Jaakuna Kami V1 C7

Capítulo 7: Que relata lo que sucedió en la batalla, junto con los deberes de los estudiantes durante ella.

Salimos de la selva después de marchar otro día completo. Montamos campamento, y a la mañana siguiente a medio día, estábamos dejando la selva atrás. El clima cambió repentinamente cuando al salir de la selva, la humedad  y calor, dieron paso a neblina y frio.

–¿Dónde estamos? –

Pregunté, a nadie en especial.

–Nunca había venido aquí… –

Respondió Etzatlán. La mayoría de nosotros, los estudiantes, mirábamos asombrados mientras caminábamos. Ya no había barro en el suelo, así que podíamos caminar con más firmeza. Pero el suelo era frio, el viento era frio también y los arboles cambiaron por algo parecido a los pinos.

Ahora podía ver hacia abajo un poco, mientras caminábamos, podíamos ver las columnas y los diferentes estandartes, ir hacia abajo. Icihuatl Sempai llegó hasta nosotros después de eso.

–Espero que hayan disfrutado esto. Los profesores quieren que avise a todos, estamos a punto de avanzar a través de la columna.  –

Explicó.

–¿Por qué? ¿Qué está pasando? –

Pregunté.

–El enemigo está frente a nosotros. –

Anunció. No sé yo por qué aquello se sintió tan genial, y al mismo tiempo dio tanto miedo.

El estandarte del águila, se separó del resto de los que andaban. Ahora teníamos que aumentar el paso. Bajamos con prisas a través de algunos pequeños riscos accidentados y pedregosos. Era fácil caer aquí con todo el equipo que llevábamos.

–No veo al enemigo… ¿Quiénes son? –

Preguntó Etzatlán, parecía emocionado.

–Tampoco los he visto yo… los sacerdotes están preparando el sacrificio de guerra. –

Aquello si me llamó la atención, por obvias razones, pero no dije nada. Una vez que estuvimos en donde se suponía que estuviéramos, pude ver a los guerreros de nosotros. Los buenos, si es que les podemos decir así.

Nunca imaginé una cantidad tan grande. Soy malo para contar personas, pero yo diría que había al menos unos mil de ellos, todos vistiendo prendas coloridas y formados como en una película de Mel Gibson. Aun así, a través de la neblina, no podía ver al adversario. Nos encontramos con Teohat Sempai allí. Parecía que estaba sirviendo de mensajero entre los maestros y los dirigentes.

–¿Qué hacemos ahora? –

Pregunté, ansioso. Teohat Sempai negó con la cabeza.

–Los grandes quieren que esperemos hasta que acabe la neblina… los sacerdotes están pidiendo que los dioses la quiten para que podamos comenzar. –

Explicó. Éramos todos los chicos del Telpochcalli los que ahora estábamos allí parados, justo detrás del ejército. Las mujeres, que habían venido delante de nosotros durante toda la marcha, comenzaron a acomodar sus cosas para montar comedores, bebederos, y algunos sitios a donde atender las heridas. Los sacerdotes ahora estaban haciendo algo con fuego.

Etzatlán me señaló a una de las “divisiones” del ejército.

–Los caballeros águila están allí. Tenías que haber visto la última campaña, uno solo de ellos acabó como con cien enemigos. –

Explicó. Los hombres a los que me señaló Etzatlán eran un grupo de al menos veinte hombres, todos vestidos con una tilma blanca y sandalias color blanco también. Tenían capas pequeñas color verde, y sus escudos eran de colores y llevaban plumas alrededor.

Iba a preguntar ¿Por qué se llamaban así? Cuando uno de ellos volteó ociosamente, sin mirarnos, y me di cuenta de que llevaban una cabeza de águila por sombrero. Icihuatl Sempai se acercó.

–¿Dónde están los contrarios? –

Pregunté.

–Del otro lado del campo, según parece, los Coyotl los encontraron hace al menos media hora… ellos ya están formados en la cima de la colina que tenemos delante. Pero la neblina no permite el combate… los dioses quieren que esperemos. –

Explicó. Quería decir, que sería una batalla justo como en las películas… dos ejércitos, puestos el uno contra el otro.

–¿Son muchos? –

Pregunté.

–Tampoco los he visto, pero por lo que Teohat me dijo, los grandes dicen que son al menos el doble en número. –

Yo suspiré. En ningún momento pregunté ¿Qué ocurre si son derrotados? Pero no estaba seguro de querer averiguarlo ahora mismo.

Seguro que los dirigentes no habían pensado en todo esto al azar ¿O sí?

–¿Qué tenemos que hacer? –

Pregunté.

Etzatlán me respondió.

–Cuando den la orden, corremos al frente del ejército, y quitamos las piedras, los palos, y las plantas grandes. –

Explicó.

–¿Es todo? –

Pregunté, no parecía difícil. Icihuatl Sempai se rio.

–Bueno… si, por el momento, también es nuestro trabajo traer a los heridos hasta aquí para que puedan atenderlos, y yendo todo bien, traer de vuelta también los cadáveres de los muertos para que podamos enterarlos. –

–¿Y si no va todo bien? –

Pregunté. Etzatlán me miró con sorpresa.

–Irá bien… –

Respondió Icihuatl Sempai. Yo suspiré.

La neblina se despejó. No puedo imaginar un mejor efecto que una neblina despejándose en la película, revelando poco a poco las fuerzas del enemigo. El único problema es que esto no era una película, no debería haber esa clase de efectos de post producción.

El enemigo, también vestido de colores, y con lanzas y demás armas a la vista, estaba formado, como dijeron, en la cima de una pequeña colina, no era muy alta, pero la vista era imponente. Hacían una línea larga que alcanzaba de extremo a extremo en ella.

Teohat Sempai vino corriendo hasta nosotros.

–Es hora, van a sonar el caracol… –

Se escuchó un sonido como de cuerno de batalla y en el campo se agitó el estandarte del águila, que era, el nuestro. Etzatlán me dio un golpe en el hombro. Fui corriendo junto con los demás. Todo tranquilo. Nadie nos arrojó nada, nuestro ejército permaneció en donde estaba, y el suyo también. Salieron chicos del otro lado, del lado del enemigo, a apoyarnos en nuestra tarea.

Icihuatl, Teohat, y una docena más de estudiantes, que evidentemente era los Sempais, daban indicaciones acerca de cuáles ramas, plantas o piedras teníamos que quitar del camino. Removíamos las piedras volcánicas encajadas en la tierra con ayuda de palos enormes, con paletas y pinchos para sostenerlas y luego las rodábamos lentamente hacia abajo. Lo mismo con los troncos y ramas grandes.

Otros más, se ocuparon de quitar algunos arbustos con espinas que había allí.

En menos de un par de horas de trabajo, estaba limpio.

Hubiera preferido que nos dijeran que querían sembrar en el campo, no combatir en él. Era medio día cuando terminamos. Sonaron los caracoles (que no eran cuernos, después de todo) los estudiantes del otro lado, también se retiraron, lejos de lo que serían las líneas enemigas.

Vi que Icihuatl se encargó personalmente de una rama, junto con algún otro Sempai. Yo me acerqué paraa ver si necesitaban ayuda.

–No te acerques. –

Dijo Icihuatl Sempai.

Fue entonces que miré mejor. Había abejas en esa rama. Estaban moviendo un panal de abejas.

–Eso es peligroso… –

Me quejé, sin mucho sentido, porque, por algo lo estaban manejando los Sempais. Icihuatl Sempai se rio.

–Las picaduras de estas cosas podrían cambiar el resultado de la batalla, y no para nuestro bien… –

Explicó. Supongo que encontraron el panal de nuestro lado del campo, sería una pena que nuestros guerreros fueran atacados por abejas mientras cargaban.

–Muy bien… por ahora nuestro trabajo está hecho… ahora esperemos… –

Nos indicó Icihuatl Sempai. Nuestro profesor vino a decirnos que iba a ir al combate. Varios otros profesores hicieron lo mismo con sus grupos. Hasta ese día, no me había percatado de cuantos alumnos éramos en realidad.

–Tienen que obedecer a los mayores mientras no estoy… ya les he dado indicaciones… –

El profesor se unió a las filas luego de eso. En una mirada rápida, me di cuenta de que, algunos sacerdotes, se estaban uniendo a las filas también.

–¿Los sacerdotes también luchan? –

Pregunté. Etzatlán asintió.

–Si pueden… sí. Algunos no pueden porque son demasiado viejos… pero normalmente luchan… –

Explicó.

Sacerdotes guerreros. Tenía sentido si tomábamos en cuenta que aquí todo el mundo quería ser un buen guerrero. El padre de Citlatzín dejó el foro donde los sacerdotes estaban, para unirse a la lucha. Marchó hacia el frente, usando un cráneo en la cabeza, posiblemente algún sacrificado.

Eso me recordó todo lo que había pasado antes del día de hoy.

Algo de lo que no me percaté del todo hasta que vi al ejército formado, es que… no hay caballería. Uno esperaría que en un mundo como este, los ejércitos usaran caballería. Pero ahora que lo pensaba, yo no había visto ni un caballo desde que llegué aquí.

Una docena de hombres fueron los últimos en abandonar sus puestos detrás de las filas y unirse al ejército. Solo por no quedarme con la duda, le pregunté a Etzatlán.

–¿Esos quiénes son? –

–Son los tlacateccatl. Eso quiere decir que ya va a comenzar. –

–¿Tlacateccatl? –

Pregunté. Etzatlán asintió.

–Ellos son los que tienen el plan de batalla. –

Explicó. Los dirigentes, en suma.

Al parecer, aquí el punto importante era la colina, ignoro porque era así, pero ellos ya habían tomado posiciones en ella. Imagino que era un sitio importante.

Así como yo lo vi, estábamos en una terrible desventaja, pero eso no impidió a los dirigentes dar los discursos que se dan en batalla, de los cuales no alcancé a escuchar ni a comprender mucho, y chocar sus armas contra sus escudos en señal desafiante. Los contrarios hicieron lo mismo, y comenzaron a bajar de la colina.

La mayoría de los enemigos, llevaban picas grandes con pinchos al final para luchar, los nuestros llevaban palos con navajas hechas de piedra o jade.

Comenzaron a correr los unos hacia los otros cuando sonaron las caracolas, que aquí vendrían a hacer el trabajo de las trompetas, y en menos tiempo del que me toma decir esto, estaban chocando los unos con los otros.

Como no sabía que era lo que estaba pasando, no lo puedo describir, pero al cabo de un momento, los enemigos empezaron a avanzar colina abajo, y los nuestros comenzaron a ceder terreno.

–Esto no luce bien… esto no luce bien para nada. –

Me quejé.

Etzatlán me puso una mano en el hombro.

–Tranquilo… tienen un plan… no vamos a perder solo así… –

Explicó. No sé de dónde saqué la idea de que él sabía más que yo. Lo cierto es que él parecía tener plena confianza en estas gentes. La batalla continuó así por un rato.

Cada vez que había un herido, sus compañeros lo movían hacia atrás de las filas para evitar que lo mataran. Una vez colocado en un sitio relativamente seguro, nosotros, que estábamos a la expectativa, íbamos hasta donde estaba, con una especie de camilla, y lo traíamos de vuelta aquí, donde los curanderos y las mujeres le atendían la herida.

Teníamos que ir en grupos grandes, por lo que cada uno de los heridos requería al menos diez estudiantes, guardados por un Sempai, que fueran hasta allí por él. Comenzaron a haber heridos en el campo, y como era de esperarse, comenzaron nuestras labores de rescate. Por suerte. Teohat Sempai estaba con nosotros.

Parecía confiable.

No hubo ningún percance, a decir verdad. Como no fuera que mientras traíamos a uno, salían dos más, pero el ejército enemigo nunca nos atacó. Parecía que era una especie de convenio aquí. Algo así como no atacar a la cruz roja en mi mundo.

No pasaban unos cuantos minutos cuando teníamos que volver a salir.

Esto era bastante agotador. La carrera era larga y la camilla pesaba, a pesar de que éramos cuatro cargando la camilla, había que volver a toda prisa si queríamos que tuviera alguna posibilidad de salvarse. Este no era trabajo para un estudiante. Supongo que lo hacíamos a falta de mejores opciones.

Volvimos hasta donde estaban las mujeres, dejamos al hombre en cuidados de una curandera, y volvimos a hacer nuestro trabajo.

Mientras el sol todavía estaba alto y el combate continuaba, me di cuenta, de que a la derecha de donde los guerreros estaban luchando, había una especie de hueco entre dos trozos del bosque, junto a un risco como los que habíamos bajado antes. Un claro pequeño, apenas lo sufrientemente amplio como un salón del Telpochcalli.

No le presté atención en ese momento, y supongo que nadie, porque la siguiente vez que miré, había hombres allí, enemigos… con arcos.

–Oye… mira… –

Llamé a Etzatlán. Él volteó a ver.

–Hay enemigos allí… –

Comentó… llamamos a Teohat Sempai.

–Sempai… hay enemigos allí arriba… van a disparar a nuestras tropas… –

–Seguro que los dirigentes los saben… tenemos que continuar… –

Respondió Teohat Sempai. Pero ellos dispararon… y nadie les respondió. Estaban en la posición perfecta. Cuando volvimos con otro herido, ellos aún estaban allí, no eran más de veinte, pero estaban infringiendo duras bajas a los nuestros.

No era una batalla como en las películas, donde todo acababa en un instante porque cada quien escoge un oponente individual… luchaban en columnas, primero los primeros, luego los segundos, luego los terceros… los que estaban hasta atrás todavía no habían golpeado a nadie…

Y ahora les estaban disparando.

Todo pasó en cuestión de segundos. Para mí, fue como si el tiempo se volviera lento.

Mientras volvía, con la décimo sexta camilla del día (porque las conté) pude ver a Citlatzín, pero ella no me notó a mí. Y volteé a ver a la batalla, su padre estaba allí, luciendo genial para todos. Era tan impresionante, que podía mantener a raya a varios de ellos sin muchos problemas.

Con todo lo que estaba pasando, nadie se percató realmente de los arqueros que estaban disparando. Y los arqueros si se percataron de él… y le dispararon.

Algunas flechas enemigas rebotaron en su pectoral y su escudo. Pero a cambio, el hombre tuvo que darle la espalda al enemigo. Y fue allí que lo golpearon con algo.

Pude ver a Citlatzín llevarse las manos a la cara, parada junto a unos ancianos. Otro grupo de estudiantes se dispuso a ir por él cuando vimos que su compañero, que también llevaba una calavera en la cabeza, lo sostuvo en hombros, malherido y sangrando, y lo sacó de allí

Yo me volví a Teohat Sempai y reclamé:

–¡Esos hombres allí van a hacer que perdamos esto! –

–No podemos cuestionar a los dirigentes… –

Se quejó él.

–No los cuestiono… los dirigentes no sabían que había enemigos allí… pero nosotros lo estamos viendo. ¿No podemos hacer algo? –

–Se nos dio órdenes de no combatir… tenemos que continuar con lo que hacemos. –

Como si lo que hubiera dicho se hiciera realidad, nuestras tropas comenzaron a ceder más y más campo. Ahora la distancia que había que recorrer para traer a los heridos de vuelta era mínima. Todos miraban preocupados. Los dirigentes estaban imposibilitados de hacer algo porque desde donde estaban ellos no podían ver lo que estaba pasando.

No es que fueran idiotas o necios… en que realmente solo podías verlos si te parabas en donde estábamos nosotros… o donde empezaron ellos.

Así de buena era su ubicación.

Para nuestros guerreros, era obvio que “alguien” los estaba atacando con flechas desde alguna parte. Pero no podían ver desde donde. Si ibas hasta donde recogías a los heridos, solo verías las flechas caer.

Por eso no hicieron nada.

–Tengo una idea. –

Le dije. Teohat Sempai me miró de mala manera.

–No puedes combatir, no hay nada que hacer… –

–No dije que fuera a combatir… pero necesito su ayuda… podemos salvar el día. –

–¿Quieren que nos castiguen? –

Preguntó Etzatlán molesto porque estaba tratando de involucrar a más gente.

–No me gustaría, pero si esto sigue así por más tiempo, no quedará nadie que pueda castigarnos, y nuestra recompensa por obedecer será la muerte. –

Respondí. Era muy obvio porque nadie quiso decir qué pasaba si todo salía mal. Si nuestras fuerzas rompían filas, muchos íbamos a morir. Por eso es que las chicas no deberían venir.

–¿Qué tienes en mente? –

Preguntó Etzatlán.

–Etzatlán, esto es desobediencia. –

Se quejó Teohat Sempai.

–Lidiare con el castigo luego, él dice que puede hacer algo, yo no voy a dejar que se quede con la gloria. Vamos a hacer algo. –

Se quejó él. Varios otros estudiantes asintieron. Se acercaron a mí para que les contara el plan.

–Muy bien… ¿Recuerdan el panal de abejas de antes? vamos a tomar esa cosa, nos escabullimos en silencio detrás del risco, y cuando estemos justo arriba de ellos, lo arrojamos hacia ellos… las abejas se enojarán, y los picarán. –

–De acuerdo… ¿Dónde está esa cosa? –

Y así sin más, comenzamos a buscarlo por todos los sitios donde habíamos puesto las rocas y palos que quitamos por la mañana. Con un poco de suerte, nadie notaría nuestra clara ausencia. Teohat Sempai tuvo que venir con nosotros al final, de otro modo, lo cuestionarían.

–Lo encontré. –

Gritó otro compañero. Pusimos el tronco en una camilla, y corrimos a través del campo como si fuéramos a ir por un herido o algo así… en medio del caos, nadie notó cuando… nos escabullimos fuera de la vista de todo el mundo. Teohat Sempai iba a la cabeza, con una lanza, vigilando que no encontráramos ningún enemigo.

–Si esto falla… –

Se quejó.

–Shhh. –

Respondió Etzatlán. Estábamos ahora justo a unos pasos de distancia, y los arqueros podrían habernos visto, pero tampoco prestaron atención. Nos acercamos a escondidas al risco que estaba al lado, y contuvimos la respiración.

–Listo, están justo ahí debajo. ¿Están listos? –

Pregunté. Tanto Etzatlán, como Teohat Sempai, como los otros tres que me acompañaban, asintieron con la cabeza.

–Ahora. –

Y lo lanzamos. Escuchamos como caía y como el panal de abejas se enojaba y picaba a los arqueros, que salieron huyendo, mientras estábamos acostados en el piso con la boca tapada para evitar que nos descubrieran.

–¿Ahora qué? –

Preguntó Etzatlán.

–Ahora volvamos y esperemos a que termine la batalla. –

Volvimos arrastrándonos para evitar a las abejas por un rato, una me picó en el hombro, otras dos o tres picaron a Teohat Sempai, pero salimos básicamente bien de allí. Cuando nos pusimos de pie, y pudimos correr todo el camino de regreso, nos encontramos con Icihuatl Sempai.

–¿Por qué vienen corriendo así? Y… sin nadie… ¿Paso algo? –

Preguntó, contrariado. Luego miró al horizonte, donde un enjambre de abejas se arremolinaba allí donde debería haber arqueros enemigos.

–¿Eso son abejas? –

Preguntó.

–Es duro de explicar… –

Replicó Teohat Sempai.

Unos momentos después, un grupo de guerreros de los nuestros, se liberó de la presión de la batalla, porque una parte del enemigo huyó, pero cuando quisieron dar la vuelta y buscar a los arqueros, estos ya no estaban.

El sol estaba a punto de ponerse en el horizonte e imagino que tanto nuestros guerreros como los del enemigo estaban agotados. Las fuerzas de ambos comenzaron a retirarse a sus posiciones iniciales.

Nosotros no teníamos forma de conocer el resultado de la batalla, porque ninguno de los dos ejércitos hizo señales de victoria ni nada por el estilo. Fue un encuentro muy cerrado.

De los nuestros murieron al menos cien hombres. Es difícil decir lo que se siente saber eso. Los sacerdotes comenzaron a armar hogueras funerarias para los caídos. Adivinen quienes tenían que traerlos hasta aquí. Si, nosotros.

No pudimos saber cuántos murieron de ellos. Usando palos con algo en la punta quemándose, como antorchas pero malas, nos paseamos por el campo con los mismos grupos con los que habíamos recogido a los heridos por la tarde.

–Hey… compañero… –

Gritó Etzatlán, agitando su antorcha.

–Aquí hay uno… –

Agregó. Yo y otro de los nuestros nos acercamos. Tenía miedo de que fuera alguien conocido a decir verdad, pero eso no pasó. Tomamos el cuerpo, y lo llevamos en silencio hasta la pira donde sería incinerado por la noche.

–Creo que ese fue el último. –

Comentó Etzatlán.

“Nacer crecer y luchar.

Es el destino del hombre.”

Comenté en voz alta. Es un Haku de muerte de mi país, aparece en las epopeyas épicas de uno de los héroes de la sengoku jidai. Pero nunca creí que tendría que decirlo en esta circunstancia. La guerra era parte de los libros de historia allá.

Creo que entendía un poco más al autor con todo esto. Etzatlán me miró confundido.

–¿Qué dijiste? –

–Es… un viejo poema de mi país… –

Expliqué. Etzatlán se acercó a mí y me puso una mano en el hombro. Acabábamos de entregar el cuerpo a los sacerdotes.

–No estés triste… estos hombres están felices ahora, acompañaran a Huitzilopochtli por siempre. Nada puede ser mejor que eso. –

Explicó él.

–Tu… ¿realmente lo piensas? –

Pregunté. El asintió con la cabeza.

–Claro que sí, es decir, todos tenemos que morir algún día, pero en el combate, el dios de la guerra escoge a los mejores y se los lleva con él… –

Explicó.

Creo que ese último era un caballero. Uno de los mejores guerreros de este lugar. Tenía su casco con águila cuando lo subieron a la pira.

Cuando volvimos a nuestro sitio, Teohat Sempai estaba hablando con alguien. Un hombre con un cráneo en la cabeza y un escudo grande cuyo dibujo no podía ver. Etzatlán se congeló cuando lo vio.

–Así que fuiste tú el de la idea, extranjero. Mi hermano me habló sobre ti. –

Comentó.

Ya entendí, este sujeto venía a darnos nuestro castigo por haber intervenido en el combate. Era el tio de Citlatzín. Como dijo Etzatlán, parecía importante.

–Lo siento mucho. –

Respondí, haciendo una inclinación como la haríamos en Japón, con las manos en el suelo y la cabeza apoyada sobre ellas. Eso le hizo gracia.

–Y eso es… –

–Bien… yo… así nos disculpamos… de dónde vengo,… –

Se volvió hacia Teohat Sempai. Todos los demás, los que habíamos participado en esto, estábamos alrededor.

–¿Tu accediste? –

Preguntó el hombre, no parecía para nada contento.

–Sí señor. –

–Teníamos que hacer algo… –

Intenté explicar, tanto Teohat Sempai como el hombre que estaba allí regañándonos me miraron enojados.

–Muy bien… desobediencia es desobediencia… no puede hacerse nada, veinte azotes para cada uno… treinta para el extranjero con ideas extrañas. –

Uff, creí que dirían “sacrificio” pero veinte azotes no parecían tan malos. Espera ¿Qué?

–Pero salvamos el día… –

Me quejé.

–Y tendrán su recompensa… cuando hayan terminado su castigo. Es todo. –

Y se dio la vuelta y se fue.

Decidí que lo mejor es que yo fuera el primero. Por una parte, me lo merecía y no quería que los demás pensaran mal de mí. Teohat Sempai cogió una rama de algo. ¿Con eso? Me preguntaba.

Ah… seguro que esto iba a ser peor que la piedra caliente del Telpochcalli. No cabe duda que en todos lados, los militares son estrictos.

–Abraza el árbol, Aki. –

Todos teníamos la espalda desnuda, no hizo falta quitarse nada. Yo obedecí…

–Esto me dolerá más a ti que a mi… –

Aseguró Teohat Sempai.

–Lo dudo mucho… –

Zap.

–¡Duele!

Grité eso en mi propio idioma. Teohat Sempai no comprendió, pero eso no evitó que diera el segundo, y el tercero. Mis brazos abrazaron al árbol todo lo que pudieron.

Ni siquiera los conté. Todos los demás estaban mirando. Espero que esto pudiera dar un espectáculo. ¿Por qué se me ocurrió que esto era una buena idea en primer lugar? Ninguno de mis compañeros dijo una palabra. El sonido de la vara sobre mi espalda era todo lo que se escuchaba. Hasta que escuchamos pasos.

Citlatzín.

¿Por qué ahora?

Me pregunté, ella apareció de la nada, se acercó a mi como si nada pasara. Incluso Teohat Sempai se detuvo.

–No se preocupen por mí. –

Comentó ella cuando estuvo lo suficientemente cerca. Imposible que no se preocuparan por ella, era una especie de celebridad, según Etzatlán, y ahora estaba aquí, para enfrente de todos, mirando cómo me castigaban.

Hizo una mueca de disgusto.

–Ahora eres un convicto. –

Se quejó ella.

–Citlatzín… no es un buen momento, en serio. –

Le dije, tratando de no llorar.

–No pensé que serías capaz de causar tanto revuelo, todos allá están hablando de esto. –

Me dijo ella. En serio ¿Por qué estaba aquí?

–Tienes que irte. –

Repliqué, alzando la voz. Ella, por supuesto, se enfadó.

–¿Estas echándome? –

–No debes estar aquí… –

–Te atreves a humillarme enfrente de estos… estos… ¿Quién te crees? –

Se quejó ella, a punto del llanto. Me molestó la forma en cómo se dirigió a mis compañeros, a decir verdad. Todos ellos, por cierto, guardaron silencio. Solté el árbol por unos momentos, el dolor era tanto que creí que me caería.

–Un convicto… ahora vete, no es sitio ni momento para una mujer, somos sólo hombres aquí. –

Citlatzín miró a todos lados, tenía razón, no había más que chicos aquí. Eso la hizo retroceder. Hizo ademan de limpiarse las lágrimas.

–Te odio. –

Dijo ella, y se dio la vuelta, desapareciendo entre los árboles.

–No volveré a dudar de tu historia. –

Comentó Etzatlán.

–Sí que tienes pelotas, chico… –

Comentó también, Teohat Sempai. Yo suspiré.

–Solo… terminemos con esto. –

Ayudé luego a los más jóvenes a soportar el castigo. Incluso acordamos que estaba bien si Teohat no era tan severo con los últimos dos, niños de doce años. Aun así, me habían acompañado y merecían castigo. Una vez que todos terminamos, le tocó a Sempai. Cada uno de nosotros le dio cuatro. Yo traté de no hacerlo muy doloroso.

Cuando ya todos habíamos recibido nuestra tanda de golpes, me disculpe con todo el mundo por causarles problemas, ellos dijeron que no hacía falta, hay que ver que lo soportaron con mucha más entereza que yo. Puede ser que ellos no habían sido interrumpidos.

Y luego nos fuimos a dormir. Tuve que dormir boca–abajo porque de otro modo me hubiera dolido la espalda. A la mañana siguiente, me despertó el murmullo de los pájaros en las cercanías.

Los guerreros no se habían movido y nadie se había molestado en despertarnos. Me preguntaba ahora como iba a cargar mis cosas cuando regresara. Todavía me dolía moverme.

En ese momento, las mujeres llegaron ofreciendo platos de comida a nosotros, que éramos los estudiantes. Los únicos que no estábamos comiendo, éramos los castigados el día de ayer. Metzelli apareció de pronto.

–¿Qué está pasando?–

Pregunté.

–¿Por qué no nos han despertado? –

No creo que fuera muy tarde de todos modos. Las siete de la mañana, como máximo. Metzelli se llevó una mano a los labios para que hiciera silencio.

–Antes de que cualquier cosa pase, voy a curarte, espera allí. –

Dijo Metzelli. ¿Tenía permitido hacer eso? Me preguntaba. Pero cuando me di cuenta, a todos los otros les estaban poniendo algo en la espalda. Supongo que una especie de curación de algo. Metzelli regresó después.

–¿Está bien que estés aquí ahora? –

Pregunté.

–¿De qué hablas? Alguien tiene que hacerlo ¿No es cierto? Además, mi madre dice que está bien, eres un héroe. –

Explicó ella.

–¿Qué? –

Pregunté.

–Bueno… luego de que los guerreros regresaron, algunos de ellos dijeron lo que vieron. Los grandes te castigaron porque no quieren que seas indisciplinado, pero incluso… el Huetlatoani lo sabe. –

–¿El emperador se enteró? –

Pregunté alarmado.

–Si… puede que te den una gran recompensa. –

Explicó.

–Al demonio con eso… ¿qué paso con los demás? –

Estaba acostado de espaldas, mientras Metzelli comenzó a pasar una especie de tela con algo en ella, tengo que admitir que ardía un poco.

–No sé cómo sea para los demás… lo importante aquí, es que con esto, has probado que estas de nuestro lado ¿entiendes? –

Explicó.

Bueno… si fuera un enemigo encubierto, muy probablemente no me habría arriesgado a hacer lo que hice, eso es cierto.

Mientras estaba en eso, llegó hasta donde estábamos una cierta persona. Un pie en mi espalda me hizo voltear a ver de qué se trataba. Citlatzín estaba allí, pisando mi espalda con fuerza. Metzelli se quedó perpleja.

–Duele… –

Fue lo único que dije, porque también estaba sorprendido. Metzelli se puso de pie.

–Sacerdotisa… ¿Pasa algo? –

Preguntó ella.

–Quería hacer eso, es todo. –

Respondió Citlatzín, con un dejo de desprecio. Era la primera vez que se encontraban la una con la otra. Una anciana, imagino que sacerdotisa, venía con Citlatzín, pero, al igual que todos, se quedó atónita, solo mirando la escena.

–¿Quería lastimar a Aki? –

–Sí. –

Respondió Citlatzín, cruzando de brazos, más gente volteó a verla.

–Tal vez no comprendo. ¿Quiere que Aki le odie de vuelta? ¿Porque UN sacerdote vendría hasta aquí a lastimar a un chico? No va a ser sacrificado, tampoco tiene cautivos. No veo una razón. –

Preguntó Metzelli, poniéndose de pie. Usó pronombre masculino a propósito.

–Es un convicto… –

Respondió Citlatzín, con un dejo de asco.

–Y recibió su castigo… ahora necesita que una chica le cure, eso es lo que estoy haciendo… y está usted interfiriendo con mi trabajo. Ahora hay sangre en su espalda de nuevo… –

Explicó Metzelli.

Era increíble la cantidad de cosas que Metzelli estaba arrojando en esa conversación. La insultó cuando uso un pronombre masculino a propósito y uso uno femenino para ella misma, como insinuándole que lo que hacía era indigno de una mujer. Luego le culpó de que las heridas en mi espalda se hubieran abierto.

–Tiene que entender quién manda… y tu… –

–¿Causarle dolor va a lograr eso? Aprovechándose de que está herido y que no puede defenderse… tal vez mi juicio está mal, pero lo único que eso haría, es que Aki no quiera acercarse nunca… y si es la intención y “ustedes” disfrutan la soledad, no veo por qué tenía que venir hasta aquí. –

La detuve, esto era demasiado.

–Metzelli… por favor… no me gusta estar aquí tumbado. ¿Puedes apresurarte? Tengo hambre… –

Expliqué.

–Debo continuar… lo siento, sacerdote. –

Respondió Metzelli, despidiéndose y volviendo a sentarse. Citlatzín enrojeció en rabia.

–Sacerdotisa. –

Reclamó. Metzelli la miró, luego miró a todos lados.

–No puedo estar segura de eso. Nadie aquí podría…  no sé si para los sacerdotes sean diferente, pero las chicas no hieren a los chicos, los curamos. –

Nuevamente, insultando a su feminidad, yo creo que se dio cuenta de que ese punto le dolió y por ello volvió a presionar allí. Citlatzín gritó:

–Tengo más ocupaciones, plebeya. –

Estaba muy enojada, pero todos la miraban, con cierto recelo, sobre todo los otros chicos que estaban tendidos recibiendo las curaciones. La comparación era muy simple. Todos estaban siendo atendidos por mujeres, la única mujer que no estaba atendiendo a nadie aquí era ella.

Metzelli insinuaba que por ello, Citlatzín no era una chica.

–A eso me refiero… –

Respondió Metzelli, sin mirarla. Citlatzín se dio la vuelta. Echada dos veces del mismo lugar, en una sola campaña. ¿Qué estaba pensando esta chica? Una vez que Citlatzín se fue, Metzelli se soltó refunfuñando.

–¿Qué le ocurre? Está completamente fuera de control. ¿Por qué venir a hacer eso? ¿Eh? No ganó nada… es decir, yo sé que esto es una guerra y eso pero… ¿Qué se supone que gane haciendo eso? No es así como debe ser… –

–Si bueno, estaba enfadada… –

Respondí, eso puso lágrimas en los ojos de Metzelli. Yo voltee a verla como pude.

–Puede estar enfadada todo lo que quiera, pero ¿Verte así y aun pisarte? Es como si deseara que sintieras dolor… ¿Qué no siente nada por dentro cuando te ve así? ¡Que sangre tan helada! Apuesto a que no sería capaz de mantener algo con pulso ¡Ni un solo día! Solo pensando en dolor, es la única cosa que les importa. ¿Qué hombre va a querer dejar a sus bebés en manos de alguien así? ¿Quién podría confiar en una creatura tan desconsiderada? No me pregunto ahora porque su pecho no crece. –

Se quejó. Ignoré la parte de “plana” de la conversación. Seguro que no tenía la misma connotación que para nosotros.

–Piensas mucho en esas cosas ¿No es verdad? –

–No es que lo piense mucho… Mi padre es un guerrero, va allá y puede salir lastimado, tiene que haber alguien que esté con él, que le cure si algo le ocurre, que ponga comida en la mesa, puede que para los sacerdotes sea diferente, ellos tienen sirvientes y eso… Pero ustedes y nosotras somos diferentes porque cada uno tiene su cometido. Incluso entre los dioses. Las mujeres hemos de ser madres… No podemos ir por allí haciendo daño sin razón. –

Cabe destacar que varios de mis compañeros y las mujeres que les curaban estaban escuchando las palabras de Metzelli. Nadie dijo nada, pero algunas de las mujeres asintieron mientras continuaban. Creo que Metzelli estaba hablando por todas aquí.

Encontraron el acto desagradable.

Los chicos lo encontrarían injusto supongo, pero por razones completamente diferentes. Escogí no contradecir a Metzelli, en parte porque sabía que tenía razón, en parte porque estaba enojado con Citlatzín. Aun así, pienso que ella no lo había hecho sólo porque sí.

Ni hablar. Esperaría para poder saber qué rayos ocurrió. Seguro que estaba muy tensa porque su padre si había resultado herido.