio que el camino, y quiero que Nijiko esté bien. ¿Cuándo es su cita? –

-La doctora me pidió que la llevara la siguiente semana para un examen, aunque ya no parece tener problemas al respirar, de todas formas dijo que quería que terminase el tratamiento. –

Nijiko nació con un problema de respiración, pero especialmente este último mes, había desaparecido casi por completo.

Dentro del edificio donde los empleados normalmente comían, Kitsune se llevó una agradable sorpresa: No había mujeres. Ni una sola. Aunque ahora que lo pensaba, era algo que ya sabía. Todas las mujeres estaban en sus casas, preparando la cena y cuidando de los niños. Ella estaba aquí. ¿Por qué le habían premiado si había sido tan mala mujer como para desconfiar así de su marido? Kitsune no lo entendía.

-Sempai. –

Llamó Kitsune antes de sentarse. Yashite se volvió, un tanto desconcertado por el nombre, ella ya no le llamaba así, mucho menos en público. Siendo honestos, era algo que Kitsune solo decía en sus momentos más privados.

-¿Tú me quieres? –

Preguntó ella, con la cabeza baja.

-Claro que sí. –

Respondió él, mirándola con desconcierto.

-¿Y quieres a Nijiko? –

-Adoro a Nijiko, casi tanto como a ti, no sé porque lo preguntas, Kitsune, pero lo que sea que haya pasado, no ha cambiado lo que siento por ti, y por nuestra hija. –

Respondió él, luego ella se sentó, invitándolo a sentarse. Un hombre que Kitsune no conocía se acercó a su esposo.

-Ha venido tu mujer, tal como dijiste. –

-Bueno, no sabemos cuánto vayan a tardarse, pensé que era una buena idea. –

Respondió Yashite, casi descansando, pero a través de esas palabras, Kitsune pudo notar un leve rastro de orgullo en su marido, algo que de algún modo, le dio a entender que se hallaba feliz de que ella estuviera aquí.

-De haber sabido que esto pasaría, hubiera pedido a la mía que viniera. –

Respondió el hombre, con una sonrisa rara, como de complicidad porque éste estaba hablando en un sentido sexual, Yashite lo entendió, pero no dijo nada al respecto.

-Todavía estás a tiempo. –

-No, no lo creo, además, ella se enfadará si la llamo por cada pequeña cosa, ya sabes cómo son las mujeres. –

Le dijo el hombre, ignorando completamente a Kitsune, quien tenía la costumbre de permanecer callada y cabizbaja cuando su esposo hablaba con otro hombre.

-No tengo mala suerte. –

Le respondió Yashite, esto hizo que Kitsune se preguntara una cosa. ¿Por qué una esposa querría estar sola en casa en vez de venir aquí? Tenía sentido si no podía venir, pero si pudiera, si aquello no le ocasionara problemas a su esposo con los jefes, seguro que ella vendría todos los días.

-En fin, es una bebe muy linda, ¿Es hija tuya? –

Comentó el hombre, Kitsune, contrario a lo que siempre hacía, levantó la mirada, miró al sujeto. Éste miraba a Nijiko con envidia. ¿No tenía bebés? Se preguntaba ella.

-Es mi hija, se llama Nijiko. –

Y Yashite descubrió un poco la cara del bebé.

-En fin, me voy a comer, a ver cuánto tardan en arreglar este desajuste, esperemos que no tarden demasiado, extraño el sonido de mi sierra. –

Dijo, haciendo ademanes masculinos, puso una mano en el hombro de Yashite, y siguió su camino.

-Es un amigo mío de aquí, le he dicho que nuestro bebé es el más lindo que pueda haber, él no tiene hijos aún, así que no lo creía, hasta que lo vio. –

Esto puso lágrimas en los ojos de Kitsune, que ella se apresuró a limpiar, asustada.

-¿Le has dicho algo como eso a tus amigos en el trabajo? –

Preguntó Kitsune, perpleja.

-Bueno, es la verdad, no les he mentido. –

Respondió Yashite, rascándose la cabeza

-Es decir… Tú no piensas que… mi hija sea desagradable ¿Verdad? –

Preguntó Kitsune, nerviosa.

-¿Quién te dijo algo como eso? Por supuesto que no. –

Finalmente ella sonrió por un momento.

-Es decir, mírala, es preciosa, ¿Acaso no lo es? –

-Si lo es. –

Respondió Kitsune, sintiendo que el calor llenaba su pecho, ella recordaba esta sensación, era la sensación de darse cuenta de que lo que le habían dicho las voces malas eran mentiras. El poder sentir eso fue lo que le dio a entender a Kitsune, desde el primer momento, que él era el hombre indicado. Era simplemente el mejor sentimiento que ella pudiera tener, y no sería posible sin que él estuviera allí. En realidad, su cabeza tenía dos tipos de voces, que ella podía escuchar de cuando en cuando. Una de ellas era la voz de algo que le decía lo que tenía que hacer, la otra era la voz de su Onee-san, que siempre le decía cosas desagradables, esa no le gustaba.

Durante mucho tiempo, ella creyó que aquello era normal, y que todas las personas eran así, le tomó algunos años comprender, que aquello era algo que sólo le ocurría a ella, y el sentirse diferente fue lo que comenzó a alejarla de los demás, desde que iba en la escuela elemental. En un principio, ella pensó que bastaría con no hacerles caso, pero lo cierto es que esas voces casi nunca se quedaban calladas, era difícil ignorarlas.

Sus padres le regañaban todo el tiempo por hacer las cosas que las voces le ordenaban hacer, y en aquellos tiempos la voz desagradable era mucho menos frecuente. Después de que su hermana murió, la voz desagradable se transformó en su Onee-san, y ella podía incluso verla, pero por más que quiso volver a matarla, ella siempre desaparecía. El único que tenía poder sobre esas voces, era él. Ataka Yashite. Sólo él podía hacer que estas callaran, ambas, y cuando estaba con él, Kitsune tenía paz.

También sabía que si él se fuera, ella volvería a escuchar esas voces en todo momento, y por eso es que ella debía permanecer a su lado, y hacer todo lo posible por hacerlo feliz. Eso fue lo último que la voz que daba órdenes le dijo.

Kitsune nunca hablaba sobre esto con nadie, en parte porque sabía que nadie comprendería lo que ella quería decirles, en parte porque ella sentía que era su responsabilidad lidiar con ellas, en parte porque luego de que se casó, no había vuelto a escuchar a ninguna de las dos. El día de hoy había sido una excepción.

Por eso, cuando su esposo le dijo eso, ella sintió que todo estaba bien y no pudo evitar recargar su cabeza sobre él, a pesar de que estaban en público, para que éste le abrazara. Se sentía tonta ahora, por haber creído en las palabras de Takeshi, pero también pensaba que si su esposo la mimaba, entonces ya no era importante.

-Te daré de comer. –

Le dijo, porque después de unos momentos, aquel abrazo la avergonzó. Es decir, estaba en público.

-No es necesario. –

Respondió Yashite, ahora también avergonzado.

-Pero quiero hacerlo. –

Replicó ella con una vocecita.

-De acuerdo. –

Respondió Yashite con un suspiro, y permitió que ella le alimentara en la boca. Kitsune poco a poco fue recobrando el buen humor a medida que él hacía cumplidos acerca de lo buena que era la comida. Cuando terminó de comer, Kitsune cargó a la niña en brazos y se recostó al lado de él, mientras Yashite acariciaba el cabello de su esposa. Después de un rato, el jefe entró al lugar y dio el anuncio de que la maquina estaba funcionando de nuevo.

-Tienes que irte, debo volver al trabajo y, por otro lado, comenzará a hacer frio, y no quiero que nada le pase a Nijiko. –

-No tardarás mucho ¿Cierto? –

Preguntó Kitsune, con una sonrisa, Yashite negó con la cabeza.

-No falta mucho para que sea la hora de salir de cualquier modo, además de que, no podemos trabajar bien en esta temporada, oscurece temprano. –

Explicó Yashite, poniéndose su equipo para regresar al trabajo, dio un beso en la frente a Nijiko, y uno en los labios a Kitsune.

-No debes tardar, tienes que venir con cuidado, te estaremos esperando en casa. –

Le anunció Kitsune, y acercando sus pechos a él, le dio un beso en los labios. Aquello era una invitación y Yashite lo sabía, sonrió para sus adentros al pensar en lo que pasaría al regresar a casa, miró a Kitsune avergonzarse, eso lo comprobaba.

-Guardaré mis energías. –

Le dijo, Kitsune sonrió y le tomó de la mano.

-He sido una mala mujer, no seas muy severo conmigo al llegar a casa. –

Le dijo ella, sin atreverse a levantar la mirada por lo que ella estaba insinuándole. Yashite asintió, y luego Kitsune salió de allí y cogió el autobús, llegó a su casa mientras comenzaba a oscurecer. Dejó a Nijiko dormida en su alcoba, se bañó y se visitó para recibir a su esposo.

No. No sería un acontecimiento feliz, no para ella en todo caso. Tragó saliva al escuchar a su marido abrir la puerta de la casa. En realidad le agradaba más cuando él era amable con ella, pero eso no la haría sentir mejor. No ahora.

Castigo, dolor, humillación. Necesitaba esas cosas para redimirse, para que al tocar sus cicatrices a la mañana siguiente ella recordara lo doloroso que fue, para recordar una vez más que no tenía ningún derecho de dudar de él, que él era un buen esposo y que ella debería estar conforme con lo que tenía. Había sido egoísta, había sido engreída, y bajo esa idea de niña débil, ella estaba presionando demasiado a un hombre que ya daba todo de sí por hacerla feliz. ¿Con que derecho ella se atrevía a pensar esas cosas? No, aquello no podía permitírselo, había sido una mala mujer al pensar así, y las mujeres malas deben ser castigadas. Esta noche, él debería encargarse de recordárselo.

Sólo entonces ella se sentiría bien otra vez, sólo de esa forma ella se sentiría digna de nuevo, de seguir viviendo en aquella felicidad tan dulce que su marido le proporcionaba y que era toda la razón de que ella estuviera viva. Sólo entonces ella volvería a sentirse merecedora de seguir siendo eso que a ella le gustaba tanto ser, y que era en realidad, lo único que era realmente: La señora Ataka.

F I N