Capítulo 15: Cosas Familiares.
Luego de unos momentos, el señor miró a su esposa. Ella bajó la cabeza.
– Que… ¿Qué quiso decir? Kurenae… –
Peguntó el señor. La señora encogió de hombros.
–Bueno… no son tontas. Lo saben… –
–Pero es que… –
Comenzó a decir el señor, pero su esposa hizo una pataleta.
– ¿Qué tiene de malo? ¿Es malo que mis hijas sepan que me gusta mi esposo? ¿Es extraño que sepan que me gusta tu atención? Dijiste que me ibas a querer siempre ¡Lo dijiste cuando te propusiste!… y ahora me ignoras…–
Respondió la señora, lloriqueando y usando la misma voz infantil que usaba Sanae a veces. Era una pataleta hecha y derecha.
El señor se levantó, me miró por un momento, como esperando a que me sorprendiera. Sonreí para mí mismo mientras ignoraba todo y después de dirigirle una mirada, continué comiendo. A mí no me importa.
Y él lo entendió, porque se volvió a su esposa.
–Bien, es todo. Usted señorita, arriba, ahora mismo. –
Le dijo a su esposa. La mujer enrojeció hasta las orejas, aunque no creo que a este punto, quedara algo de qué avergonzarse.
–Pero… –
–Sin peros, andando. –
Respondió el señor. No pudo resistirse, por supuesto que no puede resistirse, le gusta su esposa, por supuesto que lo único que quiere es levantar ese estúpido vestido y hacerle cosas. Y creo que está bien que se lo recuerde de cuando en cuando.
Una vez Akane me dijo: Una vida abrazados, es una vida feliz.
Tal vez tienen razón. Tal vez ese es el secreto después de todo.
Tal vez Minase tiene razón. Tal vez todos somos un montón de desviados. No sólo en su familia. Y si eso es verdad, entonces entre más pronto nos aceptemos, mejor.
La señora Kurenae, sabiendo lo que estaba a punto de pasar, subió las escaleras casi corriendo. El señor se volvió a mí.
–Los dejo… en su casa. –
Dijo, y miró a Sanae, ella encogió de hombros.
–No puede hacerse nada. –
Dijo Sanae. Su padre se dio la vuelta y se fue.
Nos quedamos en silencio por unos momentos, hasta que empezamos a escuchar a la señora:
…Yo no hice nada… yo no hice nada… ¡se lo juro!
…Señor por favor… Se lo suplico… más despacio… me voy a romper… me están escuchando… por favor…
Se escuchó un golpeteo, como de algo que se caía allá arriba.
…Ya pedí disculpas… ya pedí disculpas por eso… fue mentira… me sentía sola…
Asi que es cierto, le dijo a su esposo que tenía un amante. Con honestidad no creo que el señor lo creyera, pero por lo que veía, no desperdició la oportunidad de usarlo. La voz de la señora Kurenae era algo que decir, lo admito.
Sanae se puso de pie, sin decir nada, tuvo un sobresalto cuando una segunda voz acalló a la de su madre.
…Goshujin–sama, Goshujin–sama, no me aleje de su lado… se lo suplico…
La señora de nuevo.
…Ellas preguntaron… no es que presuma ni nada… perdón por ser asi… de sucia y… por interrumpirle en el trabajo… y por dejar que todos se enteren… y por decir cosas malas…
Y la novia de Mitsuo de nuevo.
Goshujin–sama… use mi cuerpo… Use a su sirvienta estúpida… Por favor… no me deje… por favor…
Me llevé una mano a la cara, suspirando, fue en ese momento cuando Sanae me tomó por la camisa, yo voltee a verla.
–Yo… no quiero esperar… –
Dijo Sanae.
Admitió, yo sonreí, mirándola a los ojos, Sanae no lo soportó y bajó la cara.
– ¿Y qué es lo que quieres? –
Pregunté, Sanae miró las escaleras, los gemidos de su madre se hicieron más altos, sus palabras se hicieron más obscenas también.
–Pues… mis papás se están divirtiendo… pensaba que tú, podrías querer divertirte también… –
Respondió Sanae, bastante atrevida, diría yo, sonreí mientras me acercaba.
– ¿Me estás invitando? –
Pregunté. Sanae giró la cara.
–Pues, siempre pensé que… ya que siempre estás mirando, tal vez… ¿Te gusto yo? –
Preguntó, pasando una mano por su cabello. Estaba coqueteando conmigo, de una forma que no dejaba ver muy a menudo. No estaba usando su voz infantil para nada, su tono era el de una niña adinerada que trata de sonar amable, balanceó su cuerpo con algo de nervios mientras sonreía.
Me quedé callado mientras la miraba exhibirse frente a mí, con plena conciencia de que, me gustaba, de que quería acercarme a ella.
–Bueno, si no piensas que soy desagradable y eso… –
Se corrigió ella pasando sus dedos por su cabello.
–Ya te había dicho que nunca he pensado que seas desagradable. –
Siempre es tan difícil sacarles algo asi de la mente… Sanae negó con la cabeza.
–Pues como siempre me ignorabas… –
Se quejó ella. Su ánimo pareció hundirse de un momento a otro.
–Bueno, supongo que era porque no lo sabía. Eso es todo. –
Respondí. Sanae hizo una pataleta.
– ¡¿Y cómo te lo iba a decir?! Tú eres el chico. Se supone que te acerques tú. –
Se quejó ella, llorando. Me tomó un poco desprevenido el cambio tan repentino. Quise decir algo pero ella no lo permitió.
–Puede que tengas razón pero… –
Ella incluso golpeó el suelo con sus pies. Hizo una pataleta exactamente igual a la de su madre hace unos momentos.
–Piensas que soy fea. Siempre lo has pensado, por eso huías de mí. –
Yo no lo llamaría huir, pero seguro que ella no va a mirar en detalles. Lo que no lograba comprender del todo es ¿Por qué estaba enojándose ahora por ello?
Me tomó completamente desprevenido.
–Tenía trabajo que hacer. –
Repliqué.
–Ah, entonces el trabajo te gusta más que yo. –
Se quejó.
–Sanae, la única razón por la que trabajaba allí era para verte. –
Claro que no, pero ya qué diablos. Ella me miró feo.
–Eso no… no tiene sentido… tú me ignorabas… me ignoras porque doy asco… –
Cambio de pasado a presente en unos momentos. Tal vez, ella se lo tomó demasiado personal. No era la verdad, pero de nada servía tratar de explicar eso ahora.
–No me hablas, ni me dices cosas lindas. No me prestas atención. –
–Si tu padre… –
Comencé a decir, pero Sanae hizo más grande su pataleta, me empujó lejos de ella, y volteó a verme, con lágrimas en los ojos y los puños apretados.
– ¡No me importa! ¿Qué no entiendes? No me importa nadie… Tú no me quieres a mí. Te da miedo mi papá. ¿Tienes miedo de que te atrape? ¿Es eso? –
. En su mente, yo había vuelto a ser ese chico de diez años que ella quería. Decidí seguirle el juego.
–No, Sanae… no es eso… –
Respondí, Sanae se restiró la falda.
–Yo no te importo… –
Se quejó ella, limpiándose las lágrimas.
No creo que ella lo pensara realmente ahora, pero de algún modo, ella me advirtió que esto pasaría. Ella quería retomar la conversación que estábamos teniendo. Aunque, ahora que lo pensaba, lo único que realmente pasaba cuando nos quedábamos solos en la panadería, era algo parecido a esto. Ella hacía pataletas y yo trataba de ignorarla.
Es decir, admito que, si la odiaba un poco cuando la veía pedir dinero a su padre como si no fuera nada. En aquellos días, ella se gastaba en una sola prenda lo que yo ganaba en un mes.
Por supuesto que ahora mismo no la odio, pero si ella quiere decirle algo a ese chico, lo mejor por ahora es que no cambie nada de cómo era antes.
Entonces… en aquellos días, yo me sentía humillado por sus despilfarres de dinero y ella sentía que lo merecía todo, ahora entiendo que eso incluía mi atención, de pequeño yo sólo sentía que ella era demasiado pesada y ella debe haber pensado también, que yo no era demasiado amable. Después entendí que la atención que ella recibía en la panadería era única de ese lugar y ella entendió que yo era un huérfano sin mucho tacto para tratar con chicas.
Lo lamento ahora, de todos modos.
Por extraño que parezca ahora, Minase era quien mediaba la situación en aquellos tiempos. Su hermano jamás se apareció en la panadería.
– ¿Ya te diste cuenta de que mi ropa es nueva? ¡NO! Ni siquiera estás mirándome. Eres un tonto. No me quieres. –
–Sanae, eso no es verdad. Sólo no estas escuchando. –
Comencé a decir. Pero ella negó con la cabeza.
–No te burles de mí. –
Replicó.
–No me estoy burlando de ti. ¿Qué es lo que quieres saber? Ya te dije la verdad. Esa era toda la verdad. –
Repuse, apartándome. Ella se paró frente a mí. Recordaba un poco a la escena que hizo cuando fue a pedirme que le devolviera a Minase.
–Eres un mentiroso. Todos se burlan de mí siempre. ¿Ves? Soy horrible. Mi cuerpo es horrible, mi vida es horrible. ¡Tú te burlas de mí! –
Gimoteó ella, con su tono de niña adinerada.
Un segundo… Sanae ¡Es una niña rica!
Y todo lo que sé sobre ellas apunta a que son horribles.
Una luz en mi cabeza, creo que ya entendí. Si todo es como lo estoy pensando, Sanae tiene que haber sido humillada hasta el cansancio cuando estuvo en la escuela.
Cuando eres un huérfano la gente es considerada. A veces, demasiado… pero no se meten contigo por ello. De acuerdo, tal vez un poco, pero no es como que se la pasen martillando eso en clase todo el tiempo. Hablarán de ti a tus espaldas tal vez… no importa. En el caso de Sanae, bueno… la cosa cambia ciento por ciento.
Siempre tuve la impresión de que Sanae exageraba con esas cosas. No sé, cosas de chicos. Pero creo que ella tenía razón en estar traumatizada con esas cosas. Tiene que haber sido bastante miserable. Nunca vi algo asi, pero he sabido de casos, cosas pintadas en el pupitre, apodos humillantes, o esa maldita manía que tienen de tratarlos como si fueran la peste. A veces, llegan a las cosas físicas.
Y las chicas no se defienden. Si eres un chico y otro se acerca con alguna de esas tonterías le das el puño en la cara. Sanae… bueno, no creo que haya hecho algo asi. Solo se tragó todo y lo soportó, durante años… sola.
Tal vez aun pueda hacer algo por ella, aunque para mi sea tarde, ella siente que no lo es. Tiene que verse normal. ¿Qué hubiera respondido un chico de diez años a una pataleta semejante?
–Estás loca. ¿Cómo voy a burlarme de ti? Eres mayor que yo, más linda e inteligente también. Siempre tengo que venerarte, Ojou–sama. –
Hablaba de que, bueno, ella siempre fue de buena familia. Yo me sentía intimidado. De hecho aún me sentía un poco fuera de lugar porque este no era su juego de siempre.
–Llamarme “sama” no lo hace respetuoso. Sé que lo piensas, me llamas con respeto, pero por dentro piensas lo mismo que todos. Doy asco. Ya sé que doy asco. No me lo restriegues. –
Se quejó Sanae, llorando.
–Yo no he dicho nada como eso. –
Respondí. Ella se limpió sus lágrimas.
–No me lo dices porque mi padre te echaría. Pero lo piensas. Todos lo piensan… –
Siguió llorando.
–No te lo digo porque no lo pienso. No tengo miedo a tu padre como tú crees. –
Repliqué. Sanae secó sus lágrimas.
–Mentiroso–
La verdad es que yo nunca pensé nada realmente malo de Sanae. También estaba metido en mis propios problemas y no lo pensé demasiado. Sanae creía que yo solo estaba asustado de su padre y que le diría cosas malas si no fuera por él. Ya lo he dicho antes, yo no me daba cuenta del todo, aunque no voy a negar, que en retrospectiva, las señales estuvieron allí.
–Estás loca, eso es lo que pasa. La gente tiene vidas propias. No tienen tiempo para estar pensando cosas malas de una Ojou–sama consentida que solo sabe pedir. Y quieres que todo el mundo piense solo lo que tú crees que deben pensar. Eso es solo ridículo. –
Repliqué, ella me miró confundida.
–Voy a llorar. –
Respondió ella. Era su amenaza. Ya estaba llorando de todos modos.
–No me importa si lloras. No me importa si le dices a tu padre o a quien quieras. No puedes comprar mis pensamientos. –
Sanae dejó de llorar por fin. Creo que es lo que realmente le hubiera dicho. Algo como eso. Es decir, yo también tenía mis propios complejos al respecto.
Sentía que ella quería comprarlo todo. Pensamiento tonto, pero es que no estaba al tanto de su situación como ahora.
–Estás siendo malo conmigo. –
Se quejó, lloriqueando.
–No me importa. –
Le dije, encogiendo de hombros y dándole la espalda.
–¿Y entonces que hago? –
Preguntó ella, desesperada.
–¿Para qué? –
Pregunté, sin mirarla.
–Para que pienses en mí. Para que me veas. Para que me reconozcas… –
Se quejó ella.
–Ya pienso en ti… a veces. Cuando tengo tiempo, y cuando quiero hacerlo. Es todo. Que tú estés loca es algo diferente. –
Hay mejores formas de decirle eso, lo sé. Pensándolo de algún modo, creo que “loca” era mi insulto en esos tiempos.
–Te amo. –
Respondió Sanae, asi. A secas. Yo voltee a verla.
–¿Y eso que quiere decir? –
Pregunté. Sanae se acercó un paso.
–Que yo si pienso en ti. Asi como… mucho… todo el tiempo. Desde que te conozco. Me gusta tu carácter. Tú siempre eres tan fuerte y genial…haces que mi corazón se acelere… no me odies. –
Respondió ella.
–¿Por qué te voy a odiar? No me digas que hacer. Tengo mi propia mente… –
Sanae me interrumpió.
–Entonces mírame. –
Se quejó Sanae, pero no era precisamente una pataleta. Me sentía un poco extraño con esto, porque no estaba acostumbrado a lidiar con Sanae asi. Por otro lado, quizá esto ayudaría un poco a la larga.
–Yo no voy a odiarte, Ojou–sama. –
Respondí, girándome para verla, Sanae ya no estaba llorando, pero parecía ansiosa. Ella avanzó hacia mí un paso.
–Dime ¿Qué es lo que tengo que hacer? Para que me quieras. Ya he intentado de todo y no funciona. –
Se quejó ella, reclamando.
Había intentado de todo… si, algo asi.
Intentó llorar, hacer pataletas, gritar, enojarse, incluso me ignoraba en ocasiones. Para ella, eso es todo. Es todo lo que sabía hacer. Había funcionado hasta entonces.
Recordaba a su madre, más de lo que me gustaría.
–Puedes empezar por ser sincera, y dejar que pretender que te mire a la fuerza. –
Respondí.
–Quiero abrazarte. –
Dijo ella, obedeciendo. Es que estaba siendo sincera. Yo bajé la cabeza.
–No lo haré si piensas que eso desagradable. –
Respondió ella. Veamos, la respuesta de un chico de once años a una niña empalagosa sería como…
–No es desagradable, es molesto. –
Sanae sonrió y bajó la cabeza.
–Claro, eres un chico… supongo que es normal que pienses que esas cosas son molestas… –
Dijo ella, poniendo sus manos atrás.
–Lo haré solo si prometes dejar de pensar en mí como si fuera una especie de peluche. –
Repuse. Ella me abrazó con fuerza y me estrujó contra su pecho.
–Basta… basta… –
Me quejé, ella se alejó de mí, sonreía.
–Lo siento, me excedí. Estaba feliz. A mí me gusta cuando eres malo, y revoltoso, y pervertido. Eso es genial… –
Dijo, sin poder contener su emoción.
¿Qué era lo que le gustaba de mí? Me preguntaba en ese momento.
– ¿Te parece genial? –
Pregunté, ella asintió, sonriendo y pasando su mano por su cabello.
–Tú no dejas que nadie te pise. No te importa lo que digan o lo mucho que se enojen contigo por ello… tu siempre regresas. Haces un desastre en mi corazón… Pienso que eso es genial… me gustas asi. –
Una cosa que de la que yo tenía duda. Sanae dice que le gustaba cuando era más joven, pero ella jamás me dijo por qué le gustaba en primer lugar. Ahora tiene sentido.
Sanae, siendo como es, sintiéndose culpable por cada pequeña cosa, por supuesto que incluso un chico idiota y problemático se ve grande desde su perspectiva. Eso es lo que ella debe querer decir. Sanae tiene la idea de que este tonto que ella se encontró, es de acero. Es indestructible ahí donde ella es frágil.
Ya entendí todo.
Y tal como Kamine dijo una vez, ella encontraba eso genial.
¿Era falso? Sí. Lo era.
Pero eso no es importante.
Y enrojeció, bajó la cara después.
–Y pues… tú me gustas mucho ¿ves? Y pensaba que, si yo te gusto a ti… pues podíamos… ser novios y eso. Y te dejaría ser malo, si quieres… a mí no me molestaría… –
Explicó, usando un acento que solía tener de niña adinerada, fue hasta cierto punto lindo, aunque yo ya no estaba demasiado acostumbrado a ello.
–Novio… no lo sé… –
Respondí, girándome. Los ojos de Sanae se llenaron de lágrimas. Supongo que tenía miedo de un rechazo, por extraño que eso pudiera parecer, pero es que ella estaba tratando de volver todo atrás. De rehacer todo lo que estuvo mal, al menos dentro de su mente.
Yo debería estar confundido, no rechazarla, por eso lo dije. Se lo aclaré.
–¿Es lo que hacen las chicas mayores? Tener novio y eso… –
Sus ojos brillaron, pero ella continuó insistiendo.
–Bueno, si te gusta alguien… y solo si tú le gustas de vuelta. –
Explicó. Yo encogí de hombros, y me acerqué. Sanae tomó mi mano, sonriendo ahora.
–Entonces… ¿Es cierto lo que dijo mi madre? ¿Te gusto yo? –
–Sí. –
Respondí.
–Entonces sé mi novio. Es eso. Yo… te cuidaría, ya sabes. Y te consentiría, te dejaría ser malo, y sería solo para ti… –
Explicó ella, evidentemente ansiosa por mi respuesta, y por el contacto.
–¿Solo para mí? –
Pregunté, ella sonrió, porque casi había convencido a ese fantasma de sus sueños de que saliera con ella, como ella hubiera querido decirlo, desde siempre.
–Sí. Es promesa. Te consentiré mucho… si tú quieres. –
Ofreció ella, yo me acerqué mientras ella se deleitaba con su victoria.
–Puedes hacer lo que quieras. Los niños que son geniales pueden hacer lo que quieran con las chicas tontas –
Respondió Sanae.
– ¿Incluso mayores? –
Pregunté, en parte por preguntar realmente, pero también molestándola un poco.
–Especialmente… si son mayores ¿ves?… es normal… que solo quiera… consentirte ¿ves? –
Explicó ella. Desde aquí podía verse que ella estaba disfrutando mucho esto, pero también estaba ansiosa por el sexo. Incluso estaba respirando con dificultad.
Decidí hacer el tonto.
–¿Y cómo es que vas a consentirme? –
Pregunté, los ojos de Sanae brillaron. Aquí estaba su oportunidad… decidí ser malo como ella decía que yo era.
–Sin abrazos… –
Advertí, ella me miró.
–¿Eh? –
Preguntó, desilusionada. Encogí de hombros.
–Bueno, solo un poco… pero no exageres. –
Respondí, Sanae se acercó y me abrazó. Cabe resaltar que seguíamos escuchando los sonidos de arriba, y a pesar de que yo fingí que no los escuchaba, estaba volviéndome loco. Sanae ni siquiera se molestó en fingir, ahora que tenía su victoria.
Me abrazó por la espalda y pegó mi cabeza a sus pechos.
–¿Te gusta? –
Preguntó ella con una risita.
–No está mal. Es suave… –
Respondí, Sanae comenzó a tallar ligeramente su cuerpo contra mi espalda, al tiempo que entrelazaba sus manos entre ellas para no dejarme ir.
–Puedes tenerlo… siempre que quieras… –
Sanae, por primera vez en su vida, me dio un beso en el cuello. Incluso usó su lengua. Estaba muy excitada y yo estaba a reventar. Pero si me lanzo sobre ella solo asi, no será “su” victoria, y era muy obvio, que ella estaba disfrutando mucho de ello.
–Bueno… es decir… –
–Shhh… nada de peros. Estás aquí ahora y es todo. ¿Ves? Deja que te consienta… –
Sanae me hizo callar. Fue como un halcón lanzándose sobre un cordero.
Es decir, ¡Sanae! Me acalló. Justo ahora.
Puede que ella no tuviera nada de experiencia seduciéndome activamente, pero lo estaba intentando, y le estaba saliendo muy bien. Mi erección se volvió dolorosa a este punto.
Sanae se dio cuenta y fue a por ella. Metió su mano en mi pantalón, y luego mordió mi oreja muy levemente.
–Mira esto… eres un revoltoso… mira que dejar que estas cosas pasen mientras te consienten… es… enorme… –
Maldita sea. No lo digas ahora, es mucho más vergonzoso de lo que todos creen. Ni siquiera es un halago. Pero su gesto y sus palabras, lo dejaron en claro. Sanae me tenía completamente en su poder.
–No es intencional… –
Fue lo que dije, Sanae lo oprimió levemente, con toda la mano, y dejó escapar un suspiro. También sentí como su cuerpo se estremeció detrás de mí.
–No es problema. Ya te lo dije. Puedes ser malo, puedes ser travieso… no me molesta en absoluto. Si quieres ver… –
Me lamió.
–O tocar… –
Me lamió de nuevo, mientras su mano se dedicaba a recorrer mi pene de arriba abajo.
–O lo que sea que quieras hacer… yo estaré más que feliz. –
Explicó Sanae. Luego desabrochó mi pantalón. No me moví, solo la dejé hacer, impresionado por lo que estaba pasando, es cierto, pero también un tanto feliz de que ella estuviera siendo tan agresiva.
Tal vez esto era lo que hacía falta. No me importaría repetirlo, cuantas veces ella quiera.
–Esto… ¿se siente bien?… puedes decírmelo… –
–Es genial, Ojou–sama. –
Respondí, haciendo un esfuerzo a estas alturas por no terminar. Sería un completo desperdicio.
–Dime, Sanae. Mi nombre está bien. No tienes que ser educado. No quiero que seas educado… quiero que seas malo. –
Explicó.
–Está bien, Sanae. –
Ella soltó una risita complacida.
–Acabo de decir… que no quiero que seas bueno… y ya estás haciendo lo que yo quiero. –
Recorrió mi pecho con su otra mano, mientras me besaba el cuello una y otra vez.
– ¿Qué debería hacer entonces? –
Pregunté. Ella se rio levemente.
– ¿Me vas a hacer decirlo? –
Preguntó Sanae, sonriendo abiertamente.
– ¿Puedes? –
Pregunté, sonriéndole yo. Ella tuvo un pequeño sobresalto. Luego sonrió avergonzada y complacida.
–Que niño tan horrible… ya… haz lo que quieras… –
Se quejó ella, apenas pudiendo contener el aliento.
Cielos, Migiwa–san es ruidosa también.
Yo solo me acerqué a Sanae y puse mi mano en sus rodillas, ella tembló y se relamió.
–Eso es… sé travieso… toca lo que tú quieras… soy para ti… –
Subí mi mano lentamente por sus muslos, ella tuvo problemas para contener un chillido. Pero cuando llegué a su entrepierna, la miré.
–No tienes pantis… –
Comenté.
–No… porque un chico revoltoso me las quitó… –
Se quejó, mal mirándome.
–Pues… no opusiste mucha resistencia… –
Reclamé, subiendo mi mano lentamente por sus muslos, Sanae tembló levemente.
–No es mi culpa… Sólo paso… primero estabas allí… y luego… ahh… –
Se interrumpió cuando metí mi mano entre sus piernas, la inundación en su vagina era algo que decir, lo admito.
–¿Y luego? –
Insistí, Sanae alzó las manos y se recargó en la pared, cerrando los puños mientras luchaba por sostenerse de pie. Yo ya no aparté mi mano de su vagina, que escurría a más no poder. Sanae comenzó a gemir.
–No sé… no me preguntes… solo tócame… –
Respondí Sanae, me detuve sin avisar. Ella me miró expectante por unos momentos, luego pude ver como se enfadaba, aunque tratara de ocultarlo.
–¿Por qué… por qué te detienes? –
Preguntó ella, haciendo todo lo que podía por detener su coraje.
–Solo quería saber si estabas segura. –
Respondí. Por supuesto que solo estaba molestándola. Ella se dio cuenta, pero trató de recomponerse.
–¿De qué hablas? Por supuesto que estoy segura ¿ves? … ahora sigue… –
Respondió Sanae apresurada.
–¿Y si alguien nos mira? –
Insistí. Sanae perdió los estribos.
– ¡¿Y qué tiene que nos miren?! No me importa si nos ven. No me importa si se enojan. Ahora sigue… por favor… –
Se quejó ella, yo volví a acariciarla, lentamente. Sanae se dobló hacia enfrente un poco.
–De acuerdo, de acuerdo… siempre tiene que ser todo como tu dices… –
Había alli un poderoso mensaje, que estoy seguro de que Sanae no entendió muy bien, pero su subconciente si lo entendió. Lo digo porque ella cerró sus muslos, aprisionando mi mano entre ellos, y comenzó a venirse, sosteniendose de mi para no caer.
Me quedé mirandola por unos momentos, y ella a mi, luego se incorporó y se acomodó el cabello.
–Perdon… yo… siento haberme puesto asi… –
Explicó ella. Yo retiré mi mano de ella y miré mis dedos por un momento, estaban bañados en su nectar de amor.
–Eso… ¿Te da asco? –
Preguntó ella, con lagrimas en los ojos. Yo miré mis dedos por un momento, y luego, frente a ella, los lamí lentamente.
Sanae perdió el aliento cuando le demostré que asco no era lo que yo pensaba de ello.
–No… te lo comas… –
Se quejó ella, aunque estaba bastante excitada por ello.
–Sabe bien… –
Respondí, luego de eso me acerqué a Sanae y la arrinconé contra la pared. La punta de mi pene estaba tocándola y ella no dejaba de mirarme a los ojos.
Puse una mano sobre su trasero y comencé a masajearlo lentamente.
–No… no hagas eso… yo te iba a consentir… –
Se quejó Sanae.
–Dijiste que podía tocar. –
Respondí, sin dejar de masajearla, ella suspiró.
–Eres un… abusivo… –
Me acusó Sanae, pero no sonaba disconforme para nada. Por un momento, sentí que ella retomaría todo a como siempre había sido. No había rastro de su voz infantil por el momento, eso también es cierto.
–¿Y qué más? –
Pregunté, sin dejar de tocarla, ahora puse mí otra mano sobre su pecho, ella cerró los ojos y endulzó su voz todo lo que pudo.
–Y un revoltoso… –
Le encanta esa palabra ¿No es cierto?
Comencé a abrir su blusa sin decir nada. Ella se dejó hacer y cuando la desabotoné, ella la dejó caer al suelo.
–Qué bonita eres, Sanae… –
Admití, mirándola, eso la hizo feliz. Sonrió abiertamente y me abrazó.
–Eres tan genial… –
Me dijo, abrazándome contra ella y asegurándose de que mi cara se pegara a sus pechos. Me liberé como pude y le di un beso en los labios. A este punto ella estaba recargada contra la pared y mi erección empezaba a ser dolorosa.
Sentí que estaba bien si tomaba la iniciativa de todos modos.
Luego del beso, me agaché un poco y tomé una de sus piernas, la puse por encima de mi hombro y Sanae tuvo que sostenerse contra la pared para no caer. Para cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, el camino a su entrepierna estaba libre y ella estaba parada sobre un pie.
–Oye… espera… –
Y no la dejé terminar. Metí mi pene dentro de ella todo lo profundo que pude. No sé si el modo en que estábamos haciéndolo hacía su vagina más corta por dentro, pero sentí un tope dentro. Estaba, como se dice, besando su interior.
Sanae acomodó su pierna sobre mi hombro para no caer.
–Eres un niño malo… –
Lo hice asi porque era una buena forma de mantener todas sus extremidades fuera del camino y no tuve que ser demasiado agresivo ni demasiado dominante, cosa que hubiera roto la fantasía que estábamos llevando.
–No soy malo. Tú eres mi novia… –
Respondí, empujando con delicadeza. Sanae ahogó un grito, volviendo su cara a la pared para que no pudiera verla.
–Si pero… no es mi culpa… –
Se quejó Sanae.
–Claro que es tu culpa, si no fueras tan bonita… –
Pasé mi mano sobre sus hombros para sostener la suya, ella lo notó y apretó mi mano.
–Eso no tiene… sentido… –
Se quejó ella.
–Nunca tiene sentido para ti. –
Respondí, ella se rio levemente.
–Me gusta cuando no tiene sentido… me vuelve loca… –
Respondió ella. Supongo que había terminado por enlazar los cumplidos con el sexo a este punto. No es que fuera la intención pero creo que no podía evitarse. Por si aquello fuera poca cosa, ahora la casa estaba en silencio.
Creo que habían terminado arriba. Qué pena. Sanae tiene que haberse dado cuenta también, porque volteó a las escaleras.
–Tal vez… debería detenerme… Ojou–sama. –
Comenté, molestándola un poco. Ella trató de voltear y la recibí con un beso en los labios, que ella se apresuró a contestar.
–No… no… y no me llames asi… ya te dije… –
Respondió Sanae, trató de hacer una pataleta, pero no podía enojarse a este punto.
–¿Eh? pero se escucha bien… ¿No es cierto? Además es la verdad. –
Repliqué, sin dejar de empujar, Sanae comenzó a llorar.
–¡No! Se escucha… distante… no quiero ser distante, quiero que me quieras. –
Se quejó ella.
–Siempre te he querido Sanae. –
Respondí. Ella se sobresaltó y sus paredes se contrajeron. Pero como estaba parada en un pie, el movimiento hizo que perdiera el equilibrio y fuimos a dar al suelo. Sanae quedó acostada boca–arriba en el suelo, y como estaba sosteniéndola de la mano, pues caí con ella.
Su cabeza dio un golpe en el suelo.
–Auh… –
Se quejó ella, puse mi mano detrás de su cabeza, para evitar que se golpeara de nuevo.
–Lo siento, Sanae. –
Me disculpé, más que nada por el golpe que ella se había llevado, y porque de todos modos eso interrumpió todo, pero Sanae solo separó las piernas y me miró con dulzura.
–No lo sientas. No es tu culpa… –
Respondió ella y me abrazó.
–Además, asi puedo mimarte más… –
Me dijo ella, muy complacida de sí misma. Moví mi otra mano por en medio de sus muslos.
–Ahí vas de nuevo… eres un travieso… ¿Qué no te cansas? –
Se quejó ella. Bastante superficial, diría yo.
–Es tu culpa. –
Respondí, entrando en ella de nuevo. Sanae encogió sus rodillas, y sostuvo su pecho con sus brazos, yo solo comencé a empujar.
–No lo… es… –
Respondió.
–Admítelo… –
Me sostuve de sus rodillas para poder empujar más adentro. Sanae parecía acomodarse mejor de este modo. Dicho esto, yo estaba a punto de venirme.
–No es verdad… no es mi culpa… –
Sanae me miró, con la cara roja y con lágrimas en los ojos.
–Lo es. Eres tan linda que no puedo parar. Ahora lo quiero siempre. –
Eso le gustó, bastante diría yo. Pude ver como sonrió abiertamente mientras separaba sus rodillas con sus manos.
–Si… lo prometo… viviré desnuda si eso quieres… lo juro… –
¿Akane le había contado algo? Me preguntaba en ese momento. Los gemidos de Sanae se hicieron bastante altos.
–¿Entonces lo admites? –
Insistí, tomando uno de sus senos y presionándolo contra su cuerpo suavemente. Ella asintió con la cabeza mientras la acariciaba y empujaba dentro de ella.
–Dilo… –
Insistí, presionando su pecho con un poco de fuerza. Sanae gritó.
–De acuerdo… es mi culpa… –
Respondió.
–¿Por qué? –
Insistí, Sanae mordió su dedo índice como hacía cuando quería controlarse.
–Por… por… ¿Por ser bonita? –
Preguntó ella, mirándome con lágrimas en los ojos.
–Exacto, y por eso no puedo resistirme… y además, tú dijiste que podía, no puedes quejarte después. –
Insistí, sus paredes se contrajeron.
–¿De qué… de qué hablas? Yo… no me quejaría… te consentiré mucho… siempre que… tú quieras… –
–De acuerdo. Entonces solo lo disfrutaré. –
Respondí, aumentando un poco el ritmo,
–¿Disfrutas mi cuerpo? ¿Te gusta? –
Preguntó ella en medio de sus gimoteos. Poco importó que su familia estuviera en casa. Supongo que a este punto, ella no era capaz de recordar en dónde estaba.
–Me gusta dentro de ti. Es suave y cálido. –
Sanae soltó una risita avergonzada.
–Es cálido porque eres tu… tú haces que me caliente allí abajo… siempre que te veo… me pones como loca… –
Explicó ella. Sus palabras poco a poco se fueron haciendo más atrevidas.
–Quiero que hagas un desastre de mí… Que me uses como si fuera una muñeca… sé malo conmigo… rompe mi interior…–
Chilló, yo solo me concentré en continuar.
–Abrázame… me estoy mojando… abrázame… –
Pidió Sanae, yo me erguí para alejarme de ella, sin dejar de empujar. Su vagina estaba expulsando néctar de amor a chorros.
–No quiero. –
Respondí. Ella me miró con los ojos llorosos.
–Por favor… haré lo que sea… abrázame… –
Se quejó ella, lloriqueando. Hice lo que me pidió. En cuando te tuvo a su alcance, Sanae me abrazó con todas sus fuerzas, apretándome contra ella mientras me hablaba al oído.
–Me encantas… me encanta esto… te amo… –
Me susurró mientras trataba de controlar sus espasmos en la parte de abajo, que por cierto, comenzaron a succionar con fuerza mientras me venía dentro de ella.
–Y yo a ti. –
No quería sonar cursi, pero tampoco sentí que hubiera un mejor momento para decirlo, ni una mejor respuesta en ese momento. Sanae me apretó contra ella.
–Te llenaré de cariños… lo prometo… yo… siempre te voy a querer… No importa lo que diga nadie… –
Aseguró Sanae, tratando de recuperar el aliento, y la compostura, porque no quedaba mucho más que recuperar a estas alturas. Ni para ella ni para mí.
Explicó, restregando su cuerpo contra el mío, como si quisiera prolongar la sensación del contacto.
–Pues seguro que esta vez, tus padres se dieron cuenta, asi que espero que realmente no te moleste. –
Sanae encogió de hombros. No estaba de humor para lógica en ese momento, según veía.
–No sé… Tú me haces feliz… –
Respondió ella. Era su respuesta definitiva. Mejor se lo digo de una vez. La abracé contra mí un poco, y le hablé al oído.
–Escúchame bien, Sanae. Escúchame porque solamente diré esto una vez. Realmente no me importa lo que los demás dicen o piensan sobre ti. Sé que te han dicho muchas cosas malas y realmente me da igual. A mí me gustas. Pienso que eres linda y eso es todo. Si los demás piensan mal de ti o no, eso no es mi asunto. ¿Comprendes? –
Sanae asintió varias veces con la cabeza, yo acaricié su cara un poco, ella pareció recuperar el control de su respiración después de unos momentos.
–A mí también me gustas… me siento segura cuando estás conmigo. Siento que nadie va a decirme cosas malas si tu estas aquí… No me vayas a dejar… –
Pidió ella.
–¿De que estas hablando? Por supuesto que no. Te dije que me quedaría contigo y eso es lo que haré. –
–¿Incluso si soy rara? ¿Incluso si toda mi familia es rara? –
Preguntó ella, mirándome.
–Bueno, no es tu culpa ser asi. ya lo has visto… asi son todos aquí. –
Respondí, sonriendo, Sanae enrojeció levemente.
–No los vi, los escuché… –
Se quejó.
–Y ellos a nosotros… –
Repuse. Ella sonrió divertida.
–Yo no quería hacer tanto ruido… no puedo controlarlo… –
Se quejó ella. yo sonreí.
–Lo entiendo. –
Respondí, ella solo se rio levemente.
Salí de ella después de eso. Puedo decir que no le gustó, pero tampoco es que pudiéramos quedarnos asi. Además, era noche y estaba comenzando a bajar la temperatura.
Sanae se puso de pie luego de eso.
–Oye… ¿Me devuelves mi ropa? –
Preguntó Sanae, hay que recordar que aún tenía su ropa interior en el bolsillo del pantalón.
–No… me la voy a quedar… –
Respondí. Sanae sonrió abiertamente y medio un beso en la mejilla.
–Pero… ¿Qué es lo que haré? … no tengo otra… –
Se quejó ella, endulzando su voz.
–Pues, tendremos que volver asi… si yo fuera tú, me cuidaría. –
Respondí, mirándola acomodarse la falda. Ella me miró y sonrió abiertamente, pero luego giró la cara.
–No me digas qué hacer. Hmph. –
Y se encogió de hombros, perfectamente consciente de que estaba mirándola y de que, de algún modo, con todo lo que había pasado, yo todavía quería lanzarme sobre ella. Escuché que abrieron la puerta de arriba. Supongo que esperaron a que terminaran los ruidos.
Hay que decir que todavía no estábamos completamente perdidos. Al menos la señora Kurenae no era como la madre de Mizore.
Pero tenía apenas unos segundos.
Me fui sobre Sanae, de una forma diferente a la usual. Le abracé suavemente desde atrás.
–Oye… se suponía que quien te abrazara sería yo… ¿Tanto te agrada mi cuerpo? –
Preguntó ella. Podía halagar eso, o podía decirle algo lindo. Me decidí por lo segundo cuando ella no forcejeó para nada.
–Te quiero, Sanae. –
Le dije. Ella se quedó sin habla por unos momentos.
–Vaya… asi que si sabías cómo hacerme feliz… revoltoso… –
Creo que ella finalmente enfrentó todo lo que sucedió. Después de todo este tiempo, ella finalmente se había liberado. Supe que era su victoria porque ella no forcejeó. No intentó retirarse como todas las otras veces, solo colocó su mano sobre las mías, hasta que nos dimos cuenta de que había más gente allí.
Después de unos momentos, la madre de Sanae estaba parada junto a las escaleras, con una expresión entre vergüenza y melancolía en el rostro.
Supongo que ahora tenía una racha de arrepentimiento.
Es que accedió sin chistar a todo lo que le dijeron.
Supongo que es difícil admitir esas cosas cuando ella ya no se siente tan frustrada. Tal vez el deseo y la frustración la convencieron de que no era importante antes, pero ahora mismo parecía verlo diferente. El señor bajó las escaleras y se quedó mirando a su esposa por unos momentos.
–No debí hacer esas cosas… no debí decir esas cosas… Oh cielos. ¿Qué hice? –
Preguntó, a la nada. Sanae encogió de hombros.
–Pues no esperarás que yo te lo diga. –
Comentó Sanae, acomodándose su blusa.
–¡Cállate Sanae! ¿Siquiera te diste cuenta de lo que pasó? Es decir… parecía… tu parecías una cualquiera… –
Se quejó la señora. Sanae solo encogió de hombros de nuevo.
–Tal vez lo soy. –
No parecía un insulto, y Sanae lo tomó como si no lo fuera, puedo decir que me alegro un poco de eso.
–A mi me quieren asi… ¿A ti no? –
La señora Kurenae volteó a ver a su marido. El señor suspiró y se llevó una palma a la cabeza. Supongo que el deseo lo venció con mucha facilidad también.
–Somos culpables de lo mismo… yo creo… –
La señora Kurenae enfureció.
–¡Pues no es mi culpa! ¿Sabes? Tú me dijiste que subiera… Tú… eres un… –
Si es decir, la señora no dijo que “no” en ningún momento. Es más, se veía muy contenta cuando se lo dijeron. Como he dicho, parece que su opinión con respecto al tema dio un giro de trescientos sesenta grados.
–¿Ya tan pronto vuelves a molestar a Otou–sama? –
Preguntó Sanae, ahora enfadándose.
–No te enfades con tu madre, Sanae, la verdad es que yo tampoco estoy muy seguro de qué fue lo que ocurrió… –
El señor salió en defensa de su esposa. Sanae suspiró y volteó a verme. La señora gimoteó.
–No es eso… es que… no… no hay vuelta atrás ahora ¿verdad? –
Preguntó la señora, bajando la cabeza.
–No. Pero si la hubiera ¿Querrías volver?… a cuando convenciste a Otou–san de que intentar hacerte feliz no tiene objeto. A sentirte sola, y triste… Ya no puedes usarnos a nosotros de excusa para evitar las cosas que dan vergüenza. –
La señora miró a Sanae, luego me miró a mí, y después de eso, solo escondió su rostro en el pecho de su esposo.
–Perdón… tengo miedo. Es eso. No es nada de lo que dije antes. Por favor. No me odies… –
Ah. Este es un momento en privado. De un sentido completamente diferente al de antes.
–Creo que eso indica que es hora de irnos. –
Le dije a Sanae, ella asintió.
En ese momento, como la señora se había dado la vuelta, alcanzó a notar, que arriba de las escaleras, dos personas miraban como esperando algo. Las dos cabezas se escondieron detrás de la pared en cuanto notaron que habían sido descubiertos.
La señora recuperó un poco su compostura y se separó de su esposo. El señor también volteó.
–Mitsuo baja de allí. Ahora. –
El chico bajó con la cabeza gacha. Migiwa–san le siguió, con el uniforme de sirvienta a medio acomodar, el cabello revuelto y algo de dificultad al caminar.
–Hola… emm… ¿Un placer? –
Saludó Migiwa–san a la señora Kurenae, quien volteó a ver a su hijo.
–Okaa–san, ella… es mi novia… –
La señora se llevó la palma a la frente por unos momentos, luego miró a su hijo.
–Sí, todos nos dimos cuenta de eso. –
Comentó Sanae, mirándola de forma rara. No diré que era una mirada de desagrado, pero hasta yo podía ver, que Sanae estaba celosa.
–Bienvenida a la familia, supongo… –
Comentó la señora Kurenae, yo solo me di la vuelta.
–Nosotros ya nos vamos. –
Comentó Sanae a esto. La señora asintió, luego miró a Mitsuo.
–Lleva a tu novia a su casa, y no te demores ¿Comprendes? –
Supongo que la señora no quiso abrir ese frasco en este momento. Sería como iniciar todo otra vez, pero hasta yo pude notar, que la señora esperó a que su marido le llevara de la mano hasta su habitación.
Tal vez eso quería decir que las cosas iban a estar mejor entre ellos.
Ya era hora.
No vi más a Mitsuo ese dia, ni a su novia. Durante el camino de regreso, Sanae no dijo palabra, pero aprovechaba para tomar mi mano cada vez que podía detener el auto. Volvimos a casa a eso de las doce de la noche.
Una vez que bajó del auto, Sanae se acercó a mí.
–¿Sabes? Creo que me alegro de haberlo hecho… todo, es decir, todavía me siento algo extraña con todo lo que pasó… –
Explicó Sanae, juntando sus dedos, y con la cabeza agachada, pero me miró luego.
–Y bien, me gustó hacerlo asi… hagámoslo asi más veces… ahora voy a tomar un baño. –
Me dijo Sanae y se dio la vuelta, y como en cualquier escena cliché de las series, el viento sopló ligeramente, levantando su falda solo lo suficiente para recordarnos a ambos que ella no tenía pantis.
Sanae volteó a verme, sin poder ocultar su sonrisa. Ni siquiera intentó cubrirse.
–Tu esposa dijo que es divertido cuando solo de la nada te hacen cosas pervertidas. A mí me gustaría intentarlo un dia… si tú quieres. –
Y entró a la casa corriendo. Yo solo esperé unos momentos, y entré luego a la casa. Escuché como Sanae cerraba la puerta del baño.