Capítulo 8: Que cuenta sobre los rumores que se alzaron alrededor de Aki, con la extraña y graciosa reunión con el emperador de los aztecas.
De todos modos, el ejército enemigo seguía ocupando la colina que teníamos enfrente. Según me dijo Icihuatl Sempai por la tarde, los altos mandos esperaban un reporte. Reporte que no había llegado. En otras palabras, perdimos.
Más o menos.
Es decir, el enemigo no nos echó de aquí. Pero nosotros a ellos tampoco. ¿Eso es un empate? No lo sé. Estábamos comiendo y mirando el campo, cuando se acercaron unos sujetos que yo nunca había visto. Eran jóvenes como nosotros, pero parecían… diferentes.
-Este es el extranjero que ha estado causando alboroto. –
Comentó uno de ellos a los demás. Eran tres. Dos chicos y una chica, todos oscilaban entre mi edad y la de Icihuatl Sempai. Etzatlán, que también estaba con nosotros, se puso de pie.
-¿Qué quieren? –
Preguntó, no estaba siendo muy amable. Todos los otros estudiantes miramos con atención.
-No es contigo… tu… –
Comentó una chica que tenía un vestido de colores y una trenza en el cabello.
-Etzatlán. –
Dijo él, orgulloso. La chica se llevó una mano a la boca. Parecía tener sueño.
-Si… eso. No es contigo. Es con el extranjero… pensé que se vería más impresionante. –
Dijo ella volteando a verme. Icihuatl Sempai me puso una mano en el hombro, yo voltee a verlo. Creo que estaban insultándome, no lo sé, su idioma era ligeramente diferente al que usábamos nosotros. O eso fue lo que sentí.
La chica volvió a bostezar. Uno de los chicos que venía con ella se adelantó, pasando de Etzatlán y me miró con atención. Sonrió luego.
-Citlatzín tenía razón…. –
Dijo volviéndose a los demás.
-Parece como enfermo… –
-¿Conocen a Citlatzín? –
Pregunté, un poco confundido de escuchar su nombre en ese momento. Ellos se miraron entre ellos.
-Claro que la conocemos, va al Calmecac con nosotros. –
Respondió otro de ellos, era extraño, parecía estar haciendo hincapié en que era su compañera de la escuela. Quizá aquí eso significaba una pertenencia más marcada de la que lo era en mi mundo.
La misma chica con la trenza volvió a bostezar.
-Todavía no nos han dicho por que están aquí… –
Comenté.
-Oye… no necesitamos tu permiso para ir a ningún sitio… –
Se quejó el primero de ellos, el que me había dicho que parecía como enfermo. Un segundo… ¿Estaban siendo malos conmigo? Porque… no se notaba…
Es decir, Etzatlán fue agresivo, Icihuatl Sempai me puso una mano en el hombro, pero en realidad yo no me sentí agredido. Voltee a ver a Etzatlán, quien los miraba con coraje. ¿Qué estaba pasando aquí? Me puse de pie.
Los chicos cubrieron a la chica, quien me miró extrañada.
-Aki… no hagas una tontería. –
Ordenó Icihuatl Sempai.
-Eh…No… no estoy enojado. –
Le dije, luego me volví hacia ellos, quienes retrocedieron. ¿Por qué?
Yo no soy un chico malo. Vamos, cualquiera de ellos me vencería con mucha facilidad.
-Estoy confundido… ¿Están tratando de molestarme? –
Pregunté. Los dos chicos se pusieron a la defensiva.
-Si intentas algo… mi padre… –
Me amenazó… creo. Era difícil decirlo con la actitud que tenían.
-No voy a intentar nada, ustedes son raros… –
Respondí, encogiendo de hombros y me di la vuelta. La espalda todavía me ardía bastante, sentí que alguien tocó mis heridas.
-Ahhh… –
Me volví inmediatamente, para darme cuenta de que la chica somnolienta me había tocado, y miraba sus dedos con admiración.
-Palitom… ¿Qué haces? –
Etzatlán, Icihuatl Sempai yo, y todos los demás, mirábamos a aquella chica, emocionada porque sus dedos estaban manchados de sangre. Palitom…¿es el nombre de la chica? Me preguntaba.
Bajó su mano luego. Sus dos “amigos” parecían también sorprendidos de que ella se hubiera atrevido a hacer eso.
-Tu… ¿que eres? –
Preguntó ella.
-¿Qué soy? –
Pregunté. Ella se explicó, no fue muy amable.
-Citlatzín no ha hecho más que hablar de ti… dice que te enviaron los dioses… no deberías pasear con esta gentuza… ven con nosotros. –
Etzatlán apretó los puños. Sus propios compañeros la miraron aterrados. A ellos no les gustaba la idea, fue muy obvio. Voltee a ver a Icihuatl Sempai. ¿Qué era lo que me estaban proponiendo? Él negó con la cabeza, y yo sabía por qué.
Si me muevo de aquí, sin permiso, me castigarán de nuevo. Además, daba la impresión de que no era una buena idea. Me refiero a que esta chica tenía el aire seco y apagado de una serpiente.
-Palitom… es tu nombre. –
Ella asintió.
-No puedo moverme de aquí, me dieron una orden. –
Expliqué.
-Mi padre puede ayudarte con eso… –
Replicó ella.
-No lo creo. –
Y volví a sentarme. No me gustó que insultara a mis compañeros, es cierto. Al ver que yo me sentaba, Etzatlán también se sentó. Uno de los chicos que venía con ella, se enojó.
-Los plebeyos tienen que estar de pie… –
Se quejó, dio una patada a Etzatlán, quien, al estar sentado, rodó por el suelo. Eso me hizo enfadar mucho, me fui sobre de él y antes de que supiera que pasó, yo estaba sobre de él, apuntando con el puño. Iba a golpearlo cuando escuché la voz de Icihuatl Sempai, que corrió fue a detener a Etzatlán, quien, furioso, luchaba por levantarse.
-Aki… Aki maldición… –
Llamó él, pero no le hice caso. El sujeto que estaba conmigo extendió su mano a su compañero, supongo que para que le ayudara, porque estaba en el piso… pero su compañero retrocedió un paso. Creo que eso evitó que lo golpeara. Me puse de pie, y tomándolo de la toga que el traía, lo puse de pie a él.
-¿Cómo te llamas? –
Pregunté. Resultaba curioso pensar que, de los tres, él era el que más dispuesto estuvo a molestarme a mí y a mis compañeros al principio.
-Ametl… soy hijo de… –
-No me importa… –
Repliqué, a mí no me importaba quien fuera su padre. Etzatlán se puso de pie finalmente, Icihuatl Sempai de toda formas le detuvo para que no se acercara.
-¿Ese era tu compañero? –
Pregunté, mirándolo.
-Si… –
-Te dejó solo… –
Me quejé. Es decir… ¿Qué clase de compañero era ese?
-Cualquiera lo haría… –
Replicaron, pero no Ametl, ni Palitom, ni siquiera el chico que había retrocedido. Icihuatl Sempai fue quien me lo dijo. Luego dejó a Etzatlán y se acercó a nosotros.
-Ven Aki, yo te explico… –
Me puso una mano en el hombro. Y se volvió hacia los chicos nuevos.
-Señorita Palitom, señores… les pido que se retiren… nada van a ganar con esto, y si alguien los ve aquí, seremos regañados, ustedes y nosotros. –
Los tres chicos se miraron entre ellos. Luego se dieron la vuelta. Palitom se volvió antes de irse.
.-La próxima vez… (Bostezo) derríbame a mí. –
Y se fueron. Icihuatl Sempai se acercó a mi después de eso.
-Ven conmigo… –
Me dijo. Nos alejamos un momento de los demás, esta vez, en dirección hacia el bosque, lo suficiente para que mi Sempai pudiera hablar conmigo en privado.
-Escucha, cuando… llegaste al Telpochcalli, los maestros nos advirtieron, de una orden que llegó desde lo más alto. Desde los sacerdotes. Dijeron, que deberíamos ignorar todo y tratarte como a un compañero cualquiera. Todos estábamos conscientes de que eres diferente, pero… bueno, hicimos nuestro mejor esfuerzo para que te sintieras como en casa. –
Habría llorado de no ser porque sabía que él tenía más que decir al respecto. Es decir, todos hicieron un gran esfuerzo. No es como que me sintiera como en casa, pero… si es cierto que nadie nunca me llamó “diferente” ni nada por el estilo.
Me trataron como a uno de ellos, en todo momento. Otra cosa es que el trato entre ellos fuera muy duro. Pero no gocé de ningún privilegio, ni bueno, ni malo.
-Pero fuera del Telpochcalli, la gente estaba muy asustada, hay historias de alguien que ha vuelto de la tierra de los muertos, refiriéndose a ti. –
-¿Eh? –
Pregunté, era la primera vez que lo escuchaba… aunque bien pensado, puede que eso se debiera precisamente a la amabilidad de todos a mi alrededor.
-Por supuesto que iba a retroceder… cualquiera lo hubiera hecho, mucha gente cree que eres un muerto, o un espíritu… tienen mucho miedo. Imagino que tu amiga sacerdotisa tiene algo que ver con su interés… en realidad podías haber ido con ellos… pero no creo que te agrade que se interesen en ti, no te gustará Aki. –
Por eso me dijo que no era una buena idea.
-Me dieron una orden. –
Repliqué.
-Aparte de eso, ellos creen que tienes poderes extraños… y creo que no van a ver el límite en su intención de comprobarlo… –
Explicó después.
-Si Etzatlán hubiera respondido a la agresión, habría habido muchos problemas. Si yo los agredo, habría muchos problemas, eso es porque somos plebeyos. No podíamos responder. Tú estabas exento de eso, y tienen miedo de ti. –
Eso explica porque fue a detener a Etzatlán y no a mí, que fue quien se lanzó sobre ellos. Nos volvimos a los demás, quienes nos miraban atentamente.
-Soy de la idea de que eres una persona…-
Comento Icihuatl Sempai.
-Gracias… –
Respondí… no estaba seguro de si eso me hacía sentir bien o mal.
-No me tomes a mal, pero… hemos estado juntos, hemos comido juntos, entrenado juntos. Estoy seguro de que esos rumores son completamente infundados. Por otro lado, bueno, ellos nunca habían visto a nadie como tú, y aun son un poco jóvenes, para distinguir lo que es real y lo que no. –
No, no. Son adolescentes, ya deberían saber esas cosas. Aunque a decir verdad, puede que aquí, ni siquiera los adultos supieran muy bien donde estaba la línea. Volvimos con los demás luego de eso.
Etzatlán no me miraba, yo tomé una guayaba que me había dado Metzelli antes y se la ofrecí.
-No necesitaba que me defendieras. –
Se quejó Etzatlán. Mira que era orgulloso.
-Si bueno… Icihuatl Sempai dice que puedes tener problemas si les contestas tú. –
Respondí, encogiendo de hombros.
-Pero les habría ganado… –
-Eso ya lo sé. –
Repliqué. Él me miró, luego tomó la guayaba.
-No tienes que meterte en problemas por mí, puedo ganar mis batallas. –
Volvió a quejarse.
-Te dejaré ganar tus batallas cuando te autoricen a pelear esas batallas. –
Repliqué.
-Ni siquiera se estaban burlando de ti… –
Se quejó él. Ah cielos. Sí que era denso.
-Pero somos compañeros… –
Nuevamente usé el termino en mi idioma, el termino que había enseñado a Etzatlán.
-Se supone que ganemos las batallas, juntos. –
-No es por qué piensas que soy débil ¿Cierto? –
Preguntó. Yo negué con la cabeza.
-Si pensara que eres débil, te retaría a una pelea. Yo creo. –
-Te vencería. –
Replicó él.
-Lo sé, por eso es que inteligentemente no te diré que pelees conmigo. –
Respondí. Etzatlán me miró, como si no estuviera muy convencido de creer en mis palabras.
-Entonces… ¿Me pedirías ayuda a mi si estas en problemas? –
Preguntó, yo voltee a verlo. Encogí de hombros.
-Somos compañeros. –
Y cerré el puño. Etzatlán lo chocó conmigo. A regañadientes, pero lo hizo.
Teohat Sempai se acercó a nosotros, luego de todo aquel incidente.
-¿Cómo digo esto? Bien… verán… yo… –
-Habla… –
Se quejó Icihuatl.
-El consejo de Tlacateccatl nos quiere allí… es… por lo del incidente con las abejas. –
Explicó. Etzatlán se atragantó con la guayaba que estaba comiendo.
-Oye… ya los castigaron… ¿No es cierto? –
Se quejó Icihuatl, asombrado.
-Si bien… verás… se supone que ahí terminaba todo, pero todo el asunto es sobre…. Bueno, Aki. Algunos están enojados, otros felices. Emm…. El Huetlatoani insiste en que quiere verlo, y a nosotros con él. –
Yo no entendí.
-Entonces no van a castigarlos… –
Comentó Icihuatl Sempai.
-No creo… –
Respondió Teohat. Resultaba obvio que todo aquello le parecía difícil de creer.
-Bien… vayan entonces, Aki, apresúrense, no deben hacerlos esperar… –
Respondió Icihuatl, mientras se llevaba una palma a la frente. Fue extraño ver a Teohat Sempai temblar como lo hacía, mientras nos acercábamos a una enorme tienda de campaña que allí estaba, Teohat iba dando indicaciones.
-No miren a su majestad a los ojos, no hablen con él a menos que él les hable, digan la verdad, no lo interrumpan bajo ninguna circunstancia, todos los dirigentes están con él, no le den la espalda por ninguna razón, no digan malas palabras. Respondan solo lo que se les pregunta y… –
-Sempai… llegamos. –
Comentó uno de mis compañeros. Fue gracioso verlo usar la palabra Sempai.
-Escuchen, el Huetlatoani quiere ver a Aki, y está utilizando esto como un pretexto para llamarlo a su tienda. ¿Comprenden? No se sientan ofendidos si no les habla inmediatamente. No interrumpan a nadie, y sobre todo, hablen despacio. También tú, Aki. –
Asentí con la cabeza.
¿Estaba nervioso? Sí. Quería vomitar. Mis compañeros me miraron, imagino que esperando que alguna idea me saliera de la manga como cuando llevamos el tronco con abejas a donde el enemigo. Yo bajé la cabeza.
Un hombre salió de la tienda, estaba vestido con una piel de un felino enorme, que yo jamás había visto, armado con una macana y un escudo grande. Se veía increíblemente imponente. Teohat lo miró con miedo. Etzatlán, con admiración.
-Ya estamos aquí, excelencia, puede comunicarle a… –
El hombre interrumpió a Teohat Sempai.
-Los están esperando, pasen ahora. –
Me dirigió una mirada mientras volvía a la tienda, no pude discernir si me odiaba o no me odiaba. Todos estaban muy serios aquí. Es decir, era el emperador, por supuesto que estaban serios.
Dentro de la enorme tienda, había varias personas. Muchas de ellas vestidas con los vestuarios más llamativos que yo pudiera imaginar. Había un hombre vestido con una cabeza de un águila, el hombre vestido con el felino que mencionaba. El tío de Citlatzín, que había ordenado nuestro castigo, estaba allí también. Una docena más, que no pude distinguir.
Arriba de una pequeña escalera, había un hombre joven, de unos veinte años, que tenía en la cabeza un sombrero hecho con piedras marinas y plumas de aves de colores.
Le había visto cuando iniciamos la marcha.
El emperador.
Hice lo único que se me ocurrió hacer en una situación como esta.
Me incliné. Todos me miraron extrañados, me sentí bastante fuera de lugar, pero es que no sabía que debería hacer.
Todos estaban callados, hasta que escuchamos una risa.
El emperador estaba riéndose.
Genial, seguro que estaba haciendo el ridículo ahora.
-¿Qué hace? ¿Eh? –
Preguntó.
-Parece, que es la forma de presentarse de donde viene, majestad. –
Explicó un hombre que estaba parado al lado de él, algo viejo, según me parecía. Tal vez su consejero.
-Me gusta eso… pero de cualquier modo, levántate, no puedo hablar contigo si estas inclinado… tienes que estar erguido. –
Dijo después. Yo me levanté. Aun así, todos en el cuarto estábamos serios. Menos él. El emperador estaba sonriendo abiertamente.
-Y ellos… son sus compañeros, me imagino… –
Comentó. Teohat fue quien respondió.
-Sí, majestad, al menos, quienes lo acompañamos en nuestra pequeña desobediencia. –
El emperador pareció pensarlo por unos momentos, mirando hacia arriba.
-Pequeña desobediencia, si… pero grande el resultado… –
Dijo. Estaba contento por cómo había terminado la batalla, al parecer.
-¿Por qué lo hicieron? Quiero saber la razón… –
Ordenó.
-Bueno… esos arqueros estaban atacado a los nuestros… nadie podía verlos desde donde estaban… por eso… –
-Entonces… no fue error de mis comandantes… ¿cierto? –
Tuve la impresión de que estaba salvando el cuello de alguien con eso.
-Bueno, no… nadie podía haberlo previsto… ellos aparecieron de la nada, le tendieron una trampa…–
Expliqué. Teohat me puso una mano en el hombro. “responder solo lo que se me pregunta” maldición.
-Entonces, supongo que no tendré que ejecutarlos, después de todo… ah, pero tu… –
Se volvió hacia mí, y bajó de su silla.
-Viste a través de su trampa ¿No es verdad? –
-Bueno, no es que viera a través de ellos, es que… estaba en un mejor lugar. –
-Estabas en un mejor lugar porque los dioses te pusieron allí… a ti, a nadie más. –
Respondió el emperador. Luego volvió a sentarse en su silla y abrió los brazos, mostrándose orgulloso.
-Los dioses apoyan mi campaña, y este hecho es prueba de ello. –
Anunció, dirigiéndose a sus generales, quienes tuvieron que asentir. Uno de los sacerdotes incluso aplaudió.
Así que era eso, tal vez, se sentían inseguros luego de lo que había pasado. Haber sido frenados así nada más llegar. Para gente tan supersticiosa, supongo que tenía sentido pensar que los dioses no aprobaban sus acciones.
-Yo soy Moctezuma Ihuilcamina, emperador de los Aztecas. Díganme… ¿Qué puedo hacer por ustedes? –
Preguntó. Todos nos miramos confundidos. El hombre vestido de rojo, que era evidentemente uno de sus consejeros, le corrigió.
-Usted les mandó llamar, majestad. –
Eso hizo enfadar al Huetlatoani, quien asintió con la cabeza.
-Claro que los mandé llamar, pero honestamente no sé qué hacer para recompensarlos. –
Explicó y volteo a vernos.
-¿Quieren ser guerreros? –
Preguntó. Todos mis compañeros asintieron con la cabeza animadamente.
-Pero no están listos. –
Ahora negaban con la cabeza.
-¿Qué les falta para estar listos? –
Preguntó el emperador a sus generales, señalándonos.
-Tiempo, majestad, y entrenamiento. –
El emperador pareció pensarlo por un momento.
-Entonces no se puede… no ahora al menos… tal vez la siguiente campaña… sí. Eso estaría bien. Pero aún tengo que darles una recompensa. Y si no soy generoso, los dioses podrían disgustarse conmigo… lo tengo… –
-Majestad… con todo respeto, los estudiantes desobedecieron una orden… –
Se quejó uno de los sacerdotes.
-¿Y? ¿Dices que querías que perdiera? ¿Quieres que los dioses me maldigan? Eso te hace un traidor. –
Se quejó el emperador.
-No majestad pero… –
-No, no más de eso. Tienen que ser recompensados y es todo. Ahora… un canasto de chocolate para cada uno de los valientes estudiantes. ¿Qué les parece? ¿Estaría eso bien? –
Todos parecían asombrados. Yo asentí con la cabeza. Si teníamos chocolate, podíamos prepararlo como quisiéramos ¿no? Los demás vieron que asentía y asintieron también. El tío de Citlatzín habló.
-Creo que es justo, majestad. Es una recompensa para estudiantes, después de todo. No está dándoles nada que ellos no deban tener. –
Explicó. Creo que se refería a que se vería mal que nos diera armas o cosas por el estilo.
-Además es magnífico, les mostrara a los hombres cuán buen emperador soy y a los dioses cuán agradecido estoy con ellos. –
Explicó. Luego se volvió a un hombre que tenía un papel en las manos. Creo que era algo así como su secretario.
-Anota eso. –
Dijo, luego se volvió hacia Teohat Sempai.
-Tendrán que esperar… a que termine mi campaña para tener su recompensa de todos modos. Supongo que eso no será un problema. –
Comentó.
-Para nada, majestad. –
Fue Teohat Sempai quien respondió. Todos asentimos con la cabeza.
-Muy bien, entonces, pueden irse los estudiantes… –
Dijo. Nos dimos la vuelta. El emperador volvió a hablar.
-Menos el recién llegado, a él déjenlo aquí… quiero hablar con él. –
Explicó. Teohat Sempai me miró. No sé si sentía lastima o miedo por mí. Yo asentí con la cabeza, y suspiré. Cuando los estudiantes se fueron, todos me miraban. Yo volví sobre mis pasos para no darle la espalda al emperador. Él bajó de su silla y se acercó a mí.
-Muy bien… ya que estamos aquí en presencia de todos… quiero que me digas. ¿Qué debo hacer? –
Preguntó. Yo no entendí. ¿Qué era lo que me estaba preguntando?
-¿Qué? –
-Me queda claro ahora que eres el enviado de Tezcatlipoca, y quiero que él esté de mi lado. Tú piensas que… él… ¿Esté conmigo en esto? ¿Apoya mi campaña? –
Solamente existe una respuesta a esa pregunta, si quieres conservar tu vida, claro.
-Por supuesto que sí. –
¿Qué diablos iba a saber yo de eso? Con trabajos podía pronunciar el nombre.
-Muy bien… eso es muy bueno, porque estamos en un gran punto ahora ¿lo notas? Esta campaña puede salir muy mal, o puede salir muy bien. Lo que quiero que me digas, es que debo hacer para que salga bien. –
¿Eh? ¿Qué se supone que dijera yo? Soy un estudiante…
Estaba hablándome exclusivamente a mí.
-Creo que, escuchar a sus generales basta por ahora, majestad. –
El emperador no se dio cuenta, pero pude ver como algunos de ellos exhalaron suspiros de alivio cuando dije eso.
-Si tienes otra revelación como esa… me la dirías ¿no es cierto? Tu no quieres que los aztecas sean derrotados ¿Cierto? Estas de nuestro lado, por eso estas aquí. –
¿Revelación? Yo solo estaba en un mejor sitio. Es todo.
Yo no vi nada. No soy el enviado de nadie. Pero si se lo digo, creerá que lo estoy engañando. Apuesto mi cabeza. Y mi cabeza sería justo lo que perdería.
-No, en verdad quiero que ganen, en verdad. –
Respondí. Iba a decir que de otro modo, todos estaremos fritos, pero me guardé esa parte.
-Y dime ¿Qué puedo hacer para ganarme el favor de Tezcatlipoca. Aquí y ahora? Es decir, seguro que con su ayuda, podemos vencer fácilmente al enemigo. ¿Te ha revelado algo? ¿Ha hablado contigo sobre ello? –
-Nada… lo siento majestad –
Respondí. Tampoco es que quisiera hacerla de sacerdote.
-Oh, envían mensajes confusos ¿eh? Quizá si ofrezco algo a su enviado especial… –
Parecía pensar en voz alta.
-No yo… es decir, con el chocolate basta… –
-Pero no puedo darte sólo mas chocolate, eso no tiene sentido. –
Explicó el emperador, parecía seriamente confundido. Su secretario se acercó a mí.
-Escucha chico, si queremos que Tezcatlipoca nos apoye, tiene que haber algo que su majestad pueda darte, que merezca su intervención. De eso se trata esto. –
-Hay algo que quiero… –
Comenté. Todos voltearon a verme. Tuve la impresión de que pude haber pedido cualquier cosa y me la darían… otra cosa es que si la campaña salía mal, me culparían. Pero eso es otra historia.
-Bueno… yo… desde que llegué aquí, he sido un extraño entre toda la gente. Estoy en casa de hombre que me rescató, y se siente como si vagara constantemente. La gente inventa rumores extraños porque me tienen miedo y yo echo de menos mi hogar. Es eso en realidad. No tengo un hogar ahora. Quisiera, si fuera posible, que este fuera mi hogar. Eso es lo que quiero. –
El emperador volteó a ver a su consejero.
-Aceptar al chico enviaría un mensaje poderoso a los dioses, majestad. Puede que disguste a algunos dioses, pero los demás, seguro que se sentirán complacidos de ver su reacción con respecto al enviado de ellos. –
El emperador hizo un gesto.
-No quiero disgustar a ninguno de los dioses. Pero… es posible que no podamos contentarlos a todos ahora mismo. Siendo así, es una buena idea favorecer a Tezcatlipoca, ya que está siendo tan amable, no me voy a arriesgar a provocar su ira. –
Explicó.
-Anota esto… desde hoy, Aki es un ciudadano del imperio Azteca… que vive… ¿Dónde vives? –
-Bueno, es la casa de un pescador, fue el hombre que me encontró primero. –
-No, eso no servirá, denle una casa, en el mismo callpulli donde vive para que no cambie de Telpochcalli… tengo la impresión de que sus compañeros también son una parte importante en esto… –
Explicó el emperador, yo levante la mano, alarmado.
-No, no majestad, espere… –
-Si eres un ciudadano tienes que tener una casa ¿No es cierto? –
-Si pero… –
-Entonces ya está… si te doy una casa en Tenochtitlan, nadie podrá decir que no eres un azteca ¿no es cierto? De ese modo, Tezcatlipoca no podrá abandonarme. –
-Tiene razón majestad pero… –
-Y así será, Aki no es más un extranjero. Por aclamación divina, se le reconocerá de ahora en adelante como a un azteca. Con pena de muerte para quien afirme lo contrario. ¿Lo escribiste todo? –
Preguntó el emperador a su secretario.
-Sí, majestad… –
Respondió él.
-Ahora, preparemos el plan de batalla, veamos si podemos ganarnos el favor de Huitzilopochtli con nuestra diligencia también… ah, esto va a ser genial… Aki… –
-Sí, majestad… –
-Eres un azteca ahora, tienes que estar de nuestro lado siempre ¿comprendes? si Tezcatlipoca tiene una idea para hacernos ganar… me la harás saber ¿no es cierto? –
-Si majestad… –
-Bien, entonces esperaremos por su siguiente mensaje, mientras tanto, puedes volver con tus compañeros. Ha sido una buena negociación. –
Comentó. Yo hice una reverencia, y cuidando de no darle la espalda, salí de la tienda. ¿Negociación? Pero si yo solo recibí cosas.
Bueno, para él, estaba ganando favor divino. Posiblemente eso valía muchísimo más que chocolate, una casa o una ley.
Fui a buscar a Citlatzín.
La encontré sentada sobre una roca, con las piernas encogidas y abrazando sus rodillas.
-Te estaba buscando. –
Comenté.
-¿Por qué? –
Respondió ella. Había estado llorando, al parecer. No creo que fuera a admitirlo. Citlatzín sopló su copete con tedio.
-Tengo algunas preguntas… –
Comenté.
-Qué bueno. ¿Por qué no vas y se las haces a la plebeya de la mañana? Déjame en paz. –
Se quejó. Me senté junto a ella, y ella me miró con desprecio.
-Aléjate. –
Dijo ella. Ignoré su queja.
-He visto al emperador antes… –
Expliqué.
-¿Y? yo he comido con él muchas veces. Mi padre es el sumo sacerdote. –
Respondió Citlatzín, creo que pensó que estaba presumiendo de ello.
-Ah… ahora entiendo… –
Respondí.
-No entiendes nada. –
Se quejó ella.
-Su majestad tiene la idea de que soy el enviado de Tezcatlipoca… asumo que esa idea viene de tu padre… quien sacó la idea… de ti. –
Ella era la única responsable de que alguien me dijera “enviado de los dioses.” Citlatzín me miró fugazmente, pero no dijo nada.
-También sé que has esparcido el rumor en tu escuela. La gente acabará creyéndolo. –
Me quejé.
-Pues lo eres… –
Respondió Citlatzín. Pienso que ella realmente lo creía.
-Esa es la parte que no comprendo. ¿Cómo lo sabes? –
-Tengo sueños a veces… –
Respondió ella, mirando al vacío.
-Aunque eres más amable conmigo allí. –
Agregó después, y abrazó sus rodillas con sus manos. Yo voltee a verla, sin saber exactamente ¿Qué debería pensar de eso? Es decir. ¿Qué estaba diciéndome?
-Ni siquiera quiero hablar contigo ahora. –
Se quejó ella, y se puso de pie. La sostuve del brazo para que no se fuera, y ella se jaló para soltarse.
-No quiero verte… ve allá con los plebeyos, con quien obviamente te entiendes mucho mejor… –
Explicó. Así que ese era todo su coraje. Mejor se lo decía antes de que ella comenzara a inventar mas cosas.
-Es que… soy un plebeyo. –
Aquello hizo que su coraje se esfumara.
-¿Qué? –
Preguntó ella, bastante sorprendida.
-Lo que dije, soy un plebeyo… mi padre vende pollo. Es todo. No soy hijo de sacerdotes, ni de grandes dirigentes… soy un plebeyo. –
No estaba mintiéndole, en realidad mi padre tenía una tienda de carnes, sobre todo de aves. Tuve que usar la palabra en mi propio idioma, aun así, esa no fue la parte que importó de la conversación.
-Eso no es verdad. No puede ser verdad… ¿Por qué los dioses escogerían a un plebeyo? No tiene sentido. Eso no es…–
Se quejó ella.
-Tal vez porque… tenía que ser un plebeyo. Así, si muero, no será un problema. –
Respondí, encogiendo de hombros.
-Si sería un problema. –
Reclamó… luego bajó la cabeza.
-Además, no me agradan los plebeyos. Se burlan de mí. –
-Eso no es verdad, bueno, al menos yo nunca lo he visto. Tampoco es como que me burlaría de ti. –
Se lo dije recordando las palabras de Etzatlán cuando le dije que conocía a Citlatzín. Ella no iba a creerlo ahora, pero al menos con los chicos de mi clase, era una celebridad.
Eso no es precisamente lo que yo llamaría “burlarse.”
-¿Y esa chica de esta mañana? –
Se quejó ella. Claro, sí que le había dolido.
-Eso fue tu culpa ¿Porque fuiste allí a pisarme en primer lugar? –
Citlatzín me miró fugazmente, luego se dio la vuelta y cruzó los brazos.
-No te lo diré. –
Respondió ella. Yo suspiré, no vine aquí a reclamar.
-Olvida eso… hay algo importante que quiero saber. –
Expliqué. Citlatzín me miró suspicazmente. Espero que no piense que estoy tratando de engañarla o algo así.
-Dime… –
-¿Quién es Tezcatlipoca? –
Citlatzín guardó silencio durante un buen rato. Sonaron las conchas de batalla de nuevo, pero ella no prestó atención, solo permaneció absorta, mirándome con los ojos llenos de consternación.