Lección 2: No hables con extraños.
Al día siguiente, nos tocaba clase de deportes.
Tasukune y yo estábamos en clases diferentes y por ello no lo vi durante la mañana. Tampoco vi a la chica que me había sonreído. No parecía de primer año.
Cuando empezó la hora del desayuno, iba a ir a buscar a Tasukune cuando un sujeto me habló.
–Oye… ¿Sabes dónde hay una combini? –
Preguntó.
–Es que… no soy de aquí. Vengo de lejos y no conozco nada. –
Dijo después, yo suspiré.
–¿Porque quieres ir a la combini? ¿No puedes comprar algo en la cafetería de la escuela? –
Pregunté. Él negó con la cabeza.
–¿Con lo cara que es? –
Preguntó él. A mí no me lo parecía.
–Bueno, no es que sea muy caro, es que, estoy ahorrando. Pero eso no es importante ahora ¿O lo es? –
Preguntó él, sonriéndome amistosamente.
Que un chico llegara y te hablara de pronto con una sonrisa como esa era un poco raro. Pero como supuse que podía ser verdad lo que estaba diciendo, y como además todo el mundo salió corriendo del salón en cuanto sonó la alarma, encogí de hombros.
–Entiendo… en tal caso… –
Le di indicaciones, pero soy malo para ello. El me miró confundido. Yo sabía que no soy bueno dando indicaciones, pero el tiempo seguía corriendo.
–Te llevo… –
Le dije finalmente. El chico sonrió. Me hubiera gustado que fuera una chica, pero no se puede todo en éste mundo.
Una vez afuera del plantel, lo guie hasta la combini.
–Soy Madara… Madara Ryo. –
Se presentó. Yo me presenté también.
–Toeru Misato. –
Le dije simplemente. Nos sentábamos en extremos opuestos del salón, no habría hablado con él de no ser por algo así, eso también es cierto.
–Toeru–san entonces, gracias… te compraré algo… –
Explicó. ¿Qué no estaba ahorrando?
–Eh… no… no hace falta. –
Respondí. Llegamos a la combini y el salió con un pan enorme y dos latas de soda. Me dio una a mí. Le dije que no hacía falta pero supuse que no escuchó. Eso o que él realmente quería agradecer.
–Espero que te guste… es mi favorita. –
Comentó. Yo nunca la había probado.
–Si bueno… no la conozco… –
Expliqué.
–¿En serio? –
Preguntó él, con los ojos muy abiertos, como si aquello fuera algo de que asombrarse. ¿Por qué iba a mentir en algo como esto? Me preguntaba.
–Bueno, siempre hay una primera vez. –
Le dije, con una sonrisa, abrí la lata y bebí.
A partir de ese día, sin que nadie lo sepa, bebo al menos dos latas diarias de esa cosa.
Así de buena es.
–Bueno, tienes razón, es genial… –
Le dije. Él suspiró. Se notó demasiado que estaba muy interesado en quedar bien, aunque yo no sabía por qué. Admito que su actitud me dio un poco de desconfianza, pero luego de lo de la soda, hablamos más.
No me parecía un mal sujeto.
Según me contó, su madre había fallecido recientemente, y él estaba obsesionado con comprarle un collar que siempre quiso y nunca pudo tener. Sus abuelos le mandaban dinero para ir a la escuela y el cada mees guardaba la mitad.
Cuando su madre murió, él, que no tenía padre, tuvo dos opciones, o volver a con sus abuelos allá en Niigata, o quedarse aquí en Kyoto y asistir al instituto. Escogió lo segundo y como sus abuelos eran buenas personas, lo apoyaban.
Había algo en su historia que no terminaba de convencerme, pero yo no era quien para dudar de lo que me contaba, aunque también me pareció extraño que se lo contara a un sujeto así nada más. Es que no me parecía algo que yo debiera saber.
Madara–san se explicó después. Él dijo que era malo leyendo el ambiente, y la lengua se le soltaba con facilidad.
–Hazme parar si quieres que me calle, no pasa nada. –
Explicó él.
–No te preocupes… –
Respondí.
Hablamos durante toda la hora del descanso. Y por ello no pude ver a Tasukune.
––––––––––
A la hora de la salida, mientras todos guardaban sus cosas, Madara se acercó a mí.
–¿Ya te vas? ¿No tienes club? –
Preguntó él, colocando sus manos atrás. Como una chica. Empezaba a temer lo peor. Suspiré, eso no me incumbía en absoluto si no me involucraba a mí, y de hecho, él no había hecho ninguna insinuación de algo así.
Quiero decir, que no parecía estar “coqueteando” conmigo. Eso no que quitaba que tuviera ciertos comportamientos que asumirías en una chica.
–¿Cómo voy a tener club si entramos el día de ayer? –
Pregunté.
–Es cierto… bueno, yo pensaba que podíamos ir al mismo club, por eso lo decía. Tal vez tenías uno en mente o algo así. –
Explicó. Así que quería hablar de eso. No había pensado en los clubes para nada. Quizá el día de mañana. Porque quería salir de la escuela pronto.
–Si encuentras uno bueno, avísame. –
Respondí, tomando mi mochila.
Admito que estaba esperando ver a la chica de nuevo. Tal vez así demostraría a Tasukune que no era mentira.
En esas cosas pensaba cuando abrí la puerta del salón. Él me siguió sin decir nada. ¿A dónde iba? Me preguntaba ahora.
Cuando di la vuelta, y él dio la vuelta, y estaba a punto de reclamar acerca de su… seguimiento, él pasó de mí. Yo me quedé allí parado.
La chica que me había sonreído estaba allí, frente a mí.
Ella miró a Madara–san irse por un momento, luego me miró a mí, como cerciorándose de que ya no había acompañantes.
–Hola… –
Saludó. Yo me quedé tan atónito que no pude responder.
–Hola… sabía que ibas en el mismo salón que él… –
Comentó, como contenta de tener razón. Y volteando ahora atrás de ella, a Madara san que salía del edificio escolar.
–¿Lo conoces? –
Pregunté.
–Digamos que un poco… –
Respondió ella, luego se acomodó el cabello con un movimiento.
–¿Y tú? ¿Quién eres? –
Me dijo ella, con una sonrisa aún más linda que la que había mostrado antes.
–Soy Toeru Misato. Es un placer… Sempai. –
Comenté. Como dije, no parecía de primer año. A pesar de tener el cabello corto tenía las piernas largas, y su figura era perfecta.
Ella soltó una carcajada.
–Kajou Sadako. No me llames Sempai, suena feo. –
Explicó.
–Pero… –
–Bueno, puedes llamarme como quieras, pero a mí no me gusta Sempai. –
Explicó ella, interrumpiéndome cuando iba a decirle que era lo correcto. Suspiré. No debería llamarla así si a ella no le gusta. Eso es cierto.
–¿Y a dónde vas? Toeru–kun. –
Ella si era formal conmigo. Eso era ser injusto, pero no dije nada.
–Bueno, las clases terminaron y… –
Ella me interrumpió haciendo un puchero.
–Ahhh, no quiero ir sola a casa. –
Se quejó. ¿Era alguna forma de moda para pedir que le acompañaras? Porque… fue lo único que se me ocurrió.
–¿Quieres que te acompañe? –
Pregunté. Admito que preguntar eso me dio mucha pena, pero es que ella estaba allí, quejándose. Incluso se dio su aire de importancia un poco.
–Ah, no es necesario, además, nos acabamos de conocer y… –
Guardó silencio por unos momentos. Yo lo encontraba fresco. Era la primera chica del instituto que me hablaba, y aparte de que era linda, tengo que decir que tenía un aire de… chica cool, si es que se le puede llamar así.
Eso me agradó.
–¿Es lejos? –
Pregunté.
–No, no en realidad. –
Explicó.
–Entonces, si usted está bien conmigo… –
–Ahí vas de nuevo, no uses ese respeto conmigo, me hace sentir extraña… –
Se quejó ella… interrumpiéndome… otra vez. Suspiré.
–Como decía, si quieres puedo acompañarte… –
Expliqué, tratando de sonar menos distante. Ella sonrió y asintió con la cabeza. Me interrumpió otra vez. Eso sí.
–De acuerdo, entonces vamos… –
Salimos del edificio escolar. Dos chicas pasaron cerca de nosotros y la saludaron amigablemente. Yo solo me hice como que no estaba allí. Cuando salimos del edificio le pregunté.
–¿Son tus amigas? –
Ella me miró y asintió.
–Desde que estamos en primer grado. Si quieres puedo presentártelas… –
Explicó ella.
Aquello me puso un poco… nervioso. ¿Por qué una chica accedería a presentarte a sus amigas solo así? La respuesta era tan obvia que me daba pena pensarlo y me hizo sentir un poco mal.
–No hace falta… –
Respondí.
–¿Ehh? Que mal. –
Dijo ella, sonaba decepcionada. Me corregí inmediatamente.
–Es decir, no es que me niegue ni nada pero… bueno, es que son chicas y yo no sé de qué hablar con ellas… –
Kajou–san se echó a reír.
–Te pones tan nervioso… Eres muy gracioso… –
Dijo ella, con la voz entrecortada por la risa.
Bajé la cabeza. “Gracioso” no era precisamente un cumplido que yo pudiera agradecer. Tampoco podía contradecirla, eso era obvio.
Habíamos caminado apenas unas casas fuera de la escuela cuando ella se detuvo. Se paró frente a unos edificios que estaban allí.
–Listo. Ya está. –
Dijo ella.
–¿Qué ocurre? –
Pregunté.
–Es aquí. Gracias por acompañarme. –
Explicó ella encogiendo los hombros, y sonrió divertida con la cara que puse.
–En verdad vives cerca de la escuela. –
Respondí, mirándola entrada. Kajou–san encogió de hombros.
–Si, por eso te dije que no hacía falta. Pero gracias por acompañarme. Te debo una. –
Dijo ella, y se dio la vuelta. Abrió la puerta y entró, haciendo adiós con la mano.
No quise decir nada en ese momento, porque pensé que podía haber varias razones por las que ella quisiera sentirse acompañada. Tal vez alguien la miraría llegar, o tal vez alguien la estaba molestando, y un montón de tonterías que se nos ocurren a los hombres cuando piensas en cómo ser un héroe.
Lo cierto, es que en aquel momento, lo único que quería, era pensar que no era algo trivial porque aquello me quitaría mi pequeña victoria.
Ahora que bien pensado, las chicas lindas no deberían vivir al lado de las escuelas. Eso debería ser ilegal.
Me hubiera gustado hablar un poco más con ella, eso es cierto, aunque también me dio la impresión de que ella se burló de mi un par de veces, decidí que aquellos eran detalles sin importancia.
No importaba como lo miraras, yo había encontrado el tesoro.
O más bien el tesoro me había encontrado a mí.
Me fui a casa pensando en esa y otras tonterías.
––––––––––
Tan preocupado estaba por todas esas cosas, que olvidé por completo que tenía que ver a Tasukune para irnos a casa. De algún modo supe que no tenía caso ir a buscarlo al plantel.
Sin darle la debida importancia, o más bien, sin saber que era importante, simplemente me fui a casa.
Estaba a punto de oscurecer cuando tocaron el timbre.
–Misato… abre la puerta por favor. –
Gritó mi madre desde dentro del cuarto de baño. Estaba haciendo lavandería.
–Ya voy… –
Anuncié, y bajé las escaleras. Supuse que era Tasukune para saber qué había pasado, o para reclamar. Lo que fuera. Iba a disculparme con Tasukune cuando abrí la puerta. No era Tasukune, era Keiko.
–¿Quién es? –
Gritó mi madre. Podía ser que fuera una de sus amigas, eso era lo que ella quería saber.
–Es conmigo madre, es Keiko–chan… –
Así me refería yo a Keiko cuando la nombraba con mi madre, pero yo nunca le había dicho así a Keiko en persona.
–¡Invítala a que pase! Si necesitan algo… –
Podía ser también que su madre (la mejor amiga de la mía) le hubiera enviado por algo. Pero ella negó con la cabeza. Estaba roja de la cara.
–Perdón… no ha sido mi intención avergonzarte… es que así te dice mi madre y… –
Me disculpé. No quería avergonzarla, además de que todavía no sabía porque estaba aquí.
–No importa… –
Respondió ella, negando con la cabeza.
–¿Quieres pasar? Puedo servirte te, y si quieres ver a mi madre… –
–No… –
–¿No quieres pasar o no quieres ver a mi madre? –
Pregunté, ya he dicho que ella casi no hablaba. Pero esa pregunta la puso en predicamentos. Ella suspiró.
–No es eso a lo que vine… si quiero pasar y si quiero ver a tu madre, no tengo nada en contra de ninguna de las dos cosas. –
Explicó ella.
–Pero… no vine a eso. –
Agregó. Yo suspiré.
–Perdona… –
Me disculpe, más que nada porque estaba malinterpretando su visita.
–¿Interrumpo algo? –
Preguntó ella. Su voz siempre era seca, no usaba ese tono de voz infantil y lindo que usaban las chicas de colegio. Aun así, resultaba… tierna al hablar.
–Bueno, no. Al menos no a mi… –
Expliqué.
–Menos mal… es decir… ¿Puedo tener unas palabras? –
Preguntó ella, un tanto más formal que de costumbre.
–Si… por supuesto… Tasukune está… –
–Onii–san se enfadó conmigo esta tarde. –
Respondió ella. Por algo no estaba aquí.
Yo siempre tuve la sospecha de que ella tenía alguna especie de complejo de hermano, leve, tal vez, a simple vista no se notaba, pero es que siempre estaba con él.
–¿Por qué? –
Pregunté. Keiko bajó la cabeza.
–Le pedí que esperara. No quiso. No quise venir a casa con él. –
Explicó Keiko, cerré la puerta detrás de mí y salimos al jardín. Ella puso sus manos atrás mientras miraba hacia arriba.
–¿Qué esperara? –
Pregunté.
–Tu nunca llegaste. –
Se quejó ella.
–Perdona… sucedió algo y… –
Traté de explicar, pero el silencio me venció en segundos. No quería tener que explicarle a Keiko que había acompañado a una chica a casa.
Ella se dio cuenta enseguida, de todos modos.
–¿Una chica? –
Preguntó ella.
–Si… bueno, no… fue todo muy raro. No es como estás pensando. –
Expliqué.
¿Por qué me daba vergüenza?
No lo sé.
–Entiendo… me voy entonces… –
Respondió Keiko. Suspiró y dio un paso adelante. Yo me acerqué a ella.
–Pero… ibas a decir… –
–Quería saber por qué no apareciste. Ahora lo sé. Pasa una buena noche. –
–No sabía que estabas esperando… –
Respondí, apresurado. Ella se detuvo.
–Creo que… si esperé demasiado. –
Respondió ella, parecía deprimida. Tal vez Tasukune si se molestó con ella en serio. El hambre lo ponía de mal humor, eso también era cierto.
Y yo no lo vi a la hora del almuerzo.
Batí la cabeza con pena.
–Lo lamento. No lo sabía. De todos modos, no tenías que haber esperado, hablaré mañana con Tasukune, no era mi intención. –
Keiko me miró y me dijo la verdad.
–Eres idiota. –
Declaró con una sonrisa. Luego se dio la vuelta.
–¿Estarás allí mañana? –
Volví a detenerla al preguntar eso. Keiko encogió de hombros.
–Si, al igual que siempre. –
Dijo ella, sin voltear, y se fue.
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Guto Yobu.
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